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Columnistas | PUBLICADO EL 11 noviembre 2020

La pandemia tumba presidentes

Por alberto velásquez martínezredaccion@elcolombiano.com.co

El coronavirus tiene en jaque a la humanidad. Rebrotó en Europa. Arremete con fuerza en Colombia. Se desborda en Antioquia y Medellín. Una pandemia descontrolada que muele vidas, economías y credibilidad y confianza en las instituciones de los Estados. La OMS vaticina que esta nueva y perversa ola global podría ser cinco veces más mortal que la primera, presagios que multiplican agoreros, científicos y charlatanes en las redes sociales.

La última víctima más vistosa del coronavirus fue Trump. Sus patanerías y locuacidad para ignorar y minimizar la gravedad pandémica, acabaron de empujarlo a la derrota. Con su protagonismo de picapleitos, sus actitudes de empedernido mitómano, en su indecencia como evasor de impuestos, armó su propio expediente para condenarlo en las urnas. Biden, el triunfador, tampoco es mayor cosa. No es ningún reputado estadista. La avanzada edad le disminuye sus energías para enfrentar los retos de su país. Y América Latina, siempre tan ingenua, no puede hacerse muchas ilusiones puesto que desde hace algún tiempo en la agenda de política exterior norteamericana, no ocupa prioridad alguna. Sigue siendo el patio trasero de la extensa geografía gringa.

Pasadas las elecciones para el relevo en la Casa Blanca de Washington, el mundo sigue mirando con estupor el resurgimiento de la peste. Esta causa no solo más muertes, sino que podría darle el golpe de gracia a unas economías en estado de convalecencia. Ya el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional presagian una recesión peor que la de 1930, cuando la ola especulativa reventó a Wall Street para arrastrar a la ruina a decenas de países. Y toda esta situación sombría, que parece un relato de literatura de terror, se enmarca en la espera de la vacuna para amortiguar la letalidad pandémica.

La pandemia está lejos de terminar. Convenzámonos de ello. En nuestra región paisa se agudiza por la indisciplina social que viola todos los protocolos de bioseguridad. Crece la incertidumbre que ya hace parte de la vida cotidiana, llena de sorpresas insospechadas. La ansiedad aumenta, incrementada por la sensación “de no tener bajo control alguno lo que ya se debería tener”. Existe una indefensión ante un futuro incierto.

Hay quienes opinan que la sociedad difícilmente cambiará de actitud por más huellas ruinosas que deje el coronavirus. Recuerdan las grandes pestes de la humanidad, que si bien originaron pánico en sus inicios, con juramentos de cambio de mentalidades ante la vida, luego, cuando el mal se alejó, volvieron al confort y la indiferencia. Retornaron las desigualdades. Lo más probable, dice el presidente de la Asociación Colombiana de Salud Mental, el médico Sabogal García, es que al final de la década, “estemos viviendo lo mismo que antes, como si nunca hubiésemos padecido una pandemia”.

El covid ha demostrado de lo que es capaz. La indisciplina social seguirá siendo el mejor caldo de cultivo para que rebrote. La humanidad seguirá por buen tiempo sentenciada a vivir y convivir con esa peste. Y los niños y ancianos seguirán siendo los que soporten con mayor crudeza las dolorosas herencias sicológicas que va dejando la pandemia.

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