<img height="1" width="1" style="display:none" src="https://www.facebook.com/tr?id=378526515676058&amp;ev=PageView&amp;noscript=1">
Síguenos en:
x
Columnistas | PUBLICADO EL 27 junio 2021

EL CUADERNO DE LUCÍA

Por JUAN JOSÉ HOYOSredaccion@elcolombiano.com.co

La llamada infame fue el domingo 28 de junio a las 8:30 de la noche. Era desde un teléfono desconocido. El teléfono sonó tres veces. “Prepárense para lo peor” dijo la voz de Jules Domin. “Camilo está muerto”.

Lucía y Diego, los padres de Camilo, se demoraron para comprender sus palabras. Jules es un deportista francés que tiene una empresa de turismo de aventura, y era el instructor de kayak de su hijo desde hacía seis años. Ese fin de semana, Camilo había viajado con él y con su amigo René hacia el río Calderas, en el oriente de Antioquia, para navegar por sus rápidos y visitar unas tierras aledañas que estaban en venta.

El domingo, a las 5:30 de la tarde, Camilo murió atrapado entre las rocas de un rápido. Jules y René lograron sobrepasarlo. Camilo iba detrás, chocó contra una roca y su kayak se hundió.

“Jules ni siquiera llevaba consigo un celular” dice Lucía. “Tuvo que navegar en su kayak hasta un puente cercano de la autopista Medellín-Bogotá, pedir un teléfono prestado para llamar a los bomberos, que no fueron, y luego, en una camioneta, ir hasta el lugar y sacar el cuerpo de Camilo. Pasaron más de dos horas desde cuando lo sacaron del río hasta que llegó al hospital de Santuario, donde el médico dijo que Camilo había muerto”.

Lucía y Diego son mis amigos desde hace muchos años. Cuando murió, Camilo estaba a punto de cumplir 35 años. Lo conocí desde que era un joven que estudiaba publicidad. Amaba los ríos, los bosques y las bicicletas. Todavía era muy pequeño cuando comenzó a descubrir la magia de la madera. Su abuelo, Fausto Donadio, tenía en casa un pequeño taller de carpintería. Su tío Mario tenía otro: era lutier y trabajaba haciendo clavecines y reparando pianos. Allí, cuando solo tenía 14 años, Camilo tomó entre sus manos un formón y comenzó a sacar virutas. Hasta que se volvió un artista trabajando la madera, cortándola, puliéndola, ensamblándola, construyendo con ella figuras inverosímiles, piezas únicas: cuencos, esferas, tazones, ensambles... Cuando murió su abuelo, heredó su taller.

La madera que usaba era de árboles caídos o abandonados que traía de sus viajes por ríos y bosques: “Darle vida a una raíz o a un trozo de madera para mí es una profunda alegría”, decía.

La noche en que Lucía me llamó a contarme de su muerte, puse un retrato de Camilo en mi biblioteca, encendí varias velas, y me quedé solo, llorando y velándolo en silencio hasta el amanecer, como si fuera mi hijo.

Lucía y yo no hemos podido volver a vernos. Ella me escribe y yo le escribo. A veces, comparte conmigo cartas que le escribe a Camilo en un cuaderno: “Amado hijo: cada día sin ti es un desierto. Saliste de paseo al río y nunca regresaste. Ibas confiado en que tu amigo Jules te cuidaría y sería prudente y responsable. Nosotros pensábamos lo mismo. Pero no lo fue”... “Acaricio con mis manos bañadas de aceite de linaza los tesoros de madera que has dejado. Siento que toco tus manos al tocarlos. Toco tu voz y tus ojos que le hablaban a cada pieza de madera. Pongo este cuaderno en mi mesa de noche para sentirte cerca”.

A veces, Lucía también escribe poemas en el cuaderno: En el sonido del martillo / que escuchamos como / una campana que suena a cualquier hora, / están tus manos.

Esta semana, hizo un arreglo de flores sobre un trozo de árbol caído como los que él tallaba. Y escribió un poema que dice: Pregunto al río / por la verdad / de tu muerte. / Pregunto al árbol / por la verdad / de tu vida

Si quiere más información:

.