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Columnistas | PUBLICADO EL 26 junio 2019

El celibato

Por alberto velásquez martínezredaccion@elcolombiano.com.co

Un reciente documento del Vaticano planteó la posibilidad de que los hombres mayores casados situados en áreas remotas del Amazonas, puedan ser ordenados. Dice el texto que los escogidos por su probidad, “podrían ser ordenados aunque tengan ya una familia establecida y estable, para garantizar los sacramentos que acompañan y sostienen la vida cristiana”.

Este expediente, si bien comienza con esa restricción, ¿podría ser el primer paso para llegar a la adopción del celibato opcional que numerosos sectores del catolicismo reclaman para abrirle las ventanas a un mundo que cada día exige renovaciones y actualizaciones de aquellas doctrinas que no salieron de la boca de Cristo? Porque el celibato fue adoptado un milenio después del paso de Jesús por la tierra, por concilios que hicieron desesperados esfuerzos por enfrentar los desmanes lujuriosos que se producían en el seno de la Iglesia. Los concilios, primero de Letrán y luego en el siglo XVI el de Trento, colocaron y ratificaron esas barreras creyendo que así exterminaban los excesos concupiscentes del clero relajado.

El mismo Francisco ha dado sus puntadas para comenzar a instaurar una nueva estructura en su Iglesia, la que no pocas veces se ha olvidado del ejemplo auténticamente cristiano de su fundador, para dejarse seducir del boato y del poder terrenal. Es así como hace algunos días en una reunión de periodistas el Papa sostuvo que, “el celibato no es dogma de fe, es un reglamento de la Iglesia”. Y como para que no quedaran dudas de su disposición de ir madurando la idea de actualizar la Iglesia a la modernidad de los tiempos, agregó: “Y no siendo dogma, tenemos la puerta abierta para cambiarlo”. Más claro no canta un gallo, ni siquiera el de la pasión. No siendo dogma y menos habiendo sido trazado por Cristo a través de su palabra evangélica, es conveniente volver a reconsiderar la opcionalidad del celibato, estado eclesiástico que ha sido reclamado por teólogos tan respetados y acatados como Hans Kung.

Hace unos años, en nuestra lejana juventud, leímos un libro -cuyo autor no recordamos- que se llama “Dios Necesita Hombres”. Nos impactó no solo por lo bien escrito sino por su contenido futurista y profético. Es la bella historia novelada de un sacristán, hombre bueno, que vivía dentro de una isla, lejana del continente y quien fuera obligado por la comunidad a posesionarse como cura cuando este desapareció. El obispo, que se enteró del “inaudito hecho” originado en el unánime apoyo de la feligresía que estaba a punto de perder la fe por la inasistencia de los sacramentos, no tuvo otra salida que llamar al sacristán para ordenarlo y así pudiera ejercer a plenitud su ministerio sacerdotal.

Lo que ahora se plantea de habilitar hombres casados para ejercer funciones eclesiásticas que lleven la fe a las tribus más apartadas de la civilización, debería complementarse dándole mayor participación a la mujer en la acción misional y pastoral. La misoginia no va con el sentido de la justicia evangélica. Acordémonos que María Magdalena fue una de las mujeres/discípulas más cercanas al Maestro.

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