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Columnistas | PUBLICADO EL 15 junio 2022

Con los ojos abiertos

En estos momentos de amenazas y de crisis, sería suicida votar en blanco. Estamos condenados a votar por el que menos daño pueda hacerle al sistema democrático y de libertades.

Por Alberto Velásquez Martínez
- redaccion@elcolombiano.com.co

A lo que llegó el país. A verse forzado a votar, en un ambiente de dudas y miedos, con la plena convicción de que sufraga por dos candidatos con debilidades éticas e intelectuales. Uno, quesueña con eternizar su proyecto autocrático y revanchista, con relevos en el gobierno. Otro, que plantea imposibles en su combate contra la corrupción y, además, por su avanzada edad —y sirve esto de consuelo— no alcanza a perpetuarse en el poder. Ambos populistas de tuerca y tornillo.

Colombia está sometida a escoger entre un candidato populista de extrema izquierda, que usa todas las formas de lucha —incluyendo las lícitas— para despanzurrar a sus rivales, y otro, populista de supuesta derecha, atemorizado tanto por las amenazas de muerte como por la responsabilidad que le podría tocar al mando de la Jefatura del Estado. Es la alternativa a la que llevaron al país la irresponsabilidad de los pedazos de partidos tradicionales y los políticos y caciques de nuevo cuño, que no tuvieron capacidad ni voluntad de darle a la sociedad colombiana el hombre adecuado para liderar en el momento preciso los desafíos y soluciones de una sociedad cambiante y exigente. ¡Oh, democracia, benditas seas aunque así nos mates!

A pesar de todas estas circunstancias, el voto en blanco sería hoy un suicidio nacional. En condiciones normales es un voto respetable, de conciencia, de protesta. Pero en estos momentos de amenazas y de crisis, sería suicida ejercerlo. Estamos condenados a votar por el que menos daño pueda hacerle al sistema democrático y de libertades.

Hacía mucho tiempo —quizás desde 1970— que el país no había llegado a las urnas en tal situación de crispación demencial, ni asfixiado por tantas incertidumbres. Preocupan las movilizaciones de líderes de la llamada “primera línea” —amos y señores de los disturbios y paros violentos del 2021— hacia las grandes ciudades del país. El mismo general Vargas, director de la Policía, dice que “se han detectado amenazas para alterar el orden público y ejercer acciones violentas frente a los resultados del 19 de junio”. ¿Está entonces preparado el Gobierno Nacional para enfrentar, bajo el supuesto de que pierda Petro, los motines y asonadas que sus legionarios anuncian como reacción a su derrota? ¿Tiene herramientas jurídicas —desaparecido el artículo 121 de la Carta de 1886 que daba facultades al presidente de declarar el estado de sitio y turbado el orden público en todo el territorio nacional— para proteger la vida, honra y bienes de los inermes ciudadanos? El estado de conmoción interior, consagrado en la actual Constitución, ¿es un instrumento eficaz y suficiente para imponer el imperio de la ley y la seguridad ante un hipotético vandalismo a gran escala anunciado como represalia por una eventual derrota del candidato populista de izquierda?

El país debe estar preparado para lo que se le puede venir. Pocas veces antes nos había cogido la noche en cañadas tan oscuras. Pero en las más difíciles circunstancias es donde se prueba la energía, el talento, de un gobierno para demostrar que no se deja doblegar por los actores del caos 

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