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Columnistas | PUBLICADO EL 14 diciembre 2020

250 años del sublime viejo rascapulgas

Por juan josé garcía posadajuanjogp@une.net.co

(Versión de la nota introductoria a la tertulia del Coloquio de los Libros sobre Beethoven, orientada con la batuta del maestro Gustavo Yepes Londoño. Recuerdo del Mono Villa, Don Gabriel Villa Villa, quien me enseñó a escuchar y querer a Beethoven).

Es irreverente decirle viejo rascapulgas al genio sublime de Beethoven, que nos ha legado a los seres humanos el regalo infinito de la música, pero tal expresión se ajusta a la impronta que me grabó en el corazón y el cerebro desde cuando me encantaron el primer Concierto para violín y piano, la Novena y la Sexta sinfonías, la sonata Claro de Luna y La consagración de la casa.

Siempre he asociado la personalidad de Beethoven, creador humanísimo del universo de la armonía, con la paradoja dolorosa de su sordera, en gran medida la causa de su carácter huraño, de su mal genio proverbial y de las reacciones bruscas y agresivas con que maltrataba a los amigos

Media vida de Beethoven discurrió con ese sello inconcebible que le impedía captar el canto de los pájaros y la música del campo. Más desgarrador todavía, lo privaba de escuchar las propias notas que brotaban de sus emociones y sentimientos, de su espíritu iluminado y su conciencia de la libertad y la fraternidad humanas. El Beethoven del Iluminismo, el defensor de la igualdad y los derechos humanos, el admirador desconcertado de Napoleón, que prefirió tachar la dedicatoria de la Heroica porque no podía concebir que Bonaparte hubiera determinado coronarse, como “un hombre vulgar”.

Al viejo cascarrabiasn se le subían los humos, como cuando se negó a subtitular los tríos para piano con la indicación de que era “alumno de Haydn”, quien fuera su gran maestro. El mismo Beethoven irascible era el tierno personaje que le escribía a su Amada Inmortal (Giulietta Guichardi, la escritora Bettina Brentano, quién sabe cuál de tantas había de ser en la lista de sus biógrafos Solomon, Romain Roland o Emil Lwdvig), o que se dolía de su limitación acústica en el temprano Testamento de Heiliginstadt.

Ese Beethoven que desde hace 250 años embruja la atmósfera del planeta con su mensaje universal de paz y bien, era protagonista de incidentes nada amistosos con sus contemporáneos en el arte de la música, hasta con Mozart, con Cherubini, Haydn, Hummel, Liszt, Rossini o Schubert. El que le compuso a Goethe, el genio de las letras, la obertura para Egmont, aunque criticaba la simpatía del escritor con la ostentación de la corte. Muy diferentes eran los caracteres de Beethoven y Goethe.

Admiración, gratitud, sí, veneración, tres palabras de valor inconmensurable, que tallan la horma de los sentimientos, las emociones y los conceptos que nos despierta Beethoven, el sublime cascarrabias, o rascapulgas.

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