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Para hacer una analogía sobre lo que significa la Guerra de Afganistán para Estados Unidos, el historiador Christian Appy —autor de numerosos libros sobre conflictos y docente de la Universidad de Massachusetts— utiliza el concepto de ‘fin’ y recuerda cómo se usó en otras épocas, en que esa idea era ansiada por la mayoría.
“Puede imaginarse lo que será / tan ilimitado y libre / desesperadamente en busca / de alguna mano extraña / en una tierra desesperada”.
Recordando las letras de la canción The End (El Fin), de The Doors, el académico asegura que Vietnam debió haber sido una advertencia para Estados Unidos sobre los peligros de embarcarse en una guerra prolongada y compleja, en la que los finales llegan como un rotundo fracaso celebrado con alivio.
“El fin de esa guerra —un tiempo de devastadora derrota para Estados Unidos y alivio, si no liberación— ofrece un indicio de lo que puede venir cuando otros finales lleguen a nuestros truncados conflictos en el Medio Oriente”, afirma en su artículo “Cómo convertir una pesadilla en un cuento de hadas: ¿tendrán Irak y Afganistán el mismo libreto final que Vietnam?” (2015).
“Cuando el fin llegue a la Guerra de Afganistán, mentiras piadosas, amnesia intencionada y revisionismo rampante están destinados a sucederla, mientras que los restos de búsqueda de la verdad quedarán por ser vistos. Tristemente, una canción con ya casi 50 años podrá ser el mejor lugar para empezar”, sentencia.
Puede que Afganistán no haya sido ese fracaso rotundo, y que haya tenido una justificación mucho mayor —entre tantas otras diferencias con la fallida experiencia estadounidense en las selvas de Indochina—, pero sí hace que los estadounidenses recuerden la inútil perpetuidad de Vietnam.
El pasado 6 de julio, el presidente estadounidense, Barack Obama, tuvo que frenar uno de sus planes más acérrimos y decididos: el retiro de tropas norteamericanas de tierras afganas.
“La situación de seguridad sigue siendo precaria. Aunque han mejorado, las fuerzas afganas de seguridad todavía no son lo suficientemente fuertes. Los talibanes siguen siendo una amenaza. En algunos casos han ganado terreno”, dijo en rueda de prensa.
Con esto, decidió que 8.400 efectivos estadounidenses permanezcan en dicho país hasta el final de su mandato, como carta de seguridad en caso de que el escenario nuevamente empeorara.
Un mes después, el 25 de julio, un informe de la Misión de Naciones Unidas para Afganistán confirmaba esa realidad. Los datos de víctimas civiles en el conflicto, tanto de muertos como de heridos, revelan que 2016 está siendo el peor año desde que en 2009 empezaron a recolectarse datos. Al menos 1.601 personas murieron y 3.565 resultaron heridas durante los primeros seis meses del año.
El estudio se publicó apenas dos días después de que un atentado del Estado Islámico —un nuevo y aterrorizante actor en esta guerra— dejara 80 muertos y 231 heridos en la capital, Kabul (23 de julio).
El 20 de agosto, tras fuertes y prolongados enfrentamientos, los talibanes se hicieron con el control de Janabad, crucial para su predominio en la región de Kunduz, ya que la conecta con el resto del país.
Con mayor autonomía tras el gradual proceso de retirada de tropas de EE. UU. y la Otan, pero con menos experiencia y conocimiento militar, las fuerzas afganas han tenido sendos problemas no solo en cuidar territorios bajo su control, sino en retomar los que los talibanes han ido invadiendo. La imagen también vuelve a traer recuerdos de lo ocurrido en Vietnam tras la denominada “vietnamización” de la guerra.
Así, las fuerzas del gobierno pasaron de controlar el 70 % del territorio al 65 % en los últimos cuatro meses, según un informe militar del Pentágono citado por el diario El País de España. El periodista estadounidense Bill Rogio, editor de The Long War Journal (El Diario de la Larga Guerra), es más pesimista y sostiene que mientras que un quinto del territorio del país está en manos de los talibanes, su influencia es visible aún en medio Afganistán.
Los talibanes —como movimiento extremista armado, en control de un territorio— se resistieron a desaparecer durante 15 años que cumplirá la Guerra de Afganistán el 7 de octubre. Sin importar el poder de fuego de la alianza gobierno - Otan, la tecnología militar, y su respaldo internacional, los extremistas que alojaban a Al Qaeda en 2001 mantienen su control directo sobre numerosas zonas del país. ¿A qué se debe el fracaso de la lucha? EL COLOMBIANO abordó con expertos estos y otros interrogantes.
“En primer lugar, se debió al fracaso de la consolidación de un Estado democrático afgano por el abandono de la comunidad internacional tras el fin de la invasión soviética en 1989. También es el fruto de peleas tribales y sectarias dentro del país. En tercer lugar, el ascenso de los radicalismos islámicos en distintas regiones. Y por último los errores de la denominada “Guerra contra el terror” en territorio afgano”, afirmó Víctor de Currea-Lugo, docente de la Universidad Nacional y experto en conflictos internacionales.
El imam Julián Zapata, cofundador del Centro Cultural Islámico, coincidió: “Afganistán es un país de una fuerte diversidad cultural y étnica, eso en principio hace muy difícil estabilizar todo en un solo sistema. Pero más allá de eso, hay un elemento de radicalización de las madrasas (escuelas islámicas), controladas por la ideología salafí - wahabí, con el apoyo de distintos países, lo que da una base de apoyo a los talibanes”.
“En principio Occidente respaldó a esta ideología extremista en Afganistán con el pretexto de combatir y expulsar de allí al comunismo de la Unión Soviética (1979 - 1989). Pero las potencias no se dieron cuenta de que venía algo peor. Ahora que los occidentales los combaten, los servicios secretos de países como Pakistán y Arabia Saudita han sido señalados de apoyar directamente a los salafistas”, agregó Zapata.
Tras los ataques del 11 de septiembre de 2001, el gobierno estadounidense no tuvo muchas dificultades en decidir la invasión sobre Afganistán, ante la magnitud de los crímenes planeados y perpetrados por Al Qaeda y la negativa del gobierno talibán a entregar a su máximo líder, Osama Bin Laden. No obstante, ambos expertos tienen claro que no se previó en Washington un escenario como el de hoy, o al menos dicha idea no pesó en las consideraciones.
Aprovechando el vacío de poder, y la incertidumbre que nunca se fue completamente de distintas zonas del país, el Estado Islámico tiene hoy influencia y hasta control de algunos lugares. “Sin duda aprovechan que no hay un Estado de derecho y social, ante el fracaso de la promesa de Occidente de estabilizar dicho país”, señaló De Currea-Lugo.
15 años después de iniciada la intervención de EE. UU. y sus aliados en Afganistán, se señala el apoyo de distintos actores financieros oscuros como una de las principales razones de la perpetuación del terror talibán en tierras afganas. En el principio, lo que ahora es una obviedad, no se tuvo en cuenta ni tuvo carácter prioritario.
“Los talibanes nunca fueron vencidos por una razón muy sencilla. La ideología que les dio origen nunca fue enfrentada. No importa el nombre que se le coloque a los distintos grupos extremistas que están allá hoy (incluido el Estado Islámico). Si no se aborda el apoyo que reciben en financiación e ideología —desde emiratos y reinos árabes—, no se ataca el origen del problema. Mientras no se haga eso, no se garantiza el éxito de cualquier pacto entre las tribus del país para estabilizar el territorio”, consideró Zapata.
Para el experto, la mayor prueba de que la financiación y adoctrinamiento es la raíz del problema es que “el salafismo no es la secta islámica mayoritaria en Afganistán, ya que en dicho país los hanafis (sunitas moderados) son muchos más”.
“Por lo tanto, es evidente que ser minoría no es un problema para ellos cuando cuentan con cuantiosa financiación y suministro de armamento desde el exterior”, advirtió.
EE. UU. entró a esta guerra con justa causa, pero como con los demás escenarios de la “Guerra contra el terror”, no supo cómo bloquear el millonario apoyo que ese demonio recibía. Afganistán es tal vez la prueba reina de ese error de cálculo, una vieja advertencia de lo que el mundo vive hoy.