Ser profesor es una vocación casi sagrada, jamás una oportunidad para salir del paso mientras resulta algo mejor.
Quién no recuerda a ese ser maravilloso que le enseñó a leer, a aquella hada o mago del que salían palabras, juegos, o números mágicos.
En un momento como el actual, donde la necesidad a veces es más apremiante que la vocación, no son extraños los resultados de la primera prueba nacional aplicada para determinar qué tan bueno es el nivel de enseñanza de la nueva generación de profesores, realizada por el Ministerio de Educación.
En la misma se rajó el 77 por ciento de los docentes. Es decir, de cada cuatro que presentaron la prueba, que además servía para subir en el estatus del escalafón docente, sólo uno la aprobó. Lo que faltaba.
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