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Producción agroecológica, una alternativa de vida

28 de abril de 2009
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Si de conocimientos académicos se trata, Carlos Enrique Osorio, podría calificarse como un hombre casi analfabeta. Pero don Carlos Enrique estudió en el libro de la naturaleza o la vida y ese pequeño detalle lo tiene hoy dictando cátedra de agroecología a estudiantes, profesores universitarios, e incluso, a expertos internacionales.

La parcela de Carlos Enrique, una hectárea de tierra, está localizada en la verdad La Milagrosa de El Carmen de Viboral. De ella obtiene todo lo que un hombre necesita para vivir, de manera digna, con su familia y en armonía con la naturaleza y sus ciclos de vida.

Con los productos que extrae de la tierra surte una tienda que solo abre los sábados, con gran demanda entre los lugareños que le reconocen su trabajo agroecológico, toda una revolución cultural en una región donde el químico impone su fuerza productiva, pero al mismo tiempo su paso erradicador de toda forma de vida ajena o propia; benéfica o plaga de los cultivos, además de sus incidencias en la salud de los seres humanos.

Cadena productiva
Cada planta, cada animal, vertebrado o invertebrado; cada flor, sus colores y olores; el sol y su energía; la noche y sus lunas o inmensidades, aparecen incorporadas al trabajo diario de este experto.

En su parcela, Carlos Enrique parece con aires de chamán o dotado de conocimientos superiores en su contacto con la tierra. Ni lo uno ni lo otro. Simplemente es un observador consagrado en cada detalle del ciclo productivo, animal o vegetal. Entre los mosquitos conoce cuál beneficia a sus flores, hojas y frutos y cual es el dañino; entre las abejas la melíferas abundantes y melíferas a medias...

El recorrido productivo a la parcela comienza con un cultivo de lombriz de tierra, son cientos de miles de estos invertebrados, que llegaron al mundo millones de años antes que el hombre, los encargados de transformar las excretas de los animales y excedentes de los cultivos de la parcela en humus, un abono tan poderoso que puede remplazar hasta en un 80 por ciento, las formas tradicionales de fertilizar la tierra.

Fiel a su trabajo agroecológico, no utiliza ningún tipo de elemento químico para combatir las plagas o aumentar la producción.

Como en este tipo de proyecto el ingenio es rey. Se inventó su propio secador solar para sus flores y hojas aromáticas. En un pequeño semillero maneja más de 30 variedades de plantas medicinales, aromáticas, captadoras de la energía solar, productoras de nitrógeno, controladoras de insectos dañinos y plagas.

Cada planta tiene su ángel protector dentro de la misma naturaleza, dice Carlos Enrirque. En el caso del tomate defiende su cultivo sembrado cerca de las matas cilantro, que ahuyenta la palomilla blanca, principal verdugo de la cosecha; y la riega con hojarasca, que elimina la mancha, otro de los males del fruto.

Otra planta protectora para los cultivos principales del predio es la cicuta, que contiene un potente veneno capaz de acabar con la vida de un hombre, y de numerosos insectos dañinos, pero que por cosas de la naturaleza, es néctar para los insectos benéficos.

Para proteger sus semilleros y cultivos de repollo, brócoli y otros, mantiene a raya o casi desterradas a las babosas. Para ello, recoge algunos de estos animales, los sacrifica y sus despojos los mete dentro de un frasco con agua por varios días. El líquido resultante lo esparce por las huertas y las babosas, al sentir el olor de su propia muerte desaparece sin dejar rastro.

En su parcela, Carlos Enrique cuenta con dos invernaderos, uno de ellos entregado por un profesor universitario, quien le puso como tarea pagárselo con una hora de trabajo diario, escribiendo en un diario, toda su experiencia productiva en el mismo. Al final este cuaderno demostrará al profesor si el invernadero es productivo o no.

En materia de cultivo de fríjol el paso por la parcela desconcierta hasta el más verraco de los paisas. En total, Carlos Enrique trabaja con veinte variedades de fríjol, de distintos colores, algunos de vida eterna, otros pasajeros y todos con sabores exquisitos.

En la salida de la finquita, si así se puede llamar, hay un galpón de gallinas que ponen huevos azules, y dos vacas, una de ellas una paturra criolla, que dejan a su propietario unos 25 litros de leche diarios. Estos animales se alimentan con todo lo que sobra en la finca y de paso, aportan con sus excretas el alimento para las lombrices. El trabajo no termina aquí, son muchas otras cosas las que este hombre, sin pasar por una universidad, ha hecho para demostrar que se puede trabajar con armonía con la naturaleza y respeto al medio ambiente.

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