¿Todavía se acuerdan de Luis Santiago? Esta semana nos sacudió su muerte. Hace tres semanas fue la de Karen Manuela, víctima de un violador, pero ya la habíamos olvidado. Casos como estos se dan silvestres con más frecuencia de la que quisiéramos, sólo que tenemos memoria de pollo o estamos anestesiados, una de dos.
En ambos escenarios la reacción de la comunidad fue igual: personas exaltadas querían hacer justicia por cuenta propia, con la misma violencia de los asesinos. Todos a su manera pedían venganza, sangre, silla eléctrica, lapidación, guillotina, sometimiento al escarnio y, a falta de motosierra, castración casera con un cortaúñas caliente para los culpables.
Ahora se pide pena de muerte o cadena perpetua, pero la primera está prohibida por la Constitución; la segunda no está contemplada en el Código Penal y dudo, con el perdón de los señores encargados de la justicia, de su capacidad para impartirla, porque se piensan cosas cuando un mensajero tocanalgas es condenado a cuatro años de prisión, mientras los delincuentes de cuello blanco pagan sus delitos en la comodidad de su casafinca.
Creo que hay que decir no rotundo a la pena de muerte, no necesariamente por razones religiosas, sino prácticas, porque condenar a la muerte es cometer otro crimen y frente a todos los años posibles de cárcel, morir sería el premio gordo para los bandidos. Tampoco son justas las condenas irrisorias rebajadas a la mitad dizque por buena conducta, que a veces está representada en recoger las basuras del patio de la cárcel.
Parece que cada colombiano tuviera por dentro un delincuente dormido dispuesto a despertar en cualquier momento. Dicen que los buenos somos más, pero vuelvo a tener dudas. Me cuesta creer que seamos tan buenos pero tan incapaces de formar hombres de bien, y sin querer ser ave de mal agüero, se ve lejos un cambio que reivindique el valor del ser humano y de la vida como el bien más preciado. ¿Dónde estará la solución? ¿En cada uno? ¿En la familia? ¿En la escuela? ¿En el Estado? ¿En todas las anteriores?
Para no sumirnos en la desesperanza tenemos que empezar por revisar los patrones de crianza y de educación que reciben nuestros niños. Necesitamos más padres de familia, maestros, medios de comunicación y políticas de gobierno comprometidos hasta los huesos con principios y valores, sin pausa, con prisa, dispuestos para la vida, para el respeto y para la convivencia.
Soy una mamá con posibilidades amplias de ser también abuela y no cejo en mi empeño de tener un país decente y seguro para las generaciones que están pidiendo pista. Nunca es tarde para empezar a cambiar los paradigmas equivocados. Tal vez algún día logremos que haya más nueces que ruido en la solución de nuestras problemáticas sociales. Depende de todos.
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