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Las paradojas en la UE

La crisis económica mundial, aún no superada, y las revueltas sociales en Oriente Medio y el Norte de África han hecho tambalear dos de los pilares fundamentales sobre los que se construyó la Unión Europea: el euro y el Acuerdo Schengen. A los rescates financieros con apretón social incluido, se suma ahora el lío por los controles fronterizos, no exentos de xenofobia, para detener los flujos migratorios.

17 de mayo de 2011
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Dos de los principales pilares sobre los que descansa la Unión Europea (UE), el euro y el Acuerdo Schengen sobre migración, están haciendo agua y no se ve unidad de mando para recuperar la estabilidad que durante algunos años vanaglorió al llamado Grupo de los Veintisiete.

La profunda y no resuelta crisis económica de la zona euro, con países como Grecia, Irlanda y Portugal, sintiendo en cuerpo propio el apretón internacional del rescate financiero, y otros como España, disipando los fantasmas del déficit fiscal y el alto desempleo, ahora tiene un problema adicional: los controles fronterizos que, unilateralmente, están imponiendo algunos países de la comunidad, en un claro golpe al Acuerdo Schengen.

Primero fue Francia el que decidió cerrar una parte de su frontera con Italia para detener el flujo migratorio que a borbotones le estaba llegando por cuenta de las revueltas en Oriente Medio y el Norte de África, y ahora es Dinamarca el que pone candado a sus fronteras con medidas de control de alto contenido xenófobo.

El apretón fiscal que han debido dar por parejo todos los países de la UE ha estado sustentado, en parte, en el recorte de cientos de miles de puestos de trabajo y beneficios sociales, debido a exigencias del Banco Central Europeo y del Fondo Monetario Internacional (FMI), lo que ha generado fuertes disturbios y manifestaciones, no exentas de rechazo y violencia contra los inmigrantes, vistos ahora como "enemigos" por ocupar plazas laborales que deberían ser para los "nacionales".

La diáspora de tunecinos, egipcios y libios que se viene dando desde cuando estallaron las revueltas en Oriente Medio y el Magreb, sumadas a la amenaza terrorista por la muerte del líder de Al Qaeda, Osama Bin Laden, tienen disparadas las alarmas europeas y atomizadas las posiciones sobre cuál es la mejor forma de enfrentar el desafío migratorio.

Está en juego la solidez del Acuerdo Schengen sobre libre movilización dentro de la Comunidad y la coherencia de la UE respecto de los costos que asumió cuando decidió apoyar una intervención militar en Libia.

Los precedentes que se abren con la decisión de Dinamarca de reinstaurar los controles fronterizos, y el asumido por Francia e Italia de modificar el Tratado Schengen y decretar una suspensión temporal, ponen en entredicho los alcances y las fortalezas de una integración comunitaria que buscaba, precisamente, actuar como bloque ante los desafíos de la globalización.

Lo evidente es que hay factores internos, de alto voltaje político y cálculo electoral, que no se logran manejar consultando la voluntad de todos. En el caso Dinamarca, por ejemplo, llama la atención que sean grupos de extrema derecha los que fijaron los controles, y que en Francia e Italia, el problema migratorio sea utilizado con fines políticos y electorales, desconociendo los mínimos de protección y solidaridad que están contenidos en la Constitución Europea.

Así como el euro es el escudo para la economía de la Comunidad Europea, el Acuerdo Schengen tiene que ser el motor de su cohesión comunitaria, y no la excusa para su fragmentación.

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