El primero de julio pasado se sentaron a conversar sobre las ideas de la Tercera Vía y frente a un selecto grupo de empresarios: William J. Clinton, expresidente de los Estados Unidos; Anthony Blair, exprimer ministro de Inglaterra; Felipe González, exprimer ministro de España; Fernando Enrique Cardoso, expresidente de Brasil; Ricardo Lagos, expresidente de Chile y, su anfitrión, Juan Manuel Santos, presidente de Colombia.
El evento en sí mismo dejó en claro cuatro cosas: la capacidad de convocatoria internacional del actual líder de la Nación, el apoyo contundente de los exmandatarios al Proceso de Paz colombiano como un bien importante para el país, la región y el mundo, la estructura filosófica detrás de las políticas del presidente para su segundo periodo en el poder; y el abanico de posibles implicaciones para los empresarios detrás de la Tercera Vía.
La Tercera Vía, según el presidente Santos, trata de una concepción del papel del Estado en la que se toma un camino pragmático entre las dos tendencias políticas que dividían el siglo XX: el Neoliberalismo y el Socialismo. Tiene cuatro valores anclas, afirmó: el reparto equitativo de la riqueza, la igualdad de oportunidades, la responsabilidad y la solidaridad. Para lograr estos retos el mercado se compromete hasta donde le sea posible y el Estado hasta donde le sea necesario. Añadió también que la Tercera Vía promueve un gobierno sensato y decente, contrario al radicalismo y al sectarismo. Entonces convocó a la unión.
El expresidente Clinton recordó los tiempos del Plan Colombia, y mencionó la evolución natural que se presenta al pasar de estar en la oposición a la posibilidad de construir aquello en lo que se cree. Hoy -afirmó- Colombia no llegará al final si no logra terminar el conflicto y añadió que el pueblo colombiano debe esperar resultados incompletos ya que se trata de un proceso. Incluso enfatizó: “No hagan lo perfecto enemigo de lo bueno”.
Por su parte el exprimer ministro Blair reafirmó que los principios de la Tercera Vía son los mismos, no cambian nunca, lo que sí cambia y debe entender la política es su práctica ya que la realidad es dinámica y esta debe entenderla. Los líderes se deben motivar desde el corazón, pero gobernar desde la cabeza. Insistió en la importancia de preparar al país para las dificultades que le vienen teniendo un plan claro y haciéndole ver al pueblo el potencial de construir La Paz.
Las elecciones presidenciales mandaron un mensaje claro al primer mandatario. La mayoría de las personas que votaron -no de las que tienen derecho a votar- apoyan que se continúe con un Proceso de Paz. Por otro lado, quienes votaron desde la oposición lo hicieron con suficiente fuerza electoral para que el Presidente entienda que debe hacer ajustes a su gobierno y actuar con “prudencia y decencia” ante ellos.
La Paz es un bien mayor que requiere la UNIÓN de la sociedad y que el primer mandatario sea el presidente de TODOS los colombianos. Hoy que se negocia el tema de las víctimas y de cómo encontrar un equilibrio entre justicia y paz sin dar impunidad. El gobierno tiene la obligación de estructurar una estrategia transparente para que Colombia encuentre dentro de su identidad, valores, razón y emoción, la manera de vivir el duelo para que, sin pretender olvidar el pasado, perdone y se comprometa e ilusione con la difícil y espinosa ruta que implica el fin del conflicto armado y la construcción de una paz que los colombianos avalemos por convicción.
Las ideas de la Tercera Vía han sido aplicadas por cada uno de los invitados a Cartagena durante sus gobiernos, naturalmente con adeptos y contradictores. La aplicación de sus ideas en nuestro territorio requiere de un diálogo educado y transparente con la sociedad para que se haga dentro de la ilusión de un futuro y la visualización de las oportunidades post conflicto. Nada fácil pero ese el reto que prometió liderar el gobierno Santos.
LA PAZ SÍ, PERO NO A CUALQUIER PRECIO NI EN MEDIO DE ASESINATOS
ÁLVARO URIBE VÉLEZ
Expresidente. Apartes de la carta que envió a los expresidentes que asistieron.
Agradecemos su noble acto de solidaridad con nuestra Nación, al expresar interés porque Colombia, un país largamente atormentado por el terrorismo, alcance la paz. Desde el Centro Democrático, al igual que todos los colombianos, también anhelamos la paz, pero no una paz a cualquier precio ni en medio del asesinato de los colombianos. Hoy la realidad de Colombia es otra. Durante las negociaciones entre el gobierno del presidente Juan Manuel Santos y las Farc, las acciones criminales de ese grupo terrorista se han incrementado en contra de los colombianos y del futuro de las nuevas generaciones, como lo demuestran las cifras de asesinatos, secuestros y ataques contra la infraestructura del país. La reglamentación que enmarca la negociación con la organización terrorista Farc deja abiertos y facilita los espacios para la impunidad. La paz sin mínimos de justicia es efímera y dañina, lesiona los derechos de las víctimas y atenta contra la propia legitimidad del Estado. Las nuevas normas dan elegibilidad no solamente al rebelde sino también al narcotraficante, secuestrador e incluso a quien haya incurrido en graves violaciones al Derecho Internacional Humanitario. Aquello compromete la paz de nuestro país en el largo plazo.