Durante la ruidosa alborada con que en Medellín se intenta dar, equivocadamente, la bienvenida al mes de diciembre, mi insomnio se vio agobiado por pensamientos dolorosos. Mientras aquí estallan petardos y voladores (y disparos al aire, por si acaso), en esta misma noche y durante el tiempo navideño, en muchos lugares del mundo (y otros no tan lejanos de esta misma ciudad) revienta otra pólvora que no es inocente, que no es expresión de alegría, sino que busca torvamente el corazón de una víctima, de miles de víctimas, y llena el aire de un doliente aroma de muerte y de tragedia.
Navidad es alegría. Lo predican, lo siente uno, lo gritan contra la soledad a voz en cuello los felices, lo aceptan en un remanso de resignación melancólica los tristes. Sólo está permitido hablar de alegría.
En estos días navideños, la inocencia de los niños corretea por calles y parques, las familias reunidas husmean motivos de ternura entre el licor y la música, y el aire se puebla de evocaciones y gozos inéditos. Con Dios, sea dicho sin ofender, brillando por su ausencia, aunque tenido en cuenta tal vez por simple inercia cultural.
La pólvora de tal manera se apodera de la noche, que parece que estuviéramos metidos en un campo de batalla, en un bombardeo. Y resulta que mientras en la semioscuridad de los hogares las instalaciones navideñas hacen guiños multicolores y las calles destellan con el esplendor de su iluminación, en otras partes del mundo, del país, de esta ciudad, la guerra es una hoguera que no se apaga.
El mundo es un pesebre plagado de misiles, de armas y de guerreros, no precisamente soldaditos de plomo. La muerte, aguinaldo trágico, se volvió traído y juguete. ¿Es aún posible la alegría? Navidad y guerra son dos palabras que se contradicen, que no se compadecen, pero que suelen juntarse dolorosamente. ¿O será que uno es un ser indefenso ante la alegría y la tristeza, ante la vida y la muerte?
En eso pienso, apabullado por el aturdimiento ruidoso de esta alborada de diciembre en Medellín. Detrás de la explosión de los petardos siento los aullidos de dolor de los que caen en el frente de batalla. Detrás de los gritos de satisfacción de quienes celebran con papeletas y voladores la llegada de un mes de alegría, de una época de paz, descubro el estallido de las armas que son disparadas para matar.
Pido a Dios que la fe en el misterio religioso que en estos días se conmemora, no nos deje diluir la esperanza y nos salve del naufragio del pesimismo.
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