No hay nada nuevo bajo el sol. Aparte de volver a los duros tiempos de la recesión y de regresar a las épocas de la piratería en alta mar, con abordajes dignos de Drake o del Capitán Garfio, hay que sumar el hecho de que hoy son presas de la esclavitud en el mundo 27 millones de personas, según cifras de la ONU.
Los 27 millones apenas deben ser el pico, si uno se remite a lo que dice la relatora de la ONU contra la esclavitud, Gulnara Shahinian, sobre cómo esa miserable forma de explotación está amarrada "a pobreza, exclusión, marginalidad, falta de educación y corrupción".
Semejante coctel es esclavitud pura, antes que fórmula por la cual los desposeídos terminan, como salida desesperada, en manos de los faraones de las pirámides o de las fauces de los traficantes de personas.
Hace poco, en un trabajo conjunto de varios diarios populares de la red Q'hubo, sondeábamos los ingresos y las costumbres de colombianos del estrato uno en diferentes ciudades del país. Y lo que encontramos es que no se le puede llamar dignidad ni mucho menos libertad a quienes malviven como ellos.
Por ejemplo, los López Cano (María y sus dos hijitas), de Moravia, en Medellín, comen dos veces al día y a veces una sola, porque, por encima de todo, hay que pagar los 120 mil mensuales de arriendo.
O los Cuero de Cali. Él, John Jairo, su esposa, María Elena, y sus cuatro hijos, en Brisas del Comunero, en Aguablanca. El jefe del hogar no tiene empleo desde hace cuatro años. Arroz con huevo y pan con café es el menú. No tienen agua ni energía.
O los Ocampo Pineda de Pereira, que estiran los veinte mil diarios, cuando José Gregorio hace el milagro de encontrar trabajo de albañil. Tampoco ven las tres comidas al día. Engañan el hambre con un radio o con la televisión de la vecina.
Es la misma esclavitud de 200 años atrás por la que pasa Cándida Luz Herrera en Bogotá, en Ciudad Bolívar, un lugar muy diferente a su natal Caracolí, de donde la trajo, no la migración sino el desplazamiento. Sus tres hijos se levantan con bienestarina y se acuestan con el único juguete: un perro feo, flaco y fiel.
Está claro, pues, ex ministro Alberto Carrasquilla, que su propuesta de reducir el salario mínimo, dizque porque es "ridículamente alto", no afecta a los Ocampo, a los López, a los Herrera y a los Cuero. Al fin y al cabo no tienen nada y nada les pueden quitar. Pero cuéntenos, ¿cuánto hizo usted por ellos cuando fue Ministro de Hacienda? Ah, ¿y por los de salario mínimo?
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