¿Quién en esta temporada no rememora las vivencias de su niñez? Sinigual evocación, porque aquellos momentos vividos han dejado su huella a lo largo de nuestra vida. En mi caso y estoy segura que en el de muchos de los lectores de esta columna, la Navidad significa reencuentro, alegría a veces acompañada de tristeza por el recuerdo de los que tanto queremos y ya no están; también es momento para dar y recibir, para compartir con la familia, los amigos y ojalá con todos los que están a nuestro alrededor.
En verdad emociona recordar aquel pesebre inmenso ante nuestros ojos infantiles: ovejas de barro y pastores que hacíamos con el abuelo, lo que significaba trabajo para varios días; luego las excursiones a recoger el musgo en las montañas (horror ecológico hoy), buñuelos y natilla, villancicos, comedias y, por fin, esa noche mágica del 24 de diciembre que parecía no tener fin, llena de misterios, el mayor de todos, ese pequeño niño que cargado de regalos aparecía en la mañana del 25.
Navidad, como bien sabemos, es una de las celebraciones más importantes del cristianismo en la cual se conmemora el nacimiento de Jesús, Hijo de Dios, en un establo de Belén. Para el catolicismo no es solo un día, sino una temporada de fiestas con un tiempo de preparación, llamado Adviento o período de espera, que inicia cuatro domingos antes del 25 de diciembre. Se acostumbra celebrar varias eucaristías en Navidad, con distinto contenido según su horario: Misa de Gallo o Celebración de Medianoche, Eucaristía de la Aurora, y la de Mediodía; antes o después de esta última, el Papa da el mensaje Urbi et Orbi a todos los fieles del mundo.
Hoy, al meditar en esta bella celebración y en los aprendizajes que año tras año en ella tuvimos, nos preguntamos qué conservamos de esta hermosa tradición y al mismo tiempo qué le hemos aportado o cuál es su sentido en un tiempo de crisis ética y moral como el que vivimos. ¿Cuál es la imagen de Dios y de Jesús que tenemos y celebramos? ¿Por qué seguimos buscando ese niño Dios fuera de nosotros?
En el Centro de Fe y Culturas que sigue consolidándose como un espacio para la reflexión y las acciones que promuevan la construcción de una sociedad justa, en el cual se reconozca la dignidad de todas las personas, hemos escuchado respuestas que nos conmueven. Y es ese lugar, desde donde hago una invitación amorosa a vivir esta Navidad con sentido cristiano, de tal manera que podamos salir de nosotros al encuentro del otro, de ese otro que como bien lo decía la Madre Teresa de Calcuta, puede ser el "hermano" a quien escuchas, sonríes, respetas, aceptas como es y das la mano cuando lo necesita. Y lo más importante, continuar cultivando día a día, el espíritu navideño, sin limitarnos a un momento o fecha en particular. ¡Feliz Navidad!
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