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Entre criterio y polarización

La catarata de epítetos, insultos y descalificaciones ha ido más allá de las campañas políticas. Ha permeado la vida cotidiana y afectado la convivencia. En esto el lenguaje nunca es irrelevante.

  • ILUSTRACIÓN ESTEBAN PARÍS
    ILUSTRACIÓN ESTEBAN PARÍS
12 de junio de 2014
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Las palabras, las imágenes y la verdad son esencia del periodismo. Las palabras y la acción para el bien común son esencia de la política. Con palabras se relata la historia, se cuenta lo que muchos preferirían ocultar. Con ellas se entusiasma y se hiere. Con ellas se forman consignas y eslóganes, se revela la realidad objetiva, se tuerce la lógica o se desvía la razón.

La campaña electoral que termina en las próximas horas en nuestro país, con la definición final sobre elección del presidente, ha mostrado la misma cara turbia que tanto se ha reprochado en otras elecciones (no sólo aquí en Colombia), pero esta vez con elementos nuevos.

El protagonismo de las redes sociales se ha incrementado al punto de hacer de ellas un factor ineludible para el proselitismo, la divulgación, pero también como herramienta de pugnacidad, insulto y bajeza. Y el uso de la tecnología ha facilitado también infiltraciones, matoneo psicológico, espionajes e interceptaciones, conductas más propias de grupos ilegales que de campañas políticas.

Las opiniones de los columnistas, periodistas y comentaristas han abarcado todas las aristas posibles, fluctuando entre la objetividad y el proselitismo militante; entre el aporte analítico para explicar las cosas hasta la propaganda abierta y tendenciosa.

No es necesariamente negativa esta circunstancia. Podemos presumir de la vigencia de la libertad de expresión y del disfrute de un ámbito de pluralidad de opiniones. Ambos derechos cobijan y amparan incluso las expresiones chocantes y desproporcionadas. Lo que sí no admiten son las falsedades evidentes o soterradas, las manipulaciones groseras, la reducción de las tesis del contrario a caricatura grotesca.

La visceralidad del lenguaje político se trasladó a parte de la prensa. Intelectuales que hace pocos meses pedían moderación y buen juicio naufragan ahora en las procelosas aguas de una pasión política desbordada, con la descalificación y la estigmatización más burda de quienes no adhieren a su propia fe.

Porque hemos llegado al punto de que se ha pasado de las simpatías políticas a la conversión de las tesis partidistas en materia de fe. Desde las dos campañas se reduce al contrario a simplificaciones absurdas que ofenden la inteligencia, abandonada ésta por el afán de pisotear a quien no piense igual.

La radicalización de las posturas ha llegado al punto de que en ámbitos que deben ser propicios para el encuentro, como las familias, las amistades o los colegas, se hayan colado elementos disociadores que generan rupturas o incluso miedo. Hay temor a expresar libremente simpatías políticas, ante el riesgo de recibir la réplica colérica de quien cree que su posición es inobjetable e impermeable a la argumentación y a la sana crítica.

Etiquetas y calificativos se lanzan sin mayor reflexión, en abierta pugna con la realidad de las cosas, que una mirada desprovista de anteojeras ideológicas pudiera ubicar en su justa dimensión: "castrochavismo", "fascistas", "farcsantos", "extrema derecha", "traidor", "uribeños", "leninistas", "los de la mano negra", "Centro Demoníaco", "delincuente", "guerrerista", y un largo y denigrante etcétera.

Un radicalismo con nefastos antecedentes y consecuencias en Colombia, en cuanto niega la dignidad del contrario o del discrepante.

Las campañas son terreno proclive a encender los ánimos y exacerbar agresividades. Ojalá las rupturas ocasionadas no se eternicen como odios enconados. El domingo elegiremos una opción política. No optaremos entre el bien puro y el mal total, ni entre la gloria o la fractura total de la democracia.
Contraposición

EL ESTILO URIBISTA DE CAMPAÑA Y EL TEMA DE LA PAZ POLARIZAN Y GENERAN PASIONES

Por CLAUDIA LÓPEZ HERNÁNDEZ
Politóloga. Senadora electa por la Alianza Verde


Uno siempre quisiera que el lenguaje fuera moderado y preciso, pero en campañas tan polarizadas como esta... Yo creo que es la campaña más agresiva, más mentirosa, más sucia de la que yo tenga memoria. Y eso ha sido así por varios factores: el estilo de campaña uribista, que se basa en el miedo, en la guerra, en el odio, en la venganza, que nunca usa un lenguaje constructivo. Y segundo, está el tema de la paz, que polariza en Colombia, que genera pasiones y tensiones. Si no fuera así, la paz con las Farc la habríamos hecho hace 40 años. Todos tenemos grandes emociones alrededor de ella (la paz), nos conmueve, polariza y espanta.


Imparcialidad en los medios de comunicación hemos tenido muy poca. Los grandes medios televisivos y radiales han sido militantes y no han ocultado que están con Santos. Así como emisoras y periódicos regionales son bastante uribistas. No se ha conservado la distancia informativa que debían tener los medios.


Ahora, algunos vivimos las 24 horas del día en función de esto (la política), y el ciudadano común no. La vehemencia de los candidatos es comprensible. Lo que es grave es el uso deliberado de mentiras, de la desinformación y el miedo. La campaña de Zuluaga miente, y la de Santos exagera los beneficios de la paz.

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