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En esta casa se aprende tocando

31 de octubre de 2009
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En 36 metros cuadrados hay un baño, un cuarto, cocina, sala comedor, un patio cubierto y tres alumnos.

Tienen en común que para ellos, el mundo se aprecia gracias al tacto. Son ciegos.

Y la casa es el Simulador de Vivienda del Programa interinstitucional de rehabilitación funcional para personas con ceguera.

Y aunque este programa, que se adelanta en el Hospital San Vicente de Paúl, tiene ya dos años de existencia, la casa, cuya puerta ahora atraviesa Sara González Vélez, apenas existe hace dos meses.

"Ya aprendí a tender la cama. Es difícil, pero ya lo hago". Ella tiene 20 años y fue diagnosticada con una retinopatía de la prenatalidad. "Como nací prematura me tuvieron que llevar a la incubadora y no me taparon los ojos".

Lleva poco tiempo y clases en esta rehabilitación, que tiene una duración de seis meses para quienes empiezan de cero, o menor, todo depende del nivel en que se encuentre el paciente.

"Algunos llegan y ya tienen ciertas nociones, otros no tanto, entonces se desarrolla una rehabilitación acorde con cada uno", explica la terapeuta ocupacional Isabel Meneses.

Para ser independiente
Lo primero que se les enseña a estos pacientes a confiar en sus sentidos. "Por eso se trabaja en el desarrollo de sus habilidades sensoperceptivas", explica el tiflólogo Wílmar Babativá.

La tiflología, dice el diccionario de la lengua española, es la parte de la medicina que estudia la ceguera y los medios de curarla.

Y luego hay todo un capítulo de autonomía. "Para que aprendamos a hacer nuestras cosas, a ser independientes". Lo dice Elizabeth Correa Villa. A sus 30 años, ciega desde su nacimiento, se mueve por la ciudad como pez en el agua. "Solo necesito saber qué bus tengo que coger".

Esa es la meta final, asegura Babativá, pero, agrega, hay que ir de paso en paso.

"Primero aprendemos a peinarnos, cortarnos las uñas, tender la cama", enumera Daniela Osorio. Ella, sin embargo, ya sabía hacerlo porque en la casa se lo habían enseñado.

Una suerte que no todos los invidentes tienen. Solo un 25 por ciento de ellos tienen acceso a algún tipo de rehabilitación, dice Isabel Meneses. Y no siempre una completa. "A veces es solo auditiva o de tacto, pero nada más".

Del cuarto a la cocina
Sara va despacio. La sigue Daniela. Con los bastones van asegurando sus pasos. A la primera le encanta bailar y rumbear. "¿A dónde me va a invitar?", me pregunta.

La segunda vibra con el fútbol y es hincha del Atlético Nacional y seguidora de las Cápsulas y el blog de Alfredo Carreño. "¿Usted lo conoce?", quiere saber.

A la cocina todavía no se arriman. Porque eso también lo aprenden. A manejar el cuchillo, las ollas, los líquidos calientes, medidas de seguridad básicas...

Pero primero hay que aprender a doblar la ropa, a amarrarse bien los zapatos, a ubicarse en el espacio... y luego a la calle.

Y dicen ellas que en esta ciudad la gentes es amable, a veces los despista. Elizabeth lo resume: "venga yo lo llevo, te dicen sin preguntarte siquiera para dónde vamos".

Y aunque el centro de Medellín está dotado con ayudas para que los invidentes se puedan mover por la calle, los barrios no.

"No hay aceras, están llenos de 'trampas', de obstáculos", indica Babativá.

Eso sin contar que eso de ubicarse en la calle, saber orientarse, es quizá lo más complicado.

"Más que la cocina, que planchar, que todo lo demás", asegura Elizabeth, la única de las tres que, hasta el momento, se ha enfrentado sola a la calle. "Yo les dije a los de mi casa que me tenían que dejar, porque entonces nunca iba a aprender a ser independiente".

Y los de la casa son importantes porque aquí la familia juega un papel fundamental.

"La idea es que lo que aprendan lo practiquen, que los dejen hacer en la casa lo que ya saben y pueden hacer, para que no se pierda la rehabilitación", aconseja el terapeuta organizacional Néstor Raúl Buitrago.

Quien las vea caminando por la casa, estos 36 metros de vivienda simulada, sabe que esa independencia ganada no se va a perder.

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