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El hombre que fue paréntesis

  • Arturo Guerrero | Arturo Guerrero
    Arturo Guerrero | Arturo Guerrero
18 de octubre de 2011
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Lastimosamente ignorado está pasando entre nosotros, en este 2011, el centenario de nacimiento de E. M. Cioran, pensador rumano agobiado por la realidad y crucificado por la cercanía de sus prójimos. Miraba desde cejas selváticas, coronadas por frondosa cabellera. Puro pelo, savia inmarcesible.

En uno de sus títulos emblemáticos, " Ese maldito yo ", consignó una sentencia como para ser inscrita en su tumba parisina: "Yo no hubiera podido adaptarme a ningún destino. Estaba hecho para existir antes de mi nacimiento y después de mi muerte, pero no durante mi existencia".

¿Qué mejor formulación de la vida como paréntesis? No es nueva la idea de dos signos curvos inversos en medio de los cuales transcurre la duración de toda persona. Solo que de ordinario se piensa en el segundo de ellos, en la muerte. Pocos advierten que el primer signo de apertura del paréntesis es por igual válido, necesario e innegable.

"Existir antes de mi nacimiento", he aquí la paradoja que subraya Cioran. La subraya y la padece cada uno de los días de su efervescente pensamiento. Nunca hizo las paces con el lapso en que fue Cioran. Siempre escudriñó y soñó con las dos fronteras, adelante y atrás, que enmarcaron su padecimiento de huesos y sangre.

Fue un místico, un incómodo arrojado de dos eternidades, en medio de la caducidad europea de dos guerras mundiales y una guerra fría. Plantó su queja contra el escaso siglo en que cada hombre es forzado a extraviar la música de las esferas nebulosas. Sintió la memoria de grandes civilizaciones arcaicas, de geometrías volantes rigurosamente calculadas en ritmo, armonía y ciclos.

Ansió también las brumas expectantes luego de la muerte. Encontró en la música el único consuelo, la indescifrable lengua de la totalidad. Instigado por la gloria agazapada en las afueras del paréntesis, maldijo el ruido de la vida, sufrió el día a día de la condena, se expulsó por voluntad del país contaminado de sus semejantes. Su dios fue el exilio.

Ardidas sus pupilas con la luz de la evidencia, signó un veredicto conminatorio: "todo el mundo ha evacuado el universo, incluidos los muertos, somos nosotros el último ser vivo en él, el último fantasma". Este heraldo de los confines merecería un centenario de fausto.

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