Hace días estaba viendo El Capo. En ese capítulo, un mafioso estaba atrapado en un búnker con su familia y sus guardaespaldas. En cierto momento me encontré muy compadecido de su situación y ansioso porque salieran de ahí. Los soldados les impedían escapar, los bombardearon ¡qué horror! El Capo es un tipo simpático, con un sentido del humor ácido y en realidad yo estaba haciendo empatía con el personaje.
De pronto, recordé que era al revés, que los malos eran esos señores tan graciosos y los buenos eran ese ministro amargado y esos generales fríos y desagradables a quienes les servía atrapar al Capo.
Empecé a recordar cómo se vivió aquí mismo una situación similar con Pablo Escobar, a quien la gente y los medios se encargaron de convertir en casi un héroe. Él, al igual que muchos de los mafiosos de entonces, eran vistos como Robin Hood; personas con mucho dinero, mal habido, pero con el que hacían cosas buenas como construir un barrio para personas de escasos recursos.
Como en el caso de El Capo, el cine representó en su momento en El Padrino a Don Corleone, personaje ampliamente aceptado como una persona que ayudaba a sus protegidos y tenía unos valores familiares admirables. Es fácil caer en estos errores, muchos ven en los mafiosos a personas dignas de ser recordadas por las buenas obras realizadas.
Pero la imagen estereotipada que nos dan de esos hombres nos induce a un gran error moral y a olvidar que el dinero no se consigue fácilmente y que su actividad sí es delictiva; así muchos consideren que se trata de personas que envían droga a lugares lejanos para que la consuman unos viciosos que ellos no convirtieron en adictos. A quienes haciendo uso de los medios de comunicación tratan de hacernos pensar así, se les olvida que detrás de cada consumidor hay una familia que sufre, un ser humano que terminará destruido; se les olvida que en nuestra ciudad hubo un gran número de jóvenes que se convirtieron en asesinos a sueldo, y que mataron a muchas personas inocentes por el dinero que recibían para conseguir plata y darle una casita a su mamá, esto por ejemplo, era una de las 'cositas' que se le quedaba pendiente a uno de los guardaespaldas del mafioso de la novela.
Debemos ser críticos respecto a lo que los medios de comunicación nos quieren hacer pensar. Distinguir el bien del mal, a pesar de lo que oímos y vemos, debe ser una de nuestras metas porque es grave cómo sin darnos cuenta caemos en los estereotipos que nos presentan quienes manejan la información.
No puede haber un mafioso bueno, aunque haga cosas buenas, pues su caridad se hace con frutos del crimen. Estoy seguro de que sin la intervención de los medios de comunicación no habría una idea tan arraigada sobre la bondad de los malos y su inteligencia, que si bien posiblemente sea real, está aplicada a hacer el mal y no el bien.
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