Una de las consecuencias no previstas de la apertura económica del país es el creciente activismo por parte del sector privado colombiano en el tema de las relaciones internacionales. Sin habérselo propuesto, los dirigentes empresariales han sentido la necesidad de adquirir capacidades y de desarrollar estrategias para interactuar con el mundo exterior, tarea que se asocia con la labor diplomática.
Éste es un fenómeno reciente. Se origina en el surgimiento de multinacionales colombianas y en la creciente importancia de los flujos de inversión allende las fronteras nacionales. También obedece a la necesidad de suplir las deficiencias gubernamentales en materia de política exterior.
El sector empresarial ha ejercido un papel protagónico en la negociación de los acuerdos comerciales con Estados Unidos, Canadá, Chile, Europa y varios países centroamericanos. Las empresas del sector energético han establecido diversas formas de participar en las economías de Brasil, Perú y Ecuador. La Bolsa de Valores de Colombia ha llegado a un entendimiento con entidades similares en Chile y Perú para incrementar las alternativas de inversión en instrumentos financieros de los tres países.
Como consecuencia del deterioro en las relaciones comerciales con Venezuela y las amenazas del presidente Chávez contra las inversiones colombianas en la nación vecina, el sector empresarial se ha visto obligado a diversificar los mercados de exportación y a encontrar alternativas menos riesgosas para las inversiones.
Si bien esas decisiones no responden a consideraciones geopolíticas, la inversión colombiana en el exterior se está concentrando en los países del Hemisferio Occidental distintos de Argentina y los integrantes del ALBA. Panamá se ha convertido en una plataforma empresarial y financiera para la expansión comercial colombiana en Centroamérica y el Caribe. Con Perú, Chile y México se están estrechando las relaciones económicas, con miras hacia la región Asia-Pacífico.
A diferencia de la tecnificación que se observa en las entidades estatales del sector energético, los ministerios de Defensa, de Hacienda y Crédito Público, y el Banco de la República, la Cancillería de San Carlos conserva rasgos pre-modernos que evocan la época en la cual Colombia merecía el calificativo del Tíbet de Sur América.
La escasa relevancia del Ministerio de Relaciones Exteriores en la estructura gubernamental tiene diversas manifestaciones. En siete años, el país ha tenido cuatro titulares de esa cartera, algunos de ellos escogidos a la bulla de los cocos, y tres embajadores en Washington. El Quai d'Orsay debió haber seguido con asombro la designación precipitada de tres personas diferentes en pocos días para la Embajada de Colombia en París. La utilización clientelista del servicio exterior, salvo contadas y honrosas excepciones, ha contribuido a exhibir ante el mundo la riqueza y la diversidad del folclor nacional.
Sobre política exterior se pronuncian tanto el Vice-Presidente como los ministros de Defensa, Agricultura y Comercio. Para los gobiernos que miran a Colombia con recelo, estos malabarismos confirman sus peores temores acerca de la perfidia neogranadina. Los interpretan como argucias fraguadas en Bogotá para desconcertar a los adversarios. En cambio, las cancillerías de países amigos entienden que el realismo mágico es algo más que una ficción literaria.
El sector académico también está contribuyendo a elevar el perfil de las relaciones internacionales. La Universidad de los Andes y Fedesarrollo han decidido emprender programas de investigación sobre política exterior. En Medellín, EAFIT ha promovido la creación del Centro de Estudios Latinoamericanos. Los internacionalistas de distintas universidades han constituido una asociación profesional, cuya primera reunión tuvo lugar en Barranquilla, en la sede de la Universidad del Norte. Es de esperar que estas iniciativas de la sociedad civil contribuyan a modernizar la conducción estatal de las relaciones exteriores.
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