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Cuarto creciente de Turbo

22 de septiembre de 2014
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Mirar a las regiones del departamento, su desarrollo cultural, su quehacer teatral, es un acto vivificante. Salir de estas breñas y posar los ojos en la luz del golfo resulta grato. Hay allí cosecha de teatro, se siembra y se recoge. Una obra llama la atención de este servidor: Voces de la tierra, adaptación de NN-12 de Gracia Morales, premio SGAE 2008 (España), puesta en escena del grupo Cuarto Creciente.

Puesta en escena que resalta dos planos de la complejidad humana, El recuerdo, la parcela de memoria que aún nos salva, ejercicio de recuperación y de reparación. Un presente que nos catapulta en el dolor redivido, la tragedia negada por años emerge de esa zona oscura del miedo, la noche en que nos sumergió el horror, es ese el paisaje y otra la respuesta, asistimos a una reconstrucción de los hechos, el expediente abre sus fauces y se pasa del dato frío de la estadística al de la relevancia del drama humano, tan cercano que no parece que sucediera aquí y ahora, pareciera que fuera asunto de otras latitudes, creíamos que el horror era de exclusivo resorte del cono sur, de la herencia de sus dictaduras y de la valerosa acción de las Madres/Abuelas de la Plaza de Mayo. Aquí, tan cercano a nosotros, el drama de las madres de la Candelaria. Restauración de la memoria. Vestigios de una tragedia familiar que cobran forma en el relato de la Maestra: la voz de la tierra, pariente cercana de su homónima en la pieza de Enrique Buenaventura; ya no en la llamada violencia de los años cincuenta, sino la del ahora, la hórrida de los años ochenta y noventa, exterminio de disidentes, demenciales crímenes de Estado.

La idea seminal, una escueta noticia de prensa: restos óseos rescatados de fosas comunes. NN pasados por el tamiz de la investigación forense, rastros de ADN, cartas dentales, vestigios, dan cuenta de una identificación y la historia de un ser humano que quiso ser sepultada, es ahora traspolada a la región de Urabá, entorno y color local que llamamos (Faulkner, acaso) brindan a la pieza elementos de identidad propia.

Las manecillas del reloj desandan el vívido recuerdo de los hechos. En un plano superior, la realidad desbordante, el presente, un ser atormentado por crímenes, espeluznante evocación del Villano por antonomasia; Ricardo III, de William Shakespeare, creyendo lavar sus crímenes con nuevos crímenes para perpetuarse en el poder sucumbe ante la conciencia, esa mala consejera. Así mismo el verdugo gira a contravía del tiempo recobrado. Punto de encuentro con el plano que subyace y desde donde emerge la Maestra con su eco de voces, de conciencia, lábil presencia de un más allá tangible.

Cuatro son los personajes, Cuarto Creciente es el grupo y cuatro actora el elenco: Anyi Paola Lemos Padilla, Luis Alberto Rivas Gómez, Yoider Isaac Quejada Martínez y Francisco Montoya, quien dirige e interpreta al verdugo. La víctima, Anyi Paola, desde la sombra rehace los movimientos, articula presente y pasado, memoria y dolor. Neutral en su accionar deambula por la escena, ficción de lo intemporal y evanecente, simula abrazar a sus seres queridos con los que vuelve a concertar la cita del destino. Fluye imperceptible, armoniza sus acciones con las del esqueleto, danza etérea en tiempo presente.

Ha dejado, sin embargo, una víctima propiciatoria, como en el relato bíblico, un Moisés salvado de las aguas fue dado a luz. Un crio, legado para que retomara la posta, el relevo necesario, no ya para la venganza ni para el olvido, tal vez para el perdón, pero sí para un clamor de Verdad. Nudo gordiano de la trama, el reconocimiento de un crimen y la necesaria reparación. Ser sin identidad, sin pasado, vuelve a tomar la acción de la maestra, confronta al verdugo, aguijonea su conciencia hasta subyugarlo.

Los códigos, una vez establecidos con el espectador sirven de acicate, de punto de cierre, Quien fabula, lector in fábula, el espectador alcanza empatía con la historia a través de los mecanismos que la obra misma le procuran. V.gr. las máscaras y las manos y los pies blanquíneos, níveos, que flotan sobre el escenario en el incipit de la puesta. La música trasciende en transiciones y cobra sentido de personaje, ya no incidental, leivmotiv, sino realidad contundente: ¿a dónde van los desaparecidos?

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