Cerrar
Generación

Revista Generación

Edición
El Cambio

Generación es la revista cultural de EL COLOMBIANO. El cambio es el tema de este mes, el hilo conductor para celebrar que regresamos renovados.

  • Esta fotografía la tomó Daniela Abad, hija de Héctor. FOTO CORTESÍA.
    Esta fotografía la tomó Daniela Abad, hija de Héctor. FOTO CORTESÍA.
  • “Una novela de curas escrita por alguien que no tiene nada de cura ni es religioso”: Héctor Abad
  • Esta fotografía la tomó Daniela Abad, hija de Héctor. FOTO CORTESÍA.
    Esta fotografía la tomó Daniela Abad, hija de Héctor. FOTO CORTESÍA.
  • “Una novela de curas escrita por alguien que no tiene nada de cura ni es religioso”: Héctor Abad
Generación | PUBLICADO EL 09 octubre 2022

“Una novela de curas escrita por alguien que no tiene nada de cura ni es religioso”: Héctor Abad

El escritor Héctor Abad lanzó Salvo mi corazón, todo está bien, un libro en el que le hace un homenaje al sacerdote Luis Alberto Álvarez y reflexiona sobre el corazón, la cultura y la amistad.

Por mónica quintero restrepo

Cuando Héctor Abad Faciolince empezó a escribir Salvo mi corazón, todo está bien ya sabía que tenía una enfermedad leve del corazón. La terminó un día antes de que le hicieran una cirugía de corazón abierto, porque la enfermedad había avanzado a severa. Se la mandó a la agente e hizo un testamento, por si acaso. Es un libro inspirado en el sacerdote Luis Alberto Álvarez, que en la novela es Luis Córdoba y está esperando justo un transplante.

Esta novela sale casi un año después de esa cirugía. ¿Qué pasó tras ella, qué cambió?

“De alguna manera es una novela sobre la enfermedad, de la pandemia como amenaza constante a una vida precaria. Los meses de encierro, todavía sin vacunas, nos dieron a todos una sensación muy clara de la fragilidad de la vida. Cuando empecé la novela, durante el aislamiento, sabía que tenía una enfermedad cardíaca leve, después moderada, pero como soy bastante hipocondríaco me sentía en doble riesgo. A medida que avanzaba en la novela mi dolencia se fue agravando hasta volverse severa.

Cuando iba por la mitad del libro me dieron una beca en México, de tres meses, para ir a escribir a la casa donde García Márquez escribió Cien años de soledad. Mi oficina era la habitación donde dormían Mercedes y su marido. Un honor muy grande, pero también una inmensa presión y responsabilidad. A la sombra de ese fantasma genial escribí los capítulos menos indignos de la novela. Sin embargo, y lo digo sin falsa modestia, lo que escribí en su casa es insignificante si lo comparo con lo que García Márquez hizo en su cuartico del piso de abajo: ‘La cueva de la mafia’. El caso es que estando en México me empezaron a dar cada vez más síntomas de mi problema cardíaco, en especial anginas de pecho muy dolorosas si me agitaba, si nadaba en agua muy fría (me gusta nadar), si trataba de alcanzar corriendo un bus que se me iba... Cuando volví, mi cardióloga me dijo que había llegado el momento de hacer la operación, porque mi lesión era ya severa. Pedí un mes más para acabar la novela y dejé el primer borrador la noche anterior a la cirugía. Se lo mandé a mi agente literaria, por si pasaba algo. Hice un testamento. Me operó con éxito un gran cirujano de la Clínica Cardiovascular y al parecer puedo seguir dando guerra unos años más. Al volver a la vida pude dedicarme a corregir y pulir con más calma el borrador que ya tenía”.

La dedicatoria es a Cecilia Faciolince, su mamá, porque esta es una novela sobre sacerdotes, y desde ahí cuenta que es un hijo descreído y ella una creyente. Esta novela se escribe desde un escritor descreído, ¿no?

“El aislamiento de la pandemia fue devastador para mi mamá, como para muchos otros viejos. Ella era muy sociable, muy andariega, y no podía salir casi nunca. No podía ir ni a misa. La novela está dedicada a ella porque era una católica muy creyente, muy fervorosa, que rezaba a diario y oía muchas misas (al final por televisión), aunque nunca fue beata ni fanática. No era gazmoña ni se escandalizaba con casi nada. Sufría con mi ateísmo, eso sí. Creo que quise escribirle una novela sobre curas buenos, humanos, frágiles, pero ante todo buenas personas. Hubiera querido que ella alcanzara a leerla, pero se murió antes”.

¿Siempre fue descreído o eso llegó con el tiempo?

“Mi papá era agnóstico y mi mamá muy creyente. En el tema religioso seguí el camino de mi papá más o menos desde los trece años, aunque a veces iba a misa para que mi mamá se pusiera contenta. Siempre he dicho, eso sí, que soy un ateo manso. No pienso que todos los curas sean asquerosos, pervertidos y malos. Muchos sacerdotes son muy buenas personas. En mi novela del corazón hay muchos más curas buenos que malos. De alguna manera este libro es un homenaje a las creencias de mi mamá. Como ella era tan creyente, nunca he podido despreciar a los que creen. Los respeto, incluso me intrigan. No respetarlos sería como irrespetar a mi mamá. Casi todo el mundo cree en cosas muy raras; los católicos también”.

Está es una novela que parte de la realidad, incluso hay muchos nombres que se mantienen, por ejemplo Ángela María Chica, que es la guardiana de la casa de Luis Alberto Álvarez, que es en quien se inspira la novela. ¿Cómo era su intención entre la ficción y la realidad? ¿Ronda también la autoficción?

“La novela se inspira en la vida y en la obra de Luis Alberto Álvarez, que fue un sacerdote magnífico a quien las personas de mi generación, en Medellín, le debemos muchísimo. Nos enseñó a ver cine con ojos alertas, críticos y generosos al mismo tiempo. Nos ayudó a ir más lejos con la música clásica, la más sublime que existe para mí, y en particular con la obra de Mozart, a quien él adoraba. Luis Alberto tenía dos amores muy afianzados, el cine y la ópera, y era tan entusiasta y tan sincero en estas pasiones artísticas que nos contagió a muchos el mismo amor por la belleza que hay en el cine y en la música.

Yo fui buen amigo de Luis Alberto, pero otras personas lo fueron mucho más que yo, así que el libro lo pude escribir gracias a lo que sus más allegados me contaron: personas de la familia, otros sacerdotes, amigas y amigos muy íntimos de él que me ayudaron con sus recuerdos del Gordo. Claro que hubo un momento en que ya no quise hablar con nadie más (cada día aparecían más y más amigos de Luis Alberto, pues era una persona muy querida) porque si no el libro se volvía una biografía, y no la novela que yo quería escribir. Al final ya no quería saber más cosas de él, para poder imaginarme mejor al personaje, que no es exactamente Luis Alberto Álvarez, sino Luis Córdoba, un cura parecido a él en muchos aspectos, pero en otros muy distinto. Tal vez en lo que era más distinto a su modelo es donde más se cruza lo que yo soy, o lo que yo imagino. La autoficción no es un género sino un destino de todo aquel que escriba novelas”.

¿Cuándo vio en Luis Alberto un personaje novelable?

“Yo tenía en la cabeza, desde el siglo pasado, esta situación, que Luis Alberto vivió: un hombre de 33 años se va de la casa, abandona a su mujer y deja de vivir con sus hijos. Casi al mismo tiempo un sacerdote de 50 años padece una insuficiencia cardíaca grave y no tiene más solución para poder vivir que someterse a un trasplante de corazón. Como él vive en una casa con muchas escaleras, y le recomiendan quietud, pocos esfuerzos, él se va a vivir en la casa de un solo piso de la mujer recién abandonada. Allí hay dos niños, y también una empleada costeña que tiene una hija. El sacerdote entra a ocupar el papel del padre que se fue: se convierte en paterfamilias y a vivir algo que nunca había experimentado: la vida familiar, los niños, una especie de paternidad vicaria, la compañía de dos mujeres jóvenes, dulces, inteligentes, bonitas. Esta era la situación que quería explorar, ya no con los datos precisos sobre Luis Alberto Álvarez, sino con los que me imaginara. Lo que ocurre dentro de la casa durante los meses en que el protagonista espera un corazón de repuesto, es la ficción, la novela”.

El narrador cuenta que Luis no decía que era sacerdote, y no porque se apenara, sino porque era otro tipo de sacerdote. Ahí empieza toda una reflexión, una crítica, al sacerdocio...

“La novela no es un ataque a la Iglesia, al contrario. Si mucho se ataca a algunos representantes de la jerarquía eclesiástica, pero no a los curas protagonistas, a quienes admiro, quiero y comprendo. El celibato no fue siempre obligatorio en el cristianismo; el papa actual pide respeto y comprensión por los homosexuales, por los matrimonios atípicos, por los católicos separados. Hoy en día una novela correcta políticamente habla siempre de curas perversos, pederastas, de violadores de niños, de abusadores. Mi novela es incorrecta y va contra esa corriente porque los curas protagonistas, Aurelio Sánchez (el narrador), Luis Córdoba (el alterego de Luis Alberto) o Carlos Alberto Calderón (otro cura real del que también se ocupa la novela), son los tres hombres cultos, buenos, absolutamente dignos y valiosos. Quizá no siempre sigan rigurosamente todos los dogmas de la Iglesia, pero eso no los hace malos ni menos valiosos. Son humanos. Repito que es una novela escrita, en primer lugar, para una mujer muy católica, pero al mismo tiempo muy abierta y muy tolerante”.

Está acostumbrado al debate, y posiblemente esta novela le traiga detractores (o que lo vuelvan a expulsar como pasó en la UPB), ¿hasta dónde hay que hacer esa crítica? ¿Nos falta mucho en la reflexión?

“Sé que estas discusiones existen dentro de la misma Iglesia. El catolicismo pierde cada día más fieles que se van hacia confesiones populistas, y a veces mucho más rígidas y conservadoras que ella, como tantas iglesias cristianas, evangélicas. Es como si el catolicismo, las vocaciones religiosas, se estuvieran extinguiendo. Uno entra en una iglesia y no hay sino viejitas. La influencia de la Iglesia es cada día más tenue. La gente busca a los curas solo para las ceremonias: bautizos, entierros, matrimonios... Pero eso no quiere decir que sea una institución caduca o inútil. Conozco sacerdotes que hacen cosas valiosísimas por los demás, por la gente más pobre y necesitada. Pienso que la Iglesia debería replantearse muchas cosas, como el papel de la mujer, las minorías sexuales y el celibato obligatorio. Pienso que el celibato debería ser voluntario, o estar reservado tan solo para los obispos, como ocurre en algunas iglesias orientales. No soy creyente, y no soy nadie para dar consejos a una institución a la que no pertenezco, pero no me gusta que quemen iglesias, ni que se desprecie el arte o la música religiosa. Hay vidas de monjas y curas que me parecen ejemplares. Los monjes católicos me parecen tan raros y tan admirables como los monjes tibetanos, o quizá más. La iglesia católica romana, en el pasado, fue la inspiradora de un arte, una música, una arquitectura de una belleza absolutamente sublime. No creo que me expulsen de ninguna parte: esta novela es el homenaje de un ateo a un puñado de sacerdotes que enriquecieron nuestra cultura y nuestra vida”.

Hay dos temas muy importantes, el amor y la homosexualidad. Y aún más difíciles, desde dos sacerdotes. ¿Es una reivindicación de ellos, de que hay cosas que están en la vida que no se pueden esconder, tapar, guardar?

“A mí me parece que hoy lo correcto, lo que se estila, es escribir sobre curas perversos. Eso me interesa poco, aunque sienta compasión por las víctimas. Me repugna y ya, no me detengo a pensarlo y menos a describirlo. La homosexualidad, en cambio, me parece perfectamente normal. Minoritaria, pero normal. Se da en todas las culturas, todas las épocas, todas las profesiones, incluyendo la sacerdotal. Eso no debería ser motivo de escándalo. Muchos seminarios católicos, en el siglo pasado, pero todavía ahora, son el asilo o el refugio para dos tipos de persona: jóvenes muy pobres que ven en ellos una manera de comer tres veces al día y de adquirir un cierto nivel de educación. Los otros –aunque creo que estos son menos numerosos ahora–, jóvenes homosexuales que no quieren afrontar la crítica de la familia o de la sociedad, y creen hallar en el sacerdocio un refugio. Allí van a ser castos; no van a ceder a sus inclinaciones ‘desviadas’ (así se decía), y en la castidad van a ser respetados y queridos. Lo que pasa es que muchas veces el cuerpo les gana, y no son capaces de vivir como lo habían planeado.

En cuanto al amor, creo que lo más duro, al menos para el protagonista de mi libro, ha sido la renuncia a la familia, a la paternidad, incluso más dolorosa que la renuncia al sexo. Lo cual no quita que privarse de todo contacto, de toda caricia, de todo cariño físico, creo que es algo devastador. Es muy triste una vida que suprime todo contacto físico. Me parece que es un sacrificio psicológico demasiado grande que deja secuelas y frustraciones muy grandes”.

¿Es también una reivindicación a la cultura, a la importancia del cine, de la poesía, de las lecturas que se van colando en boca de Luis?

“Sin duda. Lo que caracterizaba al modelo real (Álvarez) y lo que hace que la vida del cura de la ficción (Córdoba) se llene de sentido, es precisamente la cultura, la belleza del arte. Para ellos estas son manifestaciones divinas: la música, la poesía, la pintura, el cine, el paisaje, incluso la belleza humana. Los placeres de la cultura duran toda la vida, y nos dan satisfacciones hasta cuando muchos otros placeres se han esfumado. En este sentido creo que en Medellín le debemos mucho a ese cura real que nos enseñó a apreciar a fondo la belleza musical y cinematográfica”.

Este libro se armó con recuerdos y palabras de innumerables personas. En últimas el escritor es eso, ¿estar atento a las historias, a los otros? ¿Y pues Joaquín alcanza a ser un alterego?

“Sí, creo que un escritor es alguien que tiene unas orejas muy grandes, un oído fino, unos ojos curiosos, unas ganas de probarlo y vivirlo todo. El escritor es un radar, una antena que capta señales, un sismógrafo. En el caos sin forma de buena parte de la realidad, el escritor descubre situaciones, relatos, frases, reflexiones que merecen ser contadas. Las historias están ahí, en la calle, en las palabras ajenas. Uno solo tiene que escogerlas bien, descubrir en el ruido lo que hay de armonía y de música. En cuanto a mí, yo quería escribir un libro muy, pero muy lejano a mí. Una novela de curas escrita por alguien que no tiene nada de cura ni es religioso. Pero claro, al enfermarme yo también del corazón, como el protagonista, a ratos tuve que hacer la caricatura de mí mismo, y de ciertas experiencias. Pongo en boca de varios personajes todo lo que yo investigué sobre el corazón, sobre el órgano, y todo lo que sentí durante mi enfermedad cardiaca y su curación por medio de la cirugía. Es una experiencia extrema, casi de muerte y resurrección”.

Por qué a muchos no les cambió el nombre, ¿pero a Luis Alberto sí?

“Porque los fragmentos que cuento de personas reales, de carne y hueso, son reales y son breves. Pero al ser el Gordo el protagonista, tenía que completar con imaginación, con invención, con ficción, todo lo que no sabía de la persona real. No era justo que yo le atribuyera a Luis Alberto Álvarez pensamientos, dudas, frustraciones que no me constan. Al meterme en esos terrenos ya no estaba hablando de la persona real, sino del personaje inventado. Cambié también los nombres cuando algunos informantes me lo pidieron. Hay bastantes nombres cambiados, no solo uno.

También está presentando un libro para niños, 4 dedos.

“A los 50 años viví una segunda paternidad, con una mujer mucho más joven que yo que tenía dos niños. Volví a ser padre cuando tenía edad casi de abuelo. Esa experiencia es importante en los cuentos infantiles y en la novela. Cuando transcribí mis diarios íntimos para publicarlos, encontré en mis libretas ese cuento, 4 dedos. Ya no me acordaba de haberlo escrito, pero me pareció bonito. Era como leer un cuento ajeno que me gustó. Trabajé en él, incluí otras escenas (la del cura, curiosamente), y se lo propuse a Mesæstándar, los editores. Ellos hicieron un trabajo gráfico precioso. El cuento habla de algo muy simple: todos tenemos algo en nuestro cuerpo que no nos gusta del todo. Aquí esa insatisfacción es casi una enfermedad y quizá por eso el auge, la locura de las operaciones estéticas innecesarias. Este cuento, más que para animar a leer a los niños, es para animar a niños y a grandes a aceptarse como son físicamente, sin sufrir por lo que nos parezca feo o raro o incompleto”

4 dedos es sobre alguien a quien le falta un dedo, ¿se conecta con que a Luis, el protagonista de Salvo mi corazón, se le perdió un dedo? ¿O es hilar delgado?

“También puedo hilar muy delgadito: mi obsesión con que me falte un dedo del pie, o que le falte a mis personajes (a Luis Alberto sí lo operaron de los pies, pero no le amputaron un dedo) tiene que ver con el miedo a la castración. A mí, sin ser judío, me circuncidaron, y siempre pensé, sobre todo de niño y de adolescente, que me faltaba un pedazo de cuerpo, y además un pedazo en un sitio muy sensible y problemático para todos los hombres. La cosa viene de ahí. Ambos libros hablan sobre carencias, o sobre fallas del cuerpo. Sobre lo que nos falta física o espiritualmente”.

$!“Una novela de curas escrita por alguien que no tiene nada de cura ni es religioso”: Héctor Abad
Mónica Quintero Restrepo

Es periodista porque le gusta la cultura y escribir. A veces intenta con la ficción, y con los poemas, y es Camila Avril. Editora de la revista Generación. Estudió Hermenéutica Literaria.

Revista Generación

© 2022. Revista Generación. Todos los Derechos Reservados.
Diseñado por EL COLOMBIANO