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El estudio del artista | PUBLICADO EL 03 abril 2022

El estudio de Lucía Donadío

Por Mónica Quintero Restrepo

Los libros en el estudio de Lucía Donadío están organizados alfabéticamente, y si se asoma bien verá que en algún estante dice literatura colombiana, en otro universal. Casi todos tienen nombre. Hay libros por todos lados, incluso tocando el techo. Cuando no le cabían más, su hijo Camilo, que era carpintero, le hizo nuevos estantes en la parte más alta del estudio para agrandar la biblioteca. Sobre la izquierda están los de Sílaba, la editorial que Lucía creó hace casi 15 años y que hace posible en compañía de Alejandra Toro. En una esquina están los suyos, son cinco, el más reciente Adiós al mar del destierro.

Los libros no están solos: este lugar está lleno de fotografías y de objetos. Hay imágenes en casi todas partes, pero sobre todo en la pared encima del escritorio: allí está su mamá, sus hermanos, ella cuando estaba chiquita, su bisabuela. Para Lucía las fotos son importantes, se trata de reencontrarse con las personas que quiere. Son compañía y recuerdo; la alegran, le hacen sentirse alegre. La foto de su papá con su hijo está dos veces: sostienen una bola de madera que hizo Camilo, y miran al frente. Fue la última foto que se tomaron juntos, pues don Fausto murió semanas después y Camilo al año siguiente.

También hay muchos objetos, cada uno con una historia. Hay unos muy antiguos, como el reloj de arena que le regaló una tía muy querida, y también la primera carta que su padre escribió en 1938, cuando llegó desde Italia al país. Hay separadores, que le gustan tanto, y una maquinita de coser que le regaló una niña en una vereda de Calarcá: la hizo después de leer Alfabeto de Infancia, porque quedó impresionada con el cuento Cuarto de Costuras. Es pequeñita y acompaña un libro en el estante grande. Hay muchas piezas que hizo Camilo, como una que él le regaló diciéndole que era una lámpara de Aladino. Ella la toma, quita la tapita, espera que salga el genio.

El lugar es acogedor, abraza, y se ha ido construyendo con los años. Allí hay libros que ella consiguió en la adolescencia y otros que se han sumado, porque le gusta comprar, y los va sumando. Ahora hay muchos sobre el duelo y la muerte, que es el tema que está explorando. Lucía lee sin orden. La poesía, que está en la esquina del escritorio, porque es muy importante para ella, la lee al azar: abre y lee el poema que aparece. En esa esquina están los poetas que más le gustan, José Emilio Pacheco, Dulce María Loynaz, Wislawa Szymborska, César Vallejo, Piedad Bonnett, Horacio Benavides, Gabriela Mistral. Le gusta reencontrarse con ellos. Muy cerca están los libros de oraciones de su abuela y también una cajita que tenía su papá con unas fotos miniatura de gente que no reconoce.

Recorrido 360°

Lucía, entonces, lee sin orden. Va mezclando las lecturas, aunque a veces una la agarra y la termina. Depende de lo que está sintiendo. Por supuesto, lee los libros que está editando en Sílaba, y para ello imprime y a veces se tira al suelo con todas las hojas allí. Los libros también la acompañan.

Es de rituales. Cuando escribe, que es casi siempre de madrugada, prende una velita. Escribe a mano, en cuadernos desordenados. Luego los pasa al computador.

Lo demás es editar. Hacer libros es un proceso largo, dice, complejo. Hay mucho trabajo por teléfono y muchas cosas administrativas. Los libros recién salidos los pone en la biblioteca, con la portada mirando hacia afuera, para que se vean. Les pone flores que los acompañen.

Para ella, más que un estudio y una biblioteca, este lugar es un espacio muy íntimo. Es su taller.

Los libros nuevos los pone cerca a flores, para que se acompañen. En su escritorio tiene los de poesía que más le gustan, para abrirlos cuando los necesite. Está César Vallejo, Piedad Bonnett, Horacio Benavides, Dulce María Loinaz, Gabriela Mistral.
Cuidando los libros hay muchos objetos, como una maquinita de coser que le entregó una niña lectora de Calarcá, y la c carta que envió su papá cuando llegó al país desde Italia en 1938.
Lucía casi siempre escribe de madrugada, primero a mano y en cuadernos. Para editar, prefiere imprimir y a veces pone las hojas en el piso y se siente a leer allí.

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