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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • La burla a los presidentes de la República no es un fenómeno de las redes sociales y los memes, es una tradición que tiene más de cien años en la prensa libre.
    La burla a los presidentes de la República no es un fenómeno de las redes sociales y los memes, es una tradición que tiene más de cien años en la prensa libre.
  • La burla a los presidentes de la República no es un fenómeno de las redes sociales y los memes, es una tradición que tiene más de cien años en la prensa libre.
    La burla a los presidentes de la República no es un fenómeno de las redes sociales y los memes, es una tradición que tiene más de cien años en la prensa libre.
Edición del mes | PUBLICADO EL 13 agosto 2025

“Se aguantan”: la crítica y la sátira sobre el poder como modo de desfogue

La historia está llena de ejemplos de las relaciones tensas entre el poder y el humor. A fin de cuentas, por naturaleza, la risa es contestataria.

Pía Wohlgemuth N. / Periodista con maestría en Derechos Humanos de The London School of Economics. Tiene experiencia en radio, prensa y medios digitales, actualmente es editora creativa en Cambio. Es profesora de periodismo digital en la Sergio Arboleda.

En 1891, la revista satírica El Zancudo, fundada por Alfredo Greñas, publicó una caricatura titulada La Santísima Trinidad de la Regeneración. Retrataba a Rafael Nuñez y a Carlos Holguín Mallarino cargando a Miguel Antonio Caro como si fuera un rey autoritario y ellos, sus sirvientes. Era una crítica burlesca al proceso regenerador conservador que lideraba, sobre todos, Caro.

Un año después, El Barbero, otra revista satírica creada tras el cierre de El Zancudo, tuvo entre sus páginas una caricatura del futuro presidente Caro con cuerpo de animal, mientras le ponían una corona que, en realidad, era “una vasija de paja tejida con plumas” —como anota Beatriz González para el Banco de la República—. La publicación describió esa caricatura como “el coronamiento de una especie de Cacique, después de cuatrocientos años de abolidos los caciques y los cacicazgos (...) en esta malaventurada y peor aporreada Colombia”, como cita Silvina Sosa Vota, quien analizó la historia de la prensa satírica bogotana.

La molestia de Nuñez, quien hasta algunos años antes había defendido la libertad periodística, era profunda. Decía que “la prensa debe ser antorcha y no tea, cordial y no tósigo, debe ser mensajera de verdad y no de error y calumnia, porque la herida que se hace a la honra y al sosiego es con frecuencia la más grande de todas”.

Por eso, la Constitución que nació en 1886 señaló la responsabilidad de la prensa, como escribe Jorge Orlando Melo, cuando atentara “contra la honra de las personas, el orden social o la tranquilidad pública”. Esto, sin duda, iba en contravía de la misión de las publicaciones satíricas de la época. “Medio mundo se ríe del otro mundo. El Barbero se ríe del mundo entero”, era el lema de la revista irreverente que no duró mucho tiempo en circulación. Entre sus principales blancos también estuvieron Rafael Núñez y Carlos Holguín.

El Gobierno, incómodo y molesto, no tardó en utilizar estas garras legales que le dio la carta magna y otro decreto de 1888 para amordazar a sus críticos en los medios. Con el amparo de la institucionalidad para censurar, el Gobierno de Núñez cerró El Zancudo y El Barbero. “Atacar” la religión católica, al Ejército, y “desconocer u ofender la dignidad y prerrogativas de cualesquiera autoridades en el orden civil ó eclesiástico; atacar las corporaciones depositarias del poder público o las Órdenes religiosas reconocidas por el Estado” eran considerados actos subversivos.

A Núñez no le bastó con eso. También condenó al destierro al bumangués Alfredo Greñas sin muchos trámites. Este llegó a Costa Rica y allí se convirtió en un faro del periodismo cuando en Colombia la libertad de expresión era difícil de ejercer.

Más de 130 años después, los medios siguen teniendo como objeto de burla y crítica a los presidentes, congresistas, y a todo aquel poderoso que ‘dé papaya’ para la sátira y la crítica. La Constitución de 1991 ampara la libertad de expresión y sirve como un estándar básico de las garantías democráticas.

Con las redes sociales, el espectro de la burla es más amplio y, como es natural, viene de más frentes. No son ya dos revistas, son miles de personas, medios, periodistas, congresistas, activistas y toda clase de usuarios difundiendo memes, noticias, investigaciones y cuestionamientos desde sus cuentas de Facebook, X, Instagram, entre otras. Plumas y voces como las de Vladdo, Xtian, La Pulla y otras cuestionan desde la opinión de distintas maneras a los poderosos del país.

Es tal vez por eso que el presidente Gustavo Petro y sus seguidores repiten cada tanto que “a ningún presidente” le habían “dado tanto palo” como a él; que es insólito que los críticos del primer presidente de agenda progresista no descansan. Que las burlas son rastreras y que los medios no le dan respiro. Esto no es cierto y basta con mirar los tiempos de su antecesor, Iván Duque, a quien llamaban Porky y se burlaban de su aspecto físico, además de volver meme casi cualquiera de sus pronunciamientos, o a Juan Manuel Santos, al que el uribismo llamaba Chucky.

El pastor Alfredo Saade, la mano derecha de Petro, ha llamado a cerrar los medios de comunicación, les ha dicho “arrodillados” y que “deben ser controlados”. El presidente también ha hecho comentarios amenazantes e insinuado que los medios rompen la Constitución a diario, “violando todos los días” el derecho a la información y la verdad, como escribió en su cuenta de X el 24 de julio. Este tipo de declaraciones surge como respuesta a las investigaciones periodísticas que han puesto en entredicho a su Gobierno. El Ejecutivo ha mostrado cada vez menos tolerancia hacia las voces críticas, la sátira o el cuestionamiento.

Pero “poderse burlar es una forma de contrapoder, es un acuerdo tácito por todas las prerrogativas que se le dan a la figura del presidente”, dice Isabel Arroyo, magister y doctora en Historia. “Difícilmente un presidente llega a responder penalmente por algo”; la burla y la crítica son así una salida que compensa ese poder marcadamente presidencialista que caracteriza esta república.

“Nunca hemos respetado al presidente, mi primer recuerdo político son los chistes de Turbay”, asegura Arroyo, quien reconoce a Petro como un líder de izquierda, que, como cualquier presidente, puede ser criticado sin importar su inclinación política. “Claro que uno se puede reír del presidente, porque es risible como todos los presidentes. El poder te pone en una situación que puede ser ridícula. El ego de unos es más sensible que otros, ¡pero se aguantan! Tienen ese sueldo, ese batallón que los cuida. Lo mínimo que podemos hacer es burlarnos”, agrega.

Uno de los mecanismos de la burla en el periodismo es la caricatura crítica, de la que ningún Gobierno se ha salvado en Colombia. La socióloga argentina Andrea Matallana escribió que la caricatura debe ser opositora, porque si no lo es no logra “el efecto humorístico deseado”. Esto es claro, porque la caricatura política nace de una visión que cuestiona, es periodismo de opinión. Decía el profesor Mauricio Gaona, en el famoso debate con Eduardo Montealegre en la W Radio, que la oposición es el precio que se paga por la democracia. Y eso no significa que quien critica o se burla es necesariamente opositor, pero sí que en determinado momento tiene una perspectiva opuesta y cuestiona a quien ostenta el poder.

Arroyo recuerda el origen de la sátira picaresca, de la crítica desde los medios, como una forma de irreverencia hacia los poderes absolutos, como una forma de no tomarlos tan en serio: “El pueblo se burlaba de los que eran más poderosos, era un desfogue”. Sin embargo, hoy el panorama es distinto porque el presidente Gustavo Petro dice que no ostenta el poder, que los grandes y verdaderos poderosos coartan su capacidad de llevar a cabo su programa de Gobierno; así, descalifica a cualquier crítico, por más o menos sustento que tenga.

Una de las grandes polémicas recientes surgió después del 20 de julio, cuando la congresista Lina María Garrido, representante a la Cámara por Arauca de Cambio Radical, dio un discurso opositor al Gobierno Petro. “Huele a azufre”, pronunció durante su intervención y, con ello, comenzó un incendio en redes sociales: muchos la aplaudieron, pero otros tantos la insultaron y argumentaron que la oposición era carente de argumentos y llena de odio.

A pesar de que el discurso incluyó señalamientos serios sobre irregularidades en estos tres años de Gobierno, muchos se quedaron únicamente en la frase ‘huele a azufre’ e ignoraron el resto. Irónicamente, Hugo Chávez dijo el mismo insulto católico en Naciones Unidas en 2006, cuando habló en contra del presidente gringo George Bush y lo comparó con el diablo. “Era gracioso, todos aplaudieron”, asegura la historiadora Olga González. “Ahora dicen que es injuria, pero están confundiendo las cosas, eso es tener la piel muy delgadita”, considera.

González agrega que la burla y la crítica frontal a los mandatarios es algo común y habitual en otros países. Lo que marca la diferencia es la manera en que el poder responde a los cuestionamientos. Un caso preocupante del que habla la académica, y que Colombia debería mirar con preocupación, es el de Steven Colbert, periodista del programa 60 minutes que incomodó tanto a Donald Trump que, sin mayores explicaciones, salió del aire. Simultáneamente, la cadena CBS, que transmitía el show, firmó un multimillonario acuerdo con la Casa Blanca.

“Es una deriva autoritaria, Trump no se aguantó y lo mandó a echar. Eso muestra lo frágil que es la democracia de Estados Unidos”, dice González, quien defiende con vehemencia los espacios de crítica y burla: “A los presidentes les toca aguantarse eso, a nadie le gusta que se le burlen, pero tienen que soportarlo y permitir que existan”.

Para ella, el límite está en los chistes relacionados con la orientación sexual, el aspecto físico o la raza de las personas. “Animalizar a Duque, burlarse de las preferencias sexuales de Petro o insultar a Claudia López por ser lesbiana son formas estúpidas y pueriles de reírse del poder, pues revelan sexismo, misoginia y racismo”, dice.

Con todo, Colombia vive un momento en el que, desde el poder presidencial y oficialista, se resisten pocas críticas y cuestionamientos, aunque no sean algo nuevo. Como dice González, el presidente Gustavo Petro se victimiza con frecuencia y ahora responde con amenazas peligrosas. Mientras tanto, la Flip habla de más de 530 agresiones a periodistas en todo 2024, cuando en 2023 fueron 470, demostrando que el oficio que no deja de ser peligroso en Colombia.

Basta con mirar unos trescientos años atrás para ver cómo la prensa se ha burlado y criticado a los presidentes y políticos colombianos desde siempre. A Bolívar le decían Longanizo, como bien recuerda la profesora González. Más recientemente, es difícil olvidar las burlas en contra de Duque, a quien no le perdonaron el famoso “así lo querí”, entre muchas otras cosas; o las caricaturas de Matador sobre Álvaro Uribe. Qué decir de las burlas del legendario Jaime Garzón hacia Ernesto Samper y Andrés Pastrana.

Los tiempos en que el presidente podía desterrar a los comunicadores con amparo de la ley quedaron atrás hace más de un siglo. Más allá de las sensibilidades ideológicas, la crítica al poder es una parte clave de la democracia. Su restricción es una amenaza para la esencia de la democracia que, aunque frágil, ha sido persistente.

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