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Robi Draco Rosa se presentó en Medellín el sábado 15 de febrero. Foto Getty.
La verdad, o lecciones de la música en vivo
“Sin culpa no hay historia”, Juan Villoro
Chica era el apellido de un amigo del colegio al que mataron en 2005; lo mataron porque era un hombre temerario que andaba armado y hacía parte de una de las bandas de Belén Las Violetas. No justifico, solo explico. Con Chica estuvimos en decenas de fiestas y siempre decía lo mismo: “Parce, hay que estar en la trampa”. Lo recuerdo vestido con pantalones anchos en nuestras fiestas de 2002. Caminaba como si fuera el viento: levantaba las piernas de garza, escondía la nalga y recostaba la espalda en el aire, como un karateca. Era gracioso como pocos y tenía una sonrisa luminosa de dientes blanquísimos; era moreno y tenía el pelo rubio oscuro, apretado, crespos como ojos de un huracán ciego. “Parce, hay que estar en la trampa”, repetía. En algo de esto pensé la otra noche en el concierto de Robi Draco Rosa.
Nunca nadie puede estar en la trampa todo el tiempo, que para los no entendidos es como estar al acecho: a la espera. En el escenario no había gran show: los instrumentos dispuestos en forma de herradura: congas, vientos, batería, una mesa tocada por un manto negro —acaso la mesa desde donde el sacerdote imparte eucaristía—, el bajo, los sintetizadores, la guitarra y, en el centro, el micrófono solitario. Salieron los músicos, casi todos con ropa oscura, con excepción del conguero y el trompetista —los caribe, los que llevan en sus manos la carga de la isla, la palmera, el cocoloco—, y sonaron unos cuantos acordes disonantes, con quintas disminuidas, tritonos diabólicos. Entonces apareció Draco.
Cuando Chica aparecía en las fiestas todos estábamos en la trampa. Nos alegraba que llegara con su alegría de carnaval, pero sabíamos que detrás de todo ese combo multifiesta estaban las drogas duras y la violencia, que en cualquier momento llegaban unos muchachos en moto bien armados y nos ofrecían de su fruta de fuego. Es decir: detrás estaba la verdad. La verdad es la que está siempre por decirse, pero rara vez se dice, porque nadie quiere la verdad. Dijo Jesús: La verdad os hará libres. La verdad primero quiebra, primero mata.
Estar en la trampa es estar dispuesto a la verdad. Los músicos de Draco en el escenario entonces no tenían tiempo de otra cosa, sólo de esperar las instrucciones del cantante, que cambiaba de parecer cuando se le venía en gana. Se inclinaba frente a una pantalla, replanteaba los temas y cambiaba los caminos a placer; dijo en algún momento que la verdadera música surge cuando uno está dispuesto a escuchar a Dios. Los músicos al acecho de Draco y Draco al acecho de Dios. Bendito el Dios de todas las almas. La música surge como una verdad: basta ver la aparición de un cantante verdadero en un escenario: ante el talento todos callan. La verdad nos hace callar. Esa noche de sábado en el teatro Metropolitano, todos callamos ante el milagro de Draco Rosa, que ya ni siquiera canta a voz plena sus canciones, las escupe, las recita, las deja correr montaña abajo para que se estrellen contra los cuerpos. Draco abrió heridas con su verdad y los músicos ejecutaban esa verdad con manos abiertas.
Hace muchos años no veía música en vivo. Digo, en vivo de verdad, con la espontaneidad de que el director pudiera torcer los caminos. A los diecisiete años empecé a tocar seriamente la guitarra eléctrica en una iglesia cristiana. Me vestía de pantalón negro de paño, camisa blanca y corbata, con los zapatos perfectamente embetunados. Hacía unos solos mortales influenciados por Kirk Hammett y Slash sobre letras que invocaban al Espíritu Santo. El director del grupo nos hacía transitar por caminos de improvisación que ni Miles Davis: nos pedía en plena tarima canciones que no sabíamos, nos pedía solos eternos mientras los fieles saltaban emocionados, nos pedía una vuelta de acordes menores mientras el pastor oraba por los enfermos y los enfermos se caían como pollos fulminados por un rayo; todas esas órdenes venían de Dios mismo, decía. Teníamos que estar en trampa para recibir la verdad; al acecho por la verdad. Los músicos de Draco esperaban la verdad —la melodía de la musa que le susurraba al cantante. La música de verdad en vivo, es la música que asesina. No hablo de la música planeada que sigue una ruta fijada por el cantante o el director, hablo de la música que se tuerce. Es como quien un día decide cortar la vida, de repente: zas. Como aquella noche en que mataron a Chica y lo dejaron en un charco de sangre. ¿Estaba al acecho?
Dijo el escritor Ricardo Piglia que quien dice la verdad está a punto de morir. Se refiere al arquetipo de los personajes de la novela negra, donde quien sabe el misterio de un asesinato confiesa ya cuando está agonizando, porque teme llevarse a la tumba un secreto. Creo que quien dice la verdad, si no está a punto de morir, sí está dispuesto a morir. A que lo maten o a morir por algo: a un amigo, a un trabajo, a una relación, a un amor. Saber que la verdad mata, luego por generación espontánea, de esos detritos surge vida.
Emmett Till en 1955 tenía catorce años y vivía en Chicago, Estados Unidos. Quiso viajar al Misisipi con su tío, quien le contó historias de cómo eran los días en el delta de ese gran río que vio nacer la música más extraordinaria del siglo pasado. La madre le advirtió a Till que el Sur era territorio de racistas, le pidió que se cuidara. Una mañana entró con unos amigos algodoneros a la tienda de Carolyn Bryant, una mujer blanca que días después aseguró que aquel muchachito le había coqueteado. El esposo de Carolyn, un hombre de veinticuatro años conocido como Roy, fue en compañía de familiares hasta la casa donde estaba el pequeño Emmett, lo sacó a rastras y lo golpeó casi hasta matarlo, le pegó un tiro en la cabeza, le envolvieron el cuello con un alambre de púas que amarraron a un motor y lo arrojaron al Misisipi.
El cuerpo fue hallado tres días después, completamente destrozado y en estado de descomposición. La cara desfigurada, miembros cercenados. Fue enviado hasta Chicago y los padres de Emmett dejaron abierto el ataúd para que todos pudieran ver el horror cometido por los blancos. La fotografía salió en los principales diarios de Estados Unidos y al sepelio asistieron más de cincuenta mil personas. Fue una llama para los movimientos afro. Años después, Roy y su hermano —los dos imputados— fueron declarados inocentes por un jurado blanco. Pasaron los años y en 2018, antes de morir, Carolyn dijo la verdad —¡Piglia!—, dijo que Emmett nunca le coqueteó.
La verdad que te acecha. La verdad es una música que no tiene orden. La verdadera música sale desde una boca que ordena el mundo. De la boca de Dios. Quien dice la verdad, está dispuesto a morir. La verdad no es una palabra, es un hecho. El sicario que te mata, la música que cambia. El que está en la trampa sabe que la verdad viene. Estoy vencido como si supiera la verdad, escribió Pessoa. He dicho la verdad. He visto la verdad. Estoy vencido. Puedo morir. Amén.