“Hago muchas cosas a la vez, sino me moriría de hambre”: Leila Guerriero
La periodista argentina es una de las invitadas principales del Hay Festival en Cartagena. Hablamos con ella sobre La llamada, catalogado por Babelia como el libro de 2024 en España.
“Al fin, era hora de que te metieras con los setenta”, le dijo un amigo a la periodista Leila Guerriero (Argentina, 1967) cuando ella le habló del libro que estaba escribiendo en ese momento sobre Silvia Labayru, militante montonera, secuestrada, torturada y violada por militares durante la dictadura argentina. “Yo no me estoy metiendo con los setenta. Yo tengo bruto metejón con la historia de esta mujer”, le respondió Leila con esa expresión lunfarda que expresa un amor apasionado y obsesivo.
“Secuestrada. Torturada. Encerrada. Puesta a parir sobre una mesa. Violada. Forzada a fingir. Al fin liberada. Y, entonces, repudiada, rechazada, sospechosa”, escribió en La llamada. Un retrato (Anagrama, 2024), un libro que busca con minucia amorosa narrar la vida de una sobreviviente en el exilio, que se rehúsa a victimizarse, que critica con dureza a sus antiguos compañeros de guerrilla y cuestiona la forma cómo se ha construido la memoria de ese período oscuro de la historia de la Argentina, entre 1976 y 1983.
En el transcurso de las muchas entrevistas que le hizo a Silvia Labayru, a sus compañeros de cautiverio, amigos de infancia, familiares, exparejas y de la revisión de la extensa bibliografía existente sobre esa época, sus víctimas y represores, Leila encontró un recodo de esa memoria colectiva poco explorado, todavía sin desvelar del todo: el estigma de traición que pesa sobre quienes, por diferentes motivos, escaparon de la desaparición y la muerte, y el silencio que todavía cubre sus vivencias y el horror que padecieron. En ese metejón de más de 400 páginas, Guerriero compuso un retrato que se lee como un diario o las notas de una sesión de terapia colectiva, que atraviesan una pandemia y en las que todos los involucrados bucean en sus recuerdos para intentar “reconstruir las cosas que pasaron, y las cosas que tuvieron que pasar para que esas cosas pasaran, y las cosas que dejaron de pasar porque pasaron esas cosas”, como repite la periodista a manera de leitmotiv a lo largo del libro.
En esa tarea, la cronista se siente como una “enorme bacteria perturbadora” en la vida de personas que después de más de cuatro décadas habían dejado esa historia atrás. Silvia Labayru permaneció confinada en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), ubicada en Buenos Aires. De los 5.000 secuestrados y desaparecidos que pasaron por la ESMA, solo 200 salieron con vida.
Labayru es una víctima consciente de lo que tuvo que hacer cuando tenía veinte años para sobrevivir al terror y la manipulación de los militares, para salvar a la hija que parió en cautiverio y que le entregaron a sus abuelos paternos, pese a que después del infierno que vivió allí la esperara una larga condena por “traidora”. Una víctima que se rehúsa a explicarse solamente por esa condición, a pedir perdón por sobrevivir, cuando tantos otros fueron arrojados al mar y nunca encontrados, y que alza su voz para reivindicar el papel de los sobrevivientes en el esclarecimiento de hechos atroces —en la forma de entender lo que le pasó al pueblo argentino— y en los juicios que han terminado con condenas a los perpetradores. “Si no hubiera sobrevivientes, no habría juicios”, dice en el libro Norma Susana Burgos, otra de las mujeres que estuvo encerrada en la ESMA junto con Silvia Labayru.
En su intento por capturar una memoria fiable, contrastada por muchas fuentes, pese a las lagunas del tiempo y las inevitables contradicciones de múltiples versiones, el libro gira sobre sí mismo una y otra vez —durante el tiempo que transcurren los encuentros y las entrevistas, entre mayo de 2021 y finales de 2022—, como una espiral que levanta polvo y esparce fragmentos de memoria de los que va emergiendo una nueva realidad; algo inasible, deforme, de pronto se rearma. El periodismo de Leila Guerriero, como la literatura, más que narrar la realidad, la trae de vuelta a la vida.
En España, donde los exiliados argentinos encontraron refugio y un lugar donde recomponer sus vidas, La llamada encabezó la lista de los mejores libros de 2024, según el suplemento Babelia del diario El País. “Leila Guerriero ha llevado el periodismo a una nueva frontera”, dice Jordi Amat en su reseña. En América Latina sin duda animará los debates sobre cómo abordar y entender las violencias de nuestros pasados, a sus víctimas y sobrevivientes.
¿Cómo se introduce la autora en esa realidad que a veces puede ser una caja oscura?, ¿en la vida de una sobreviviente, “traidora”, hermosa, hija de militares, acorazada por el tiempo, presa del prejuicio? ¿Cómo se mete en esa jaula de la memoria?, ¿cuál es su método?, ¿cómo concilia un ayer y un ahora confusos y contradictorios? En esta entrevista con Generación da algunas pistas.
¿Cuál fue la mayor dificultad de reconstruir hechos históricos que sucedieron hace más de cuatro décadas y, al mismo tiempo, combinar eso con la memoria de Silvia Labayru, tan dilatada en el tiempo?
“Es un poquito obvio porque es la dificultad a la que nos enfrentamos todo el tiempo los periodistas: conciliar los hechos históricos de una memoria macro con una memoria en particular, pero no lo viví como una dificultad, sobre todo porque desde el principio supe que este trabajo no iba a requerir una metodología distinta a los otros trabajos que hago con los perfiles, ya sea para un artículo o para un libro, que implica hablar con mucha gente, además de contar con el testimonio de la persona que protagoniza el perfil.”
Aunque inevitablemente esa conciliación de memorias implique contradicciones...
“En el libro hay contradicciones, no de base; es decir, los hechos están: esta mujer fue secuestrada, estaba embarazada de 5 meses, la secuestraron determinado día de diciembre del 76, la liberaron en junio del 78, los hechos son los hechos. Después, bueno, hay zonas un poco más grises. Cuqui Carazo (Mercedes Inés), su amiga, asegura que fue ella la que entregó a la hija de Silvia Labayru a la madre de Silvia; ella, Silvia, dice que no fue así y no tengo por qué dudar de lo que ella menciona. La memoria de las personas se distorsiona por distintos motivos. A veces por el simple hecho de que han pasado muchísimos años, otras veces a eso se mezcla el hecho de que son sucesos sumamente dolorosos y traumáticos, entonces la memoria también modifica, suaviza, edita algunas cosas, por decirlo de alguna manera.”
Ayuda que se trata de hechos sobre los que hay una extensa literatura...
“Más allá de esas contradicciones, de los testimonios de los sobrevivientes en la Argentina por los delitos de lesa humanidad que se han juzgado y que siguen en procesos judiciales, hay mucho material recabado por la justicia a lo largo de los años, en libros escritos por otros colegas, por otros sobrevivientes. Por ejemplo, los viajes que le hicieron hacer a Silvia Labayru para encontrarse con su pareja de aquel entonces, yo sabía que esto sucedía, sabía que a las mujeres de la ESMA los militares las tenían como presas, me refiero a una presa de caza, las llevaban a bailar, a un restaurante, las exhibían. Había cosas que a lo mejor asombran a un lector que no conoce esos datos, pero que para mí no eran extrañas. Los testimonios de Silvia estaban muy respaldados por ese enorme andamiaje.”
El libro también desnuda las contradicciones del propio movimiento Montonero, su crueldad...
“En ese punto hay una cosa bien diferente y es que es muy distinta la violencia ejercida por un movimiento guerrillero armado que la violencia ejercida por el Estado. Eso estaba clarísimo, por más que en el libro hay bastantes personas que son muy críticas con el movimiento Montonero, son visiones de estas personas, pero la crueldad de un movimiento armado no se compara con la crueldad ejercida desde el Estado, son dos fuerzas completamente dispares.”
En Silvia en particular se reflejan las consecuencias que pudo tener en muchos militantes la reacción del movimiento Montonero frente al accionar de la dictadura...
“Silvia es más autocrítica, tiene una idea más tajante en relación con lo que pasó con el movimiento Montonero y los efectos que pudo causar para acelerar el horror que se vino sobre la Argentina con la dictadura. Yo no estaba allí para opinar o para ejercer un juicio o para decir que estas personas tienen la razón. Se trata de equilibrio. Aunque Silvia Labayru es sumamente crítica, no es una persona de derechas, está a años luz del pensamiento de los militares.”
¿Cambió su mirada sobre ese pasado de la Argentina?
“En cualquiera de nuestros países que haya pasado por una situación así (es como escribir del conflicto en Colombia), escribir sobre esto es meter un dedo en una llaga, y si uno se está cuidando de en este tema no me voy a meter porque puedo quedar mal, porque van a decir no sé qué, es el ejemplo más claro de autocensura. Se pueden hacer todas las críticas que quieras a los movimientos de izquierda, pero mi punto de vista no cambió en absoluto. Sí te diré que me asombró ver que había, tanto en Silvia Labayru como en las otras personas a las que entrevisté, muchas historias acalladas.”
¿En qué sentido...?
“Después de que salió el libro, muchas de las personas que participaron en él se sentaron a hablar de esto por primera vez después de 40 años. Gente que leyó el libro y dijo yo no sabía que le habían hecho tal cosa a tal persona, un silencio tremendo entre personas que pasaron por lo mismo. Siempre había habido una sombra. Silvia no tenía tan claro hasta dónde podía llegar con el tema de que tu propio bando te declarara paria. Gente que no pasó por la misma situación que estas mujeres levantando el dedo y diciendo si saliste y estás viva es porque o delataste o colaboraste y sos una traidora.”
Por eso el libro trasciende el retrato de una víctima de la dictadura al de una época, un país, una sociedad...
“Después de tantos años uno esperaría que la gente reviviera su juicio, o su prejuicio, porque se ha hablado mucho de la figura del sobreviviente y, sin embargo, esto estaba ahí enquistado, como que sigue, no es un tema que se haya revisado, eso sí me asombró. No cambió mi punto de vista con relación a los sobrevivientes, jamás levantaría un dedo contra alguien, pero sí me asombró encontrar esos relatos tan crudos, de tanto sufrimiento, de salir de un campo de concentración y que después te esperaran décadas de condena”.
Más allá de la memoria, es también un libro sobre el presente, sobre cómo vive una sobreviviente su día a día...
“Lo difícil fue encontrar la estructura del libro. Siempre en todo texto periodístico de este tipo entran en contacto dos fuerzas muy poderosas: el tiempo pasado que no viste y que tenés que reconstruir, y el tiempo presente en el cual estás entrevistando a esa persona y querés que también entre en el texto. Fue más difícil encontrar la estructura del libro que algún ripio que me haya encontrado durante la investigación o cualquier inseguridad que haya sentido. Hablé con tanta gente y hablé tantas veces con ella que las dudas no me paralizaron en ningún momento”.
¿Cuál era su ambición al escribir el libro?
“¡Escribirlo bien! En términos de ambición, de este libro va a ser un libro que no sé qué, no, no podés tener eso nunca porque no sabés lo que puede pasar, está completamente fuera de control, nunca tengo esa ambición con los libros. Quería que el libro estuviera sólido, siempre tuve claro que no era un libro sobre los años 70, sino un perfil. Hay muchos libros sobre la militancia, sobre los 70, sobre los centros clandestinos, este era el retrato de una mujer, pero, por supuesto, era una mujer que reúne en sí misma una cantidad de singularidades enormes y a su vez siendo tan singular termina siendo representativa de una época”.
En la estructura hay una narradora muy presente, que reflexiona sobre el oficio y el propio proceso de la escritura, ¿qué papel juega esa presencia en la estética del libro?
“Es algo que pasa en todos mis libros, excepto en las recopilaciones de crónicas. Mis libros casi siempre están escritos en primera persona y están estas reflexiones sobre la escritura, como en Una historia sencilla bajo la forma de decir no termino de entender por qué una persona quiere ganar una competencia de baile que si la gana implica que nunca más va a volver a bailar, cuál es esa pulsión, ese deseo, y a veces lo entiendo y a veces no lo entiendo, y me parece importante poner eso en el libro”.
¿Y con Silvia Labayru?
“Salió de manera muy natural, tenía que ver con exponer una cantidad de dudas que yo tenía, con demostrar que no había avanzado completamente segura al contar esta historia, que iba a creer en lo que la protagonista de la historia me dijera solamente. Hay un momento en el que ella me cuenta la historia del mastín, ella se mete en una jaula con un perro y le da de comer jamón de jabugo en la boca. Un perro que lo tenían que encerrar en una jaula porque era muy bravo, que mordía, una bestia gigante, y ella se metió en la jaula, cuando la vieron ahí los dueños de la jaula dijeron que estaba loca. Tiene todo que ver con su personalidad, siempre la más desafiante, la más valiente, la más hermosa, y en un momento en el libro reflexiono algo así como ¿no estoy siendo yo su mastín napolitano? En todos los sentidos, en el sentido de que me dejo fascinar por esta mujer y de que la puedo terminar destrozando, porque me está contando cosas que no le contó nunca a nadie”.
¿El costo del oficio?
“Es el hecho de estar reflexionando acerca de las operaciones que hacemos cuando entrevistamos, de ser incluso cruel por privilegiar tu trabajo, como el momento en el que finalmente decido preguntarle por cuestiones muy horribles como la tortura cuando estábamos en un bar, porque el tiempo pasaba y ella se iba a un viaje largo y yo también y le pregunté las peores cosas en el lugar menos indicado del universo. Exponer eso, la miseria propia, aunque tuve mucho cuidado porque no se lo pregunté a la tercera vez que la vi y ya me había dado cuenta de que Silvia Labayru es una persona con una templanza impresionante y puede hablar absolutamente de cualquier cosa”.
En el podcast ¿Qué estás leyendo? de Berna González de El País de España, usted lee un poema de amor de Mary Oliver donde habla de una relación de pareja como una caja oscura que también es un regalo, ¿se puede hacer un paralelo con la realidad como una caja oscura que también es un regalo para el cronista?
“Ese poema dice algo hermoso, que esa caja oscura finalmente se le reveló que era un regalo, y creo que desde que empecé a ser periodista, no sé si la realidad la veo como una caja oscura, me parece una visión demasiado terrible, no solo hay historias terribles ni yo cuento solo historias terribles, pero sí creo que es un regalo tener la dicha de poder contar historias”.
¿En qué consiste ese regalo?
“Hay momentos en los que el mundo parece que se quedara mudo, que no te dice nada, que no encontrás nada que querás decir ni contar, y es una situación desesperante, la sensación es esa, que se cerró la caja y nunca más saldrá un regalo de allí. La sensación es falsa, pero creo que todos los que escribimos no ficción sentimos que se cierra algo del orden de la imaginación o del entusiasmo y el mundo queda velado, pero esa sensación de ‘mirá todo lo que se puede contar’ la tuve desde siempre”.
Un agradecimiento con la realidad...
“Uno trabaja con material humano, me siento muy agradecida con la gente, por lo que te confía. Las entrevistas que hago las transcribo yo misma, jamás le daría las entrevistas a otra persona para que las escuche. Sin esas personas no tendríamos historias para contar, por eso hay que agradecer esa confianza y hacerle honor”.
¿Cómo se introduce en esa caja para sacar algo para contar?
“De a poco, lentamente, con un ritmo sereno. La falta de serenidad que tengo en la vida y la falta de paciencia, la exigencia de que siempre necesito que pase algo porque si no me aburro, todo eso no lo tengo cuando estoy trabajando, no apuro a la gente. El privilegio de trabajar de esa manera se debe a que hago muchas cosas a la vez, si estuviera solo haciendo eso me moriría de hambre”.
Eso hace parte del método...
“Sí, de a poco, tomando ese tiempo para imaginar qué más puedes hacer para nutrir el reporte o siendo muy concienzuda con las notas que voy tomando para después, cuando me encuentro con el material, describir todo con cierto detalle, porque puede pasar mucho tiempo y no tengo manera de acordarme qué tenía puesta esa persona ese día y no me lo voy a inventar, entonces soy muy estricta, cuando termina la entrevista llego a mi casa y escribo entrevista con fulano o fulana, el día está vacío, estaba vestido así, pasaban camiones, había mucho barullo, estábamos en un restaurante, lo que sea, con paciencia, y no diré que no me cuesta también cansancio, a veces no tengo ganas, no todo es bondad”.
En sus libros hay una búsqueda estética que es muy importante y ha repetido que esa estética es también una ética que conecta con el lector, ¿qué papel juega esa búsqueda en La llamada?
“Que la estética es una ética tiene que ver con el hecho de que si lo escribís así como burocráticamente es lo mismo que si no lo escribieras. En un punto me pasa que veo un tema muy interesante y lo leo y me lo voy a olvidar mañana, como cuando vas al cine y decís qué temazo y la película es completamente anodina. La búsqueda en La llamada tiene que ver con cualquier otra escritura: encontrar la voz, la tonalidad que el tema necesita. No sé si lo encontré, pero lo que intenta uno es no pasarse, no estar ni por arriba ni por debajo de lo que el libro necesita para ser contado”.
Ese tono tiene una relación específica con el lenguaje...
“Me acuerdo en Una historia sencilla, por ejemplo, que tenía muy claro que en las escenas de baile, las que le hacen ganar a él la competencia, el lenguaje se tenía que incendiar, y acá tenía muy claro que eso no podía pasar nunca. De hecho en la descripción de muchas de las cosas que le pasaron a Silvia Labayru no hago ninguna glosa de eso, dejo que lo cuente ella, porque si yo gloso eso parece que hubiera un regodeo en la escritura que no corresponde. La torturaron y vos tomás eso y te ponés a hacer una demostración de lo que podemos provocar en un lector, no me parece. Estar atenta a cuando corresponde la voz, cuál es el volumen que va a tener esa prosa tuya en ese momento”.
La realidad impone unos límites para contarla, el dato, la fidelidad al testimonio, ¿cómo los pone a su favor a la hora de escribir?
“Más que limitarme, y por eso escribo no ficción, son mis bordes, no es un obstáculo, es un ‘hasta acá’, como uno dice en tantas cosas de la vida. Dentro de ese límite es donde encuentro la libertad, si no me sentiría completamente desbordada”.
Usted hace parte de una generación muy destacada de cronistas latinoamericanos de principio del siglo XXI, ¿qué tienen en común que los hizo destacarse en las letras del continente?
“Son estilos muy distintos, voces e intereses sumamente diversos. No es lo mismo lo que hace Óscar Martínez en El Salvador, contando fabulosamente El niño de Hollywood o La Bestia, que las crónicas hermosas, también de temas violentos, pero sumamente diferentes que hace Josefina Licitra acá en la Argentina, ni estos megaproyectos increíbles que hace Martín Caparrós contando el hambre en el mundo, por ejemplo. Proyectos y prosas muy distintas. Siento también que la no ficción ahora ha encontrado un lugar en los libros que no tenía en los últimos años del siglo pasado y los primeros años de este, no se encontraba un libro de no ficción cada tanto y los libros no viajaban de un lugar a otro, si vos tenías un buen cronista publicado en Colombia, nadie lo conocía en la Argentina. Lo que cambió es que hay un enorme flujo permanente, propiciado por encuentros, talleres y también por la circulación de medios, como fue en su momento Etiqueta Negra, Soho, Gatopardo lo sigue siendo. Si hay algo en común, no tiene que ver con la materialidad de la obra, sino con que más o menos todos estamos muy conectados, un síntoma de época diría yo”.
Usted también es editora desde hace más de una década de la revista Gatopardo y edita libros colectivos de cronistas, donde aparecen nuevas voces, ¿hay una nueva mirada, una nueva sensibilidad, nuevas preocupaciones en ellas?
“Hay una avidez por aprender, ir a talleres, a veces veo una cerrazón a leer solo no ficción para alimentar su propia escritura, lo cual no está bien, porque me parece que si algo tenemos en común los cronistas de cierta generación es que hemos crecido con lecturas muy diversas, pero no sé si es algo generacional, posiblemente sí lo sea. Caparrós se lo pregunta mucho, esto de que no hay nada más viejo que el nuevo periodismo decía él. El tema de la violencia sigue convocando, pero han aparecido con mucha fuerza temas relacionados con el medio ambiente”.
Tiene todos los conflictos...
“Es un tema tremendo, porque todo está desapareciendo, pero siguen faltando temas relacionados con las clases altas. América Latina es el lugar más desparejo del mundo y dónde están los perfiles de los tipos que hacen que sea desigual. Desde el punto de vista de lo formal, ¿dónde están los cambios formales? Pero bueno, tampoco es fácil hacer eso, es muy difícil”.
¿Cuáles son sus preocupaciones o temas futuros?
“Nunca cuento en qué estoy trabajando, prácticamente no lo hablo ni en mi casa, prefiero reservarlo para mí y mantenerlo en mi cabeza, si hablas tanto de una cosa, después te sientas a escribir y decís, si se lo conté a 60 personas para qué lo voy a escribir, como que pierde sentido”.