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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • Grafitis y murales: ¿de quién es la pared en blanco?
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  • Grafitis y murales: ¿de quién es la pared en blanco?
  • El mural que decía “Las cuchas tenían razón” apareció en el deprimido de la Terminal del Norte, en Medellín, y fue borrado por decisión de la Alcaldía, lo que desató una gran polémica.
    El mural que decía “Las cuchas tenían razón” apareció en el deprimido de la Terminal del Norte, en Medellín, y fue borrado por decisión de la Alcaldía, lo que desató una gran polémica.
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  • El mural que decía “Las cuchas tenían razón” apareció en el deprimido de la Terminal del Norte, en Medellín, y fue borrado por decisión de la Alcaldía, lo que desató una gran polémica.
    El mural que decía “Las cuchas tenían razón” apareció en el deprimido de la Terminal del Norte, en Medellín, y fue borrado por decisión de la Alcaldía, lo que desató una gran polémica.
Edición del mes | PUBLICADO EL 08 febrero 2025

Grafitis y murales: ¿de quién es la pared en blanco?

Hay historiadores encadenan los grafitis con las pinturas rupestres, otros los ubican en Pompeya y los más puristas en la Nueva York de los años setenta. El caso: hoy el espacio en blanco es una disputa en la que se juega la libertad de expresión.

Por Mateo Navia Hoyos

Durante los días en que escribo este texto, en Medellín apareció un mural con la frase “Las cuchas tienen razón”: es una llamarada en crecimiento. La frase es un homenaje a las madres de la comuna 13 que hace veinte años empezaron a denunciar que un sector llamado La Escombrera los paramilitares inhumaban a sus víctimas y el tiempo les dio la razón: la justicia encontró allí restos óseos que, luego se supo, eran de jóvenes civiles desaparecidos. La chispa empezó cuando el alcalde Federico Gutiérrez ordenó borrar el mural, lo que desencadenó una polémica que se saldó pocos días después cuando colectivos artísticos y la administración acordaron que fuera pintado de nuevo. Pero ya estaba la chispa haciendo lo suyo, extendiéndose en el trigal. Otros muralistas de varias ciudades de Colombia replicaron la frase, y con los días han ido surgiendo nuevos focos ígneos.

Veteranos de las Fuerzas Militares borrando el mural. Personas del común borrando el mural. Un Concejal intentando borrar el mural. El mural es uno y es muchos, como las masas gaseosas que crepitan en una llamarada. Ardiente e hiriente para algunos, fascinante y potente para otros.

La historia del muralismo tiene varias vertientes, y la del mexicano, que se propagó por Latinoamérica, ha tenido como factores constitutivos una posición reivindicativa de la identidad cultural e, incluso, una propulsión hacia revoluciones sociales, políticas y económicas. El grafiti, por su parte, está más ligado a un arte de la calle, osado y atrevido, de acciones irreverentes sobre el espacio público. Sin embargo, en Colombia, ambas expresiones artísticas se han mezclado. Grafiteros han hecho murales, y muralistas han utilizado técnicas del grafiti. No es mi pretensión con el siguiente texto sentar posición sobre las situaciones que, en cada ciudad, tiene diferentes contextos y características. Pero sí tomo provecho de la coyuntura de los murales para irrigar con algunos detalles sobre la expresión del grafiti, de su pasado y su actualidad, y del futuro que probablemente le espera.

Esta noche, un artista llega sigiloso a una pared para que deje de ser muda, para sacarla del silencio en el que estaba capturada. Lo acompañan varias personas que le avisarán si la policía se acerca. Inundado de adrenalina, transformará la pared con la lluvia pictórica del envase que empuña. El artista, el writer —el grafitero— dejará su Tag —su firma— al final de la jornada, cuando la luna aún no termine su ronda por el cielo. Parece un ninja con la sudadera, la chompa y la capucha pasamontañas, y con los movimientos decididos y precisos de sus brazos. No es un mercenario, no matará ni espiará; su sabotaje consiste en dejar su nombre como una huella afirmativa. Esta escena se ha repetido desde hace milenios en la historia de la humanidad. Personas anónimas pintaron nombres de candidatos electorales en Pompeya en el siglo primero de nuestra era, y de ese mismo siglo es el grafito de Alexámenos encontrado en un muro del monte Palatino en Roma, en el que se ve una figura masculina adorando a un burro crucificado, y que ha sido interpretada como una representación satírica contra los cristianos.

El gestor cultural José Luis Sarralde encadena la historia del grafiti con la época prehistórica, por la importancia gráfica de las pinturas rupestres, como aquellas que superan las setenta y cinco mil que se pueden ver en la Serranía del Chiribiquete en la Amazonia, la llamada “Capilla Sixtina” de la arqueología latinoamericana. Sin embargo, la continuidad de la intervención consciente de los espacios públicos con el propio nombre es más reciente. Viajeros románticos del siglo XVIII y XIX como Lord Byron tallaron su nombre en piedras de lugares por los que habían pasado; a inicios del siglo XIX, el vienés Joseph Kyselak dejó la inscripción de su apellido en múltiples paredes de edificaciones públicas de ciudades como Estiria, Carintia y Baviera, y a mediados de 1960, Darryl McCray inundó su ciudad, Filadelfia, con su apodo CornBread. CornBread es considerado por muchos el fundador del grafiti contemporáneo. Cuando se enamoró de Cynthia, llenó el tablero de su clase con la frase «Cornbread Loves Cynthia», y después siguió rayando las paredes de la ruta que conducían a su casa. A partir de entonces, cambió el rotulador por el spray, y pintó su apodo en vagones del metro, taxis, trenes de carga, camiones de correo, –inventando así el Bombing, el “bombardeo”, que indica el acto de llenar la ciudad con la propia firma–, trazando así el camino que recorrerían TAK 183, en Nueva York, y una horda de writters que habrían de propagarse por los cinco continentes habitados de la Tierra.


El mural que decía “Las cuchas tenían razón” apareció en el deprimido de la Terminal del Norte, en Medellín, y fue borrado por decisión de la Alcaldía, lo que desató una gran polémica.
El mural que decía “Las cuchas tenían razón” apareció en el deprimido de la Terminal del Norte, en Medellín, y fue borrado por decisión de la Alcaldía, lo que desató una gran polémica.

Los grafiteros tienen un lenguaje propio hecho de palabras con significados precisos, 50 de son explicados en el canal de YouTube DeGraffitis. Piece, que es el nombre para cualquier grafiti, y Masterpiece para una obra maestra. El Tag, la firma, la etiqueta, el apodo o el nombre que adopta un grafitero, y la Crew, que se refiere al nombre de un grupo de grafiteros que pueden no pertenecer a la misma ciudad. Muchas páginas de internet detallan la grafía de las letras. Pueden ser simples y sencillas —Block Letters—, más complejas con adornos —Wild Style—, tener Outline —borde—, ser más gruesas y redondeadas —Bubble Letters—, o, incluso, en 3D —Model Pastel—, difuminado —Fade—, o estar sobrepuestas en un Background, un fondo para que sea legible. Pero no solo de letras están hechos los grafitis. Algunos tienen Characters —personajes—, Iconos —más esquemáticos que los anteriores, y de fácil ejecución—, o con un grado extremo de dificultad como el Grafiti Abstracto. A los Toys, –los novatos–, la Crew los invita a aprender la historia del grafiti, los códigos de los trazos y de los otros writters que tienen un estilo propio consolidado, y que rellenen sus Black Book o Piece Book, el cuaderno para practicar sus firmas o sus piezas.

La mañana está grisácea, pero la brisa transporta el mensaje de que saldrá un sol potente. El recorrido del Graffitour de la Comuna 13 de Medellín está por sus 12 años. Echa uno a andar y no se habla técnicamente de los estilos y los códigos intrínsecos de los grafitis. Se exalta su complicidad con la capacidad transformadora cultural de la sociedad. Después de casi una década durante la cual la Comuna 13 fue un territorio en disputa entre varios actores armados –de las guerrillas, los paramilitares, la policía y los militares del Estado–, la cultura del hip hop, –que alberga el Break Dance, el Rap, los grafiteros y los MC–, ayudó a la reescritura del pasado y a la proyección de un futuro de convivencia y con memoria. Grafitis y Tags de Chota 13, Perrograff, Yesgraff, Fateone 96, La Jefa se vuelven familiares durante el recorrido por calles estrechas o escaleras eléctricas. En los muros hay Pieces con retratos de fundadores salvaguardados del olvido, y Masterpieces con las narraciones gráficas que contienen los antecedentes de las operaciones militares y la posterior resiliencia de los sobrevivientes. Entre los souvenirs de las múltiples tiendas que se encuentran en el trayecto, puede destacarse el libro bilingüe Comuna 13 de Medellín. El arte y la cultura como medio de transformación social, de Yoni Alexander Rendón R., prologado por J Balvin, porque contiene la cronología de la apropiación de la cultura del hip hop en estos barrios populares, y que logró convertir en una nueva luz la sangre derramada en la oscuridad. La ausencia en el libro de una fotógrafa del grafiti como Martha Cooper, o de un fotógrafo de la cultura urbana como Estevan Oriol, despierta la inquietud por investigar quién ha realizado algo semejante, pero de pronto este pensamiento se deshace entre el bullicio de los visitantes extranjeros y nacionales, y las voces de los guías, una de las cuales detalla la leyenda guaraní del colibrí, en la que este, ante el incendio del bosque que habitaba, iba a un lago, tomaba agua con su pico y la arrojaba a las llamas. El jaguar, desconcertado y sonriente, le preguntó si creía que podría apagar el incendio, y el colibrí le respondió: sé que no puedo apagarlo solo, pero hago mi parte. La invitación es clara por parte de los guías en la Comuna 13: que cada uno sea un colibrí; que cada uno haga su parte para salvaguardar la comunidad. La comunidad, ese conjunto difícil de precisar por mantenerse siempre en constante transformación, suele establecerse con distintas directrices en cada época histórica. A la fecha, para Medellín, el Acuerdo número 10 de 2020 indica que está “En cabeza de la Secretaría de Cultura Ciudadana, y las dependencias de la Alcaldía de Medellín encargadas”, expedir “un acto administrativo donde se defina un protocolo de asignación de permisos para intervenciones gráficas en el espacio público”. Las asignaciones resultan de la concertación entre los artistas, la institucionalidad y la comunidad.

Pintar en el espacio público sin permiso ha sido el motor prístino de la libertad de los grafiteros por milenios. Tener que conciliar sus intervenciones gráficas con las instituciones y la comunidad para realizarlas, puede coartar su libertad. El grafiti es a fin de cuentas una herramienta, un recurso paradójico para los grafiteros. Como el avaro, en su riqueza puede ser pobre, o como el cínico, en la pobreza puede encontrar la riqueza. El grafiti, los grafiteros, los writters estarán siempre en el ojo de la opinión y del juicio, de quienes consideren conveniente o no sus mensajes de y hacia la comunidad. Qué lindero se elija para opinar o juzgar es una decisión de cada persona, pero que no desconozca ninguna que se encuentra ante una expresión que ha sobrevivo a milenios de historia, y que con seguridad la sobrevivirá.

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