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En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • Entre el patio La renovación de la literatura en los pueblos
  • Entre el patio La renovación de la literatura en los pueblos
Edición del mes | PUBLICADO EL 21 enero 2025

Entre el patio La renovación de la literatura en los pueblos

La cultura antioqueña creció en los pueblos, pero en los últimos años se ha visto una irradiación desde la capital hacia la periferia. Le contamos sobre los festivales regionales que avivan la literatura de la montaña.

Por Jorge Giraldo Ramírez

Antioquia se hizo en los campos, en los pueblos y en los caminos”, dijo Belisario Betancur en una conferencia hace más de medio siglo. Eso es cierto para cualquier campo de la acción humana: llámese música, letras, negocios, personalidades; la orgullosa Medellín, que se chupó la riqueza regional, le debe casi todo a los pueblos que se crearon en la diáspora que se generó desde la región central del departamento, bien fuera en ejercicio de la libertad que cantamos en el Himno o, las más de las veces, por las fuerzas insoportables de la necesidad y del miedo. Una de las tantas lecturas que podrían hacerse de El hilo que teje la vida (2023), el indispensable libro de Juan Luis Mejía, es la que ausculta la fuerza centrípeta de la capital respecto a las gentes y creaciones de las regiones periféricas de Antioquia. El regionalismo ciego olvida que es difícil encontrar en Colombia un departamento más centralista que el nuestro.

Así como un huracán o un tornado crean su ojo calmo en medio de la tormenta, el proceso de modernización de Antioquia se concentró en Medellín y con él los recursos educativos, la infraestructura y la producción cultural. Durante la primera mitad del siglo XX emigraron al valle de Aburrá todos quienes querían y podían educarse y los pueblos vieron cómo desaparecían sus grupos literarios y sus publicaciones periódicas, cómo se vaciaban y se derruían sus teatros y bibliotecas, y así se hacía realidad la profecía autocumplida de los progresistas de que los campos y sus caseríos eran lugares embrutecidos y estériles para la cultura. Después vino la guerra o como se quiera llamar a la insania que se apoderó del país y que tuvo en este departamento, de lejos, su principal territorio. Sin embargo, durante los tres últimos lustros —desde 2010, digamos— empezaron a aflorar iniciativas locales que dan la impresión de que se está produciendo un reverdecimiento de la cultura pueblerina como pocos recuerdan. Por supuesto, me refiero a los proyectos que tienen mayor vocación pública y de los que nos podemos dar cuenta gracias a la capacidad que tecnologías baratas y con una densa penetración geográfica les permiten a los gestores pueblerinos. Algunos municipios empiezan a tener una agenda cultural propia que hace más rica y variada la vida local. Vale la pena resaltar algunos de ellos, de manera indicativa, con la certeza de que hay otros. En Urabá —la zona más antigua y a la vez la más reciente de Antioquia— hay un encuentro poético que se realiza desde 2012, promovido inicialmente por un grupo de poetisas y que ha ido ampliando su convocatoria fuera de los límites de la región y del país. El poder vinculante de la poesía y la identidad regional articula mujeres del Pacífico que bien pueden vivir en Buenaventura o Medellín. El encuentro condensa el trabajo de varios talleres de escritores con una labor editorial en vías de consolidarse y que se expone fuera de la región en ferias del libro y eventos nacionales. La escritora Nanny Zuluaga Henao, del colectivo de escritoras Las musas cantan, describe su trabajo literario como “formativo y reconstructivo” y lo resume con una frase que puede aplicarse a buena parte de las actividades que se llevan a cabo en el departamento: “son palabras regionales”, dice.

Desde 2017 se realiza en Jardín Narrativas pueblerinas, un encuentro anual dedicado a rescatar y promover la obra de los creadores del suroeste antioqueño y sus pueblos contiguos. Las principales organizaciones culturales del municipio confluyen allí y hacen posible que, además de las conversaciones sobre literatura, se puedan mostrar las obras de artesanos y pintores, y se avance en la investigación y montaje de algunos músicos nativos. Narrativas pueblerinas también ha apoyado la publicación de obras de escritores jardineños como Jesús Botero Restrepo y Carmen Rosa Herrera de Barth. Es visible una irradiación en la vida cultural del municipio, por ejemplo en los grupos de lectura y en conferencias y foros ocasionales. El reconstruido Teatro Jardín hospeda desde 2021 esta convocatoria.

En el último lustro han surgido otros dos proyectos notables, en Montebello y El Peñol. En el marco de una actividad de socialización de los informes de la Comisión de la Verdad se creó, a finales de 2022, el colectivo Generación de la Verdad de Montebello con la intención de servir de “mediadores de la lectura”. La lingüista Sonia Inés López cuenta que las principales actividades que desarrollan son talleres de lectura crítica que ayudan a los estudiantes a prepararse para los estudios superiores, el trueque literario, que ya cuenta con dos ediciones, y la novedosa idea de lo que llaman biblioteca viva. Esta consiste en sacar los libros de la sala, llevarlos a los espacios públicos, mostrárselos a los pobladores, familiarizar a la ciudadanía con el trato cotidiano con los libros. Ideas similares se han puesto en práctica en lugares como San Bernardo de los Farallones, corregimiento de Ciudad Bolívar, donde se formó una biblioteca comunal, se creó un grupo de lectura y se realizan actividades semanales de lectura en voz alta y cine para niños.

En ese mismo año, en El Peñol, se realizó la primera versión del Encuentro Nacional de Narrativas. En sus tres ediciones Encuna —ese es el bonito acrónimo— ha mezclado talleres, conversatorios, cine y conferencias con nombres reconocidos a nivel nacional y regional. Cada certamen está antecedido por la preparación del público mediante la lectura de obras de los invitados. El periodista y escritor Pedro Nel Valencia, quien se desempeña como coordinador académico, destaca que además del espacio a los autores consagrados se promueve el talento local mediante un festival de narrativa infantil y otro de memoria oral. Las convocatorias oficiales al encuentro entienden que la lectura es “un vehículo fundamental para construir una comunidad con sentido crítico, culta, equitativa, sostenible y transparente”.

Recientemente (noviembre de 2024) se realizó el primer Festival Nacional de Literatura Tomás Carrasquilla, en Santo Domingo, con una robusta programación desplegada en tres días con el apoyo de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia. Este dato no es menor por dos razones. La primera apunta al esfuerzo sistemático de dicha unidad académica y de sus profesores en la investigación y difusión de los relatos regionales. Vale la pena resaltar el proyecto Memorias y archivos literarios de Antioquia, dirigido por la profesora María Stella Girón. Iniciado en 2010, el proyecto ha realizado muestras, exposiciones y talleres en Yolombó, Jericó, Sonsón y Amalfi; además, de la publicación de varios libros dedicados a las literaturas del Nordeste, “el Atrato y el Cauca” y el suroriente antioqueño. La segunda razón es que la presencia de los maestros es una constante en este tipo actividades: profesores universitarios que regresaron a sus lugares de origen y, sobre todo, educadores de las escuelas y colegios oficiales, tan denostados por los opinadores públicos, que en su tiempo libre y con sus propios recursos se dedican a promover o apoyar estas actividades.

En otro tipo de registro, y más rutilante, se realiza la versión del Hay Festival en Jericó desde 2019. El festival literario fue creado en 1988 en un pueblito galés con menos de dos mil habitantes, se convirtió en una franquicia internacional con presencia destacada en Hispanoamérica y moviliza estrellas del mundo de las letras con el consecuente atractivo que pueden concitar entre el público. El escritor Juan Diego Mejía considera que la importancia de este tipo de actos es que “la presencia de ideas diferentes en un territorio amplía la visión del mundo de los habitantes; sentirse parte de un movimiento mayor que el de su entorno los lleva a tener consciencia de la existencia de problemas similares a los de ellos en otros lugares desconocidos”.

Por supuesto, la dimensión y la continuidad de estos certámenes no serían posibles solo con el trabajo y el entusiasmo de sus promotores; en la mayoría de los casos es la capacidad de gestión y algo de suerte las que ayudan a canalizar fondos de convocatorias oficiales, especialmente nacionales. En muchos casos, las administraciones municipales brindan algún apoyo, pero el resorte económico complementario y, eventualmente, decisivo proviene de las cajas de compensación y de algunas fundaciones privadas. La tarea de entidades del orden nacional en la reconstrucción de teatros y casas de la cultura, y el empeño de alguna gobernación —como la de Sergio Fajardo— para construir parques educativos, han contribuido a consolidar una infraestructura que algunos municipios, no todos, han sabido aprovechar.

Los lectores promedio solemos olvidar que las obras que nos emocionan y nos ponen a pensar en la condición humana, en la historia y la tierra propias, se incubaron en un patio o un corredor de un pueblo humilde, en las veredas y parajes de lugares desconocidos o apenas mencionados con ocasión de alguna mala noticia. Que esas letras viajan de ese patio a una editorial, de ese corredor a un aula universitaria, de esa vereda al escenario de un auditorio. Y que hay personas, entidades y fundaciones que van haciendo posible que tengamos pueblos letrados.

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