¡El tal “Tesoro Quimbaya” no existe!
Dos campesinos encontraron en 1890 un conjunto de piezas de oro hechas por los Quimbaya. Desde que fueron desenterradas han generado peleas, chismes de líos de faldas, rumores de hijos ilegítimos y discusiones acaloradas entre España y Colombia sobre el lugar dónde deben estar estas piezas. ¿Quién tiene la razón y por qué, primero que todo, debería quitarse la palabra “tesoro” de la ecuación?
Hablar del Tesoro Quimbaya implica, de por sí, hablar desde un punto de vista políticamente incorrecto hoy en día. Decir que este conjunto de piezas es un “tesoro” evoca una serie de ideas y de prácticas que hoy en día son criminales: los tesoros se venden, los tesoros tienen dueño, los tesoros son encontrados por piratas, los tesoros son motivo de guerras, persecuciones y asesinatos. Por eso, hablar del “tesoro Quimbaya” convierte a estas piezas en un botín, desconoce su carácter patrimonial e ignora que no son de nadie, sino del pueblo colombiano en su conjunto.
Incluso hoy en día, este “tesoro” sigue generando codicia, esta vez no de piratas, sino de políticos y presidentes, desde Belisario Betancur hasta Gustavo Petro, que le han reclamado a España una y otra vez su retorno a Colombia. “El tesoro es nuestro”. “Nos robaron el tesoro”. “Los españoles se llevaron nuestro oro”. Todas estas son frases que convierten al que las dice en un pirata más, en un conquistador lleno de codicia y enfermo de fiebre de oro.
Así las cosas, voy a hablar aquí del Tesoro Quimbaya de otra manera. Diré que es “la Colección Filandia”, como se refiere a ella la Academia Colombiana de Historia y cuyo periplo empezó como la de muchos otros hallazgos arqueológicos: campesinos que ven luces flotando en medio del campo y escuchan campanas, ruidos, música y conversaciones. Esta vez, estos fenómenos extraños ocurrieron cerca al río La Vieja, a pocos kilómetros del municipio de Filandia, Quindío, un lugar que alrededor de 1540 era conocido por los españoles como “la provincia Quimbaya”, un pueblo originario de Colombia que fabricó unas de las piezas de orfebrería indígena más emblemáticas del patrimonio colombiano.
Macuenco y Casafuz eran dos campesinos de la zona, y alrededor de noviembre de 1890 se conoció la noticia de que habían encontrado tantas piezas de oro que pesaban alrededor de 200 libras. Estos campesinos no tenían dinero para emprender la búsqueda de ese conjunto de piezas, así que consiguieron dos socios: Luis Ceballos y Rosa de Jaramillo. Esto explica por qué, desde antes de ver la luz, la Colección Filandia ya estaba dividida en al menos cuatro partes. De hecho, se cree que antes de repartirse estas piezas como un botín, una parte de la colección fue fundida para fabricar campanas y una custodia para la iglesia de Filandia, porque, claramente, había que agradecerle a Dios y a la Virgen la buena suerte de haber encontrado este “tesoro”. Así piensan los piratas.
Desde que fue desenterrada, la Colección Filandia pasó de mano en mano por ciudades como Pereira, Manizales y Bogotá y fue vendida una y otra vez por especuladores hasta que, tres años después de su descubrimiento, llegó a manos del presidente Carlos Holguín. En ese momento, la colección ya había perdido cerca de la mitad de sus piezas y el gobierno colombiano la compró por $70.000 para obsequiársela a María Cristina de Habsburgo, que fue reina de España mientras esperaba que su hijo, el rey Alfonso XIII, cumpliera la mayoría de edad.
El motivo del regalo era agradecerle a la reina por haber dado un veredicto sobre una disputa fronteriza entre Colombia y Venezuela. Sin embargo, ese veredicto no terminó con las disputas fronterizas entre ambos países porque nombraba tramos e hitos geográficos que no existían. Así que, además de que el regalo fue en vano, su compra por parte del gobierno y su entrega a España está rodeada de varios hechos sospechosos y discutibles. Holguín, por ejemplo, no le consultó al Congreso ni informó sobre la transacción en el Diario Oficial, como debió hacerlo por ley y mandato de la Constitución de 1886.
El difunto investigador Pablo Gamboa Hinestrosa encontró que dos días antes de la compra, la colección cambió de manos varias veces, quizá con el fin de inflar su valor. Por último, está el rumor de que Holguín y María Cristina de Habsburgo tuvieron un romance, una historia que, incluso, llegó hasta las páginas de la novela Soledad, conspiraciones y suspiros, de Silvia Galvis: “qué es esta bola de rumores que rueda de aquí para allá [...] el romance de don Carlos Holguín, nuestro ministro plenipotenciario, nuestro representante ante la Corte Española, prendado de ciertos reales encantos, y no es un decir esto de reales, pues la dueña de este corazón ingrato es la regenta, la reina doña María Cristina, la madre del infante Alfonso XIII, heredero al trono de España”.
De hecho, Gamboa Hinestrosa afirmaba que la reina le obsequió a Holguín, al dejar su cargo diplomático en España, un retrato de madre e hijo con un texto que decía: “Para que nos recuerdes bien a ambos”. Cabe aclarar que esa nota dejaba por fuera de los recuerdos del expresidente colombiano a las otras hijas de la reina, María Mercedes y María Teresa.
La trágica historia de la Colección Filandia es un ejemplo del cambio de los tiempos. La nueva mentalidad que floreció durante el siglo XIX no sólo permitió salvar de las llamas a muchas piezas de orfebrería, que se vendían por peso, sino que hizo que muchos intentaran proteger las colecciones que se habían constituido durante ese siglo, como la del comerciante y minero antioqueño Leocadio María Arango, que tenía una red de comerciantes por todo el departamento que le conseguían piezas para un museo que constituyó en su casa del centro de Medellín. Una gran parte de las piezas que hoy exhibe el Museo del Oro pertenecieron a Leocadio.
“No es extraño, por lo mismo, que el museo del señor Arango sea mejor conocido en el extranjero que entre nosotros, y que a nadie, sea Gobierno o agrupación científica, le haya asaltado el temor de que en cualquier momento y debido a nuestra vituperable desidia, esa valiosa colección arqueológica pueda salir de Antioquia para el exterior, dejándonos, a la vez, sin uno de los principales elementos de progreso futuro, sin el medio más adecuado para resolver las dudas y llenar los vacíos de nuestra historia en tiempos anteriores y posteriores a la conquista”, escribió Sebastián Hoyos, miembro de la Academia de Historia de Antioquia, sobre la colección de Leocadio María Arango. Esta declaración es bastante curiosa, porque ya en este momento se quitaba de estos objetos el halo codicioso de verlos como un “tesoro”.
Una vez en España, la Colección Filandia sobrevivió a los ataques de los mismos aviones alemanes que acabaron con la ciudad de Guernica y que sería inmortalizada por Picasso. En una caja de madera, las 122 piezas que sobrevivieron al saqueo de los guaqueros viajaron a Madrid, Valencia, Barcelona, Gerona y Ginebra, junto a 371 cuadros del Museo del Prado y la vajilla de ágata, jaspe, jade y otras piedras preciosas que conforman el Tesoro del Delfín.
Hoy en día, la colección se encuentra en el Museo de América, en Madrid, donde han llegado una y otra vez las peticiones de varios gobiernos colombianos que piden su regreso a Colombia. De hecho, la Corte Constitucional ya se pronunció al respecto, diciendo que el regalo de Holguín había sido ilegal porque el Congreso no lo aprobó en su momento. Y desde entonces han ido y venido decenas de argumentos: por un lado, España se para en la raya al decir que los regalos no pueden devolverse y que desde su lado la obtención del conjunto fue legal. Por otro lado, el exministro de Cultura de Colombia, Juan David Correa, dijo esto a medios de comunicación, como BBC News, sobre la actitud de España: “Uno no debe aceptar regalos ilegítimos. Y si los aceptó, es bueno que se piense en regresarlos a quien les pertenecen”. Correa también habló de que el retorno del conjunto Filandia sería un acto de reparación: “No podemos olvidar los sucesivos exterminios que realizó España en América”.
Sin embargo, la Academia Colombiana de Historia piensa todo lo contrario, y en un artículo de 2023 titulado “La colección Filandia y la postura de la Academia Colombiana de Historia”, en el que afirman que no tienen las fuentes históricas ni documentales para controvertir la decisión que se tomó en su momento en el consejo de ministros en 1891, cuando se le regaló la colección a España; que este reclamo está alentado por sentimientos “nacionalistas, patrimonialistas y étnicos”, que a su vez suelen alentar guerras y conflictos y, por ello, son inadecuados para tratar temas de relaciones internacionales. “Es un anacronismo histórico juzgar las decisiones y acciones de los hombres del siglo XIX con estos criterios recientes”, dicen en el documento Armando Martínez Garnica y Roberto Lleras Pérez, miembros de la academia.
¿Cuál sería una solución? Se han planteado muchas, desde hacer copias de las piezas de la colección para exhibirlas en Colombia hasta acudir a una figura conocida como “préstamo a perpetuidad”, que consistiría en que el Museo de América le preste a Colombia la colección sin una fecha explícita de retorno.
¿Quién tiene la razón en todo esto? Todos y ninguno. Si hay algo claro sobre la historia, es que el pasado siempre cambia desde donde se lo mire. Hoy, con todo el auge de la descolonización de los museos, está muy mal visto que España se empeñe en tener en su poder objetos culturales que le fueron obsequiados de manera irregular. Pero en ese momento de 1891, cuando se decidió hacer el “regalo”, a muchos les pareció una buena idea. ¿Cómo les va a parecer este hecho a los humanos que habiten esta tierra en el año 2070 o en el 2150? ¿Qué tanto nos importaría el regreso de la Colección Filandia si no hubiera sido invocada por décadas como el “Tesoro Quimbaya”? ¿Qué tanto nos estamos comportando como conquistadores y saqueadores al pedir su retorno? No habrá un futuro en que estas preguntas tengan una respuesta posible. Así es la historia.