ChatGPT es un virus
Hace un año, el 30 de noviembre de 2022, la humanidad oyó hablar por primera vez de ChatGPT, una nueva revolución tecnológica que hace abrir los ojos y asusta por igual. ¿Qué ha pasado con la inteligencia artificial en este último año y hacia dónde nos conduce?
El 30 de noviembre de 2022 estaba marcado con un círculo rojo en mi calendario. Ese día jugaba Argentina contra Polonia en el Mundial FIFA de Catar. Un partido clave para pasar a la segunda ronda y remontar la derrota inicial contra Arabia Saudita. Pero el 30 de noviembre de 2022 pasaron otras cosas.
No corrían buenos tiempos para las tecnológicas en noviembre de 2022. Twitter estaba en plena mutación de la mano de Elon Musk (por entonces se debatía el cobro por la verificación azul), el gigante de la criptomoneda FTX declaraba la bancarrota y Meta, la compañía propietaria de Facebook, Instagram y WhatsApp, anunciaba un gran recorte de personal con cientos de despidos. En medio de este barullo OpenAi, un laboratorio de investigación de inteligencia artificial reconvertido en ambiciosa empresa, abrió las puertas del ChatGPT a millones de usuarios. A menudo se abusa de la palabra “disruptivo”. Según la Real Academia Española, se trata de algo que produce una “ruptura o interrupción brusca”. Tengo la impresión de que en este caso el concepto sirve para adjetivar un momento puntual en la evolución sociotecnológica de nuestra especie: si el verano de 2016 lo pasamos buscando Pokémons (primera experiencia global de uso de la realidad aumentada), el 30 de noviembre de 2022 los humanos descubrieron de manera masiva qué significa interactuar con una inteligencia artificial generativa. Las inteligencias artificiales generativas que crean textos (como el ChatGPT o el Bard de Google), imágenes (como DALL-E o Midjourney) o sonidos (como MusicGen o AudioCraft) están destinadas a transformar todas las profesiones centradas en la creación y distribución de contenidos, desde el periodismo hasta la producción audiovisual o fotográfica. No hay tarea o función en el mundo de la información y la comunicación que no esté siendo afectada por las inteligencias artificiales.
El otro ámbito que está obligado a lidiar con estas nuevas tecnologías es la educación. Cualquier persona que haya pasado por la escuela, antes o después ha tenido que escribir un ensayo o sintetizar un texto. Estas tareas las realizan las inteligencias artificiales generativas en un par de segundos. Si le pido al ChatGPT que resuma lo que he escrito hasta ahora, el resultado es este: “El 30 de noviembre de 2022, el sector tecnológico vivió cambios importantes con problemas en Twitter, la bancarrota de FTX y despidos en Meta, mientras OpenAI lanzaba ChatGPT, marcando un hito en la IA generativa”.
Rediseñando la educación
Sigamos jugando. Le digo al ChatGPT: “Ahora eres un experto en tecnología de la educación. Por favor, resume en un párrafo destinado a un lector no experto los principales desafíos de la introducción de la inteligencia artificial en la educación”. Un truco: cada vez que usamos el ChatGPT o cualquier otra inteligencia artificial generativa, lo primero es darle un rol. O sea, debemos explicarle quién queremos que sea. El ahora “experto en tecnología educativa” me responde lo que sigue: “La introducción de la inteligencia artificial (IA) en la educación es prometedora pero presenta desafíos. Uno de ellos es la igualdad de acceso, ya que no todos los estudiantes tienen acceso igualitario a la tecnología. La privacidad y la protección de datos son preocupaciones, ya que la IA recopila datos personales de los estudiantes. También es crucial equilibrar la IA con la interacción humana para no perder aspectos esenciales de la educación. La evaluación y la formación de docentes son desafíos clave, junto con cuestiones éticas como la toma de decisiones algorítmicas y la responsabilidad. En resumen, la IA en la educación tiene un gran potencial, pero es esencial abordar estos desafíos para garantizar su éxito y equidad”. Si el texto nos parece demasiado largo, le podemos pedir que lo sintetice para postearlo en X, la plataforma que alguna vez conocimos como Twitter: La inteligencia artificial en la educación promete transformar la forma en que aprendemos, pero también plantea desafíos cruciales. Garantizar igualdad de acceso, proteger la privacidad y equilibrar la IA con la interacción humana son prioridades clave. #IAeducación #DesafíosEducativos La IA en la educación ofrece un gran potencial, pero no sin desafíos. La formación de docentes y la ética en la toma de decisiones algorítmicas son temas críticos a abordar. ¡Aprovechemos la IA para mejorar el aprendizaje de manera equitativa! #TecnologíaEducativa #IAenlaEducación Estos dos ejercicios, además de ejemplificar la potencia de las inteligencias artificiales generativas, nos dan una idea del desafío que nos espera a los educadores. En China, si bien el ChatGPT está prohibido, existen potentes sistemas desarrollados localmente cuyo uso está cada vez más difundido dentro del aula. Los estudiantes orientales incluso cuentan con “tutores virtuales” basados en la inteligencia artificial que acompañan su educación y les ayudan a aprender. Los educadores tenemos mucho trabajo por delante. Como mínimo, deberemos integrar a corto plazo estas tecnologías en los procesos de aprendizaje, enseñar a utilizarlas de manera ética y rediseñar de arriba a abajo los procesos de evaluación. No es poco.
Nuevas generaciones comunicativas
Otro sector que está viviendo el terremoto de las inteligencias artificiales es el de la comunicación. Todas las profesiones vinculadas a los medios, desde el periodismo hasta la publicidad, pasando por las relaciones públicas, la producción audiovisual o interactiva están siendo transformadas por estas tecnologías. Si seguimos con nuestro experimento, le podríamos pedir al ChatGPT que transforme el párrafo sobre educación en una presentación de Power Point de diez diapositivas o en el guion de un vídeo de dos minutos de duración. Si nos parece demasiado largo, podemos pasar a cinco diapositivas o un minuto. Todo esto en un par de segundos. Y si queremos acompañar las diapositivas con imágenes, siempre se pueden crear –a partir de las sugerencias que solicitaremos al ChatGPT– con otras inteligencias artificiales como DALL-E o Midjourney. O también le podemos pedir que reescriba el texto con un estilo periodístico. O con el de Gabriel García Márquez. O Stephen King. Sí, es demasiado para una tecnología que se liberó hace solo doce meses y que ni sus propios creadores entienden cómo funciona o cómo genera ciertos resultados.
En el ámbito de la creación audiovisual la inserción de las inteligencias artificiales está siendo crítica. A la queja de los guionistas –las limitaciones en el uso de las inteligencias artificiales generativas estuvo en el centro de la reciente huelga en Estados Unidos– se suma la de los actores, quienes ven a sus personajes convertidos en materia digital muchas veces sin su consentimiento. Ahora podemos ver a Harrison Ford o Robert de Niro rejuvenecidos en la gran pantalla; dentro de unos años, podrían reaparecer juntos en un crossover entre Indiana Jones y Al Capone, todo guionado y generado por una inteligencia artificial hollywoodense. Los videojuegos desde hace años utilizan algoritmos generativos para crear mundos interactivos. Juegos muy populares como Minecraft, No Man’s Sky o Middle-Earth: Shadow of Mordor han sabido aprovechar las ventajas de esta tecnología. Las inteligencias artificiales generativas crean mundos expansivos y únicos, ahorrando tiempo de desarrollo y ofreciendo experiencias sorprendentes a los jugadores. Por ejemplo, No Man’s Sky genera automáticamente más de 18 trillones de planetas para que los jugadores se diviertan explorándolos. Los personajes de videojuegos controlados por las inteligencias artificiales son más realistas y adaptables gracias a algoritmos generativos. Además, la generación narrativa permite crear historias personalizadas basadas en las elecciones del jugador, brindando una experiencia más inmersiva y atrapante.
Recuerdos del futuro
¿Cómo hablar de las inteligencias artificiales? ¿Son “inteligentes”? ¿Son “artificiales”? ¿Son “creativas”? ¿O simplemente producen resultados estadísticos basados en viejos datos? A lo largo de este artículo he usado expresiones como “pedirle” o “decirle al ChatGPT”: ¿es correcto este tratamiento? ¿No estaremos antropomorfizando una entidad tecnológica, tal como hacía Joaquin Phoenix con la seductora inteligencia artificial de la película Her? Estas son algunas de las preguntas que nos hacemos un año después de la difusión masiva de las inteligencias artificiales generativas. Y la historia recién comienza. “El lenguaje es un virus” decía el escritor lisérgico William S. Burroughs hace 50 años. En noviembre de 2019 prácticamente nadie había sentido hablar del coronavirus SARS-CoV-2. Cuatro meses más tarde, medio planeta estaba encerrado en sus casas. En noviembre de 2022 otro virus del lenguaje comenzó su difusión; a los pocos días ya había superado los 100.000 millones de contagiados... La rápida difusión del covid 19 o de las inteligencias artificiales generativas nos remiten a dos conceptos claves para comprender el mundo contemporáneo: complejidad y aceleración. No sabemos con exactitud cuántas personas utilizan diariamente el ChatGPT y otras inteligencias artificiales generativas, pero son muchas y no paran de crecer. Las consecuencias de esta aceleración ya las estamos viviendo en nuestro entorno sociotecnológico. No hay marcha atrás. Lo único claro a estas alturas es que estas tecnologías han llegado para quedarse, se infiltrarán en nuestros ámbitos de trabajo –si ya no lo han hecho– y, como el pobre Joaquin Phoenix, deberemos aprender a convivir con “ellas”. ¿De qué manera? Para convivir con las inteligencias artificiales debemos “comprender su funcionamiento, establecer regulaciones éticas y fomentar la colaboración humano-IA en lugar de reemplazo total, aprovechando sus capacidades para mejorar la vida y resolver problemas”. Sí, ya pueden imaginar de dónde viene esta respuesta.
*Profesor del Departamento de Comunicaciones de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Su último libro es La guerra de las plataformas.