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  • Cerro Tusa: tres mundos, una montaña
  • Cerro Tusa: tres mundos, una montaña
Edición del mes | PUBLICADO EL 17 julio 2025

Cerro Tusa: tres mundos, una montaña

Cerro Tusa, en el suroeste antioqueño, fue convertido en parque por iniciativa de la Alcaldía de Venecia, la Gobernación de Antioquia y Comfama, para que quien lo recorra comprenda su dimensión sagrada, histórica y natural.

Nataly Londoño Laura / Periodista de El Colombiano.

Cuentan que hace cientos de años, una diosa se enamoró de un escultor del valle y que el cacique de su comunidad, celoso, impidió su encuentro y la condenó a añorarlo en la eternidad. Desde entonces, su silueta quedó atrapada en la roca, mirando hacia el sitio donde vivía su amor: allá donde hoy queda Bolombolo... Y aunque nadie sabe si fue cierto, el mito persiste como un eco antiguo, un murmullo que atraviesa generaciones. Sobre todo entre quienes conocen Cerro Tusa y saben que aquí lo importante está bajo tierra.

Quizá por eso, en 2019, Comfama propuso una intervención singular sobre esa parte de la tierra: no construir en ella un sitio de esparcimiento tradicional, sino revelar el significado profundo del cerro, con base en la cosmovisión amerindia. Fue así como nació el parque Cerro Tusa, una propuesta pedagógica, contemplativa y de acceso libre que invita a explorar el territorio como quien atraviesa los niveles del mundo ancestral, una visión que divide la montaña en tres planos simbólicos: el inframundo, el mundo del medio y el supramundo.

Y es justamente en el primero, el inframundo, donde comienza este recorrido por la memoria, pues en esa lectura del mundo indígena, este no es el paisaje de los muertos: es el del origen de la vida y el saber. Allí, bajo la tierra, habita la serpiente, guardiana del conocimiento. De igual forma nacen los acuíferos, se hacen los pagamentos, y reposan los vestigios de la existencia: vasijas, huesos, pigmentos. ¿Por qué? Porque las comunidades originarias que habitaron o transitaron esta zona —como los Senuanáes y los Sitiridíes— usaban las cuevas como templos y como archivos.

Estefanía Pérez, una de las guías del parque, cuenta que durante las excavaciones para las vías 4G, muy cerca de aquí, apareció una urna fúnebre con restos de una niña indígena a la que se cree enterraron viva. “No estaba cremada, como era costumbre. Estaba entera, abrazada a quien se presume era su madre”, contó. No es la única historia. En las cercanas cuevas de Santa Catalina —ubicadas en el mismo corredor arqueológico que rodea a Cerro Tusa— se hallaron cerca de 6.500 piezas, ahora distribuidas en varios museos del país.

Pablo Aristizábal, arqueólogo y asesor del proceso de declaratoria de Cerro Tusa como Bien de Interés Cultural, Arqueológico y Ambiental, lideró durante años el trabajo para proteger este predio. Él documentó la existencia de un camino ancestral que atraviesa el cerro: “Es una vía de 2.000 años de antigüedad”, explicó, “una ruta de peregrinación y comercio que conectaba comunidades indígenas de distintas regiones”. Cuatro tramos de ese camino, con 600 metros, están hoy señalizados y abiertos al público.

Ese camino es apenas una de las huellas visibles de un pasado más vasto, y la montaña que durante décadas fue usada como potrero, hoy conserva rastros de terrazas, altares, cementerios, una presencia que Alejandra Barco, auxiliar operativa del parque, resumió así: “Queremos que las personas que no pueden subir, al menos puedan contemplarla, conocer su historia, entender por qué estamos acá”.

Es decir, en este espacio el inframundo no es un sitio oscuro, es la raíz de todo. La primera capa de un territorio que, a medida que se recorre, revela su profundidad. “No somos los primeros ni seremos los últimos que pasemos por acá”, dijo Estefanía, mientras señalaba el camino. “Este lugar fue importante para muchas generaciones antes que la nuestra”.

El territorio que se habita

Pero la montaña no se impone de inmediato. Desde la base parece amable, disimulada entre la vegetación que ha comenzado a regenerarse después de décadas de uso ganadero. Al avanzar, el terreno cambia. Comienzan los escalones de tierra compactada por el sol y el agua, los pasamanos de soga, las paradas para tomar aliento.

En el diseño del parque, esta sección corresponde al mundo del medio: el plano donde habitan los seres humanos. En la cosmovisión precolombina, aquí vive el jaguar, símbolo del poder solar, y es donde ocurren las decisiones, los aprendizajes y los vínculos. Es, en esencia, el mundo que se habita. Durante el ascenso, se encuentran estaciones con bancos de madera para detenerse, juegos pedagógicos, relieves tallados en piedra que invitan a observar la fauna y vallas que explican los hallazgos arqueológicos, biológicos y mitológicos del territorio.

Los guías sugieren hacerlo en silencio porque subir este cerro es una forma de escucha. Escuchar los pasos propios, el jadeo del cuerpo, las aves que cruzan a toda velocidad entre las ramas, las chicharras. Juan Esteban Toro Trujillo, facilitador de recreación, comentó que el parque no fue pensado para la actividad física: “Queremos que la gente lo recorra desde la contemplación. Que entienda que esta montaña es una forma de ver el mundo”.

Y en efecto, el cuerpo lo siente: la pendiente se agudiza, el aire se vuelve húmedo, las piernas pesan. Entre tramos empinados y curvas zigzagueantes, aparecen tres miradores, cada uno superior en altura que el anterior. Desde ellos se divisa el valle, el municipio de Venecia, la quebrada Sinifaná.

Por momentos, es necesario usar las manos. No hay cuerdas, hay lazos de seguridad que ayudan en el ascenso. A los lados, helechos, musgos, bromelias. Igual, entre las rocas, la presencia discreta de una planta que fue reconocida como una nueva especie para la ciencia: la Aphelandra montis-tusae, descubierta en 2020 por el botánico Saúl Hoyos y reconocida en una revista científica internacional en 2024. Se trata de una planta endémica de aquí, de estas laderas, que forma parte de la riqueza biológica que el parque busca conservar.

Alejandra recordó cómo antes de las adecuaciones poco invasivas de Comfama —hechas preciso para proteger esta riqueza— subir al cerro era una proeza riesgosa: “No había señalización, la gente se trepaba por donde podía. Había accidentes, extravíos. Ahora hay un camino, sin embargo, sigue siendo muy difícil. Lo cual hace tan importante subir con respeto”. Además, en este tramo, la montaña exige al cuerpo y revela sus formas: sus piedras, sus pliegues, su ritmo. Como si hablara. Como si pusiera a prueba la voluntad de quien quiere llegar hasta la cima.

La cima del espíritu

A medida que se alcanza el último tramo, la pendiente se vuelve vertical y el camino, estrecho. Este es el ámbito final del recorrido: el supramundo, el dominio del espíritu. En la cosmovisión amerindia que guía el diseño del parque, esta es la esfera de los dioses, los ancestros, las aves de vuelo alto. El punto donde habita el rey gallinazo, también conocido como el cóndor de la selva, figura sagrada que domina el cielo tropical y custodia los secretos del cerro.

A esta altura, el silencio es distinto. Ya no es un ejercicio de concentración o respeto, es una consecuencia natural. La cima exige que se calle todo lo demás. El viento se cuela entre los filos de la montaña. La mirada se expande. El vértigo se mezcla con la belleza.

Pablo reiteró que esta montaña resume una cosmovisión milenaria. “Lo que hace único a Cerro Tusa es que aquí se cruzan los tres niveles del mundo. Está la cueva —el inframundo—, las terrazas donde vivía la gente —el mundo del medio—, y esta cima que representa el supramundo. No hay muchos lugares donde eso ocurra al mismo tiempo, en la misma geografía”.

Ese sistema de creencias no es teórico ni abstracto. Está impreso en el territorio. La cueva sagrada de Santa Catalina, ubicada a pocos kilómetros de la base, fue excavada por el mismo Pablo y su equipo, quienes encontraron más de 6.000 fragmentos de cerámica ritual: poporos, alcarrazas, cuencos decorados con dedicación, figuras de murciélagos, hachas verdes. Todo apunta a un emplazamiento de peregrinaje ceremonial. “Sabemos que la gente no vivía en el cerro —explicó el arqueólogo—. Venían en ciertas épocas del año, caminaban por el antiguo Camino de Bolívar, hacían rituales, dejaban ofrendas, y luego regresaban a sus aldeas”.

En la cima, uno de los puntos simbólicos es el altar de piedra, que desde hace décadas los locales han asociado con prácticas rituales. Pese a que su origen tallado no ha podido comprobarse a través de estudios científicos, su ubicación y forma han sido fundamentales para entender el carácter ceremonial del cerro. Junto a él, se eleva una roca blanca que refleja la luz del atardecer: es la que da origen al mito de la diosa de los espejos, y que algunos relacionan con una figura femenina esculpida por la naturaleza en la montaña. “Sea o no una escultura humana —dijo Pablo— es un punto de referencia sagrado, porque la cara está alineada con los cuatro cementerios indígenas más importantes de la zona”.

Subir hasta aquí, entonces, es ingresar a una geografía que fue considerada sagrada por los pueblos prehispánicos y que en el presente, más allá de haber sido reconocida como bien de interés cultural, arqueológico y ambiental, representa también una oportunidad para la comunidad. Juan Felipe Builes, responsable de viajes y recreaciones en Comfama, lo expresó así: “El propósito nunca ha sido invadir la montaña, ha sido abrir un espacio de contemplación, cultura y encuentro. Queremos que la gente la comprenda y que al mismo tiempo aporte a la economía local”.

Lo cierto es que, desde la cima, uno intuye que Cerro Tusa es un espejo del tiempo, donde a través de sus piedras y su silencio resuena una verdad antigua: la certeza de que lo sagrado no desaparece, al contrario, cambia de forma y reverbera.

Nátaly Londoño

Periodista de medio ambiente. He trabajado en medios como El Mundo (España), El Espectador, Cromos, Arcadia y Canal Trece.

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