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Por Jessica Quintero Serna
Mientras esperaba el ingreso al quirófano en el hospital Pablo Tobón Uribe, Diego Alejandro Arboleda no paraba de orarle a la Virgen para que la intervención que le iban a practicar fuera exitosa. Era su segunda cirugía en menos de una semana luego de sufrir, días antes, una fractura de fémur durante un entrenamiento en la pista de BMX Mariana Pajón, en junio de 2018.
“Llevaba 15 minutos sobre la bicicleta, estaba calentando en la recta paralela a la pista, salté una rampa, tuve un golpe con la llanta de atrás lo cual me generó que el cuerpo se fuera para delante, di un giro en el aire, volé casi tres metros y luego caí sentado en el asfalto”, relata Diego.
Sus compañeros lo auxiliaron, lo llevaron a la Clínica de Fracturas. El primer dictamen médico fue fractura de cadera, lo operaron, pero ante la gravedad de la lesión tuvo que ser trasladado al Pablo Tobón para otra intervención.
“Ya había tenido otras lesiones: fracturas de peroné, tobillo, la clavícula cinco veces, pero sentí que esto era mucho peor”, dice el pedalista.
Su fe nunca desfalleció y a eso él le agradece el buen resultado de su última operación, pese a la desalentadora recomendación de los ortopedistas. “Me dijeron que me fuera olvidando de la bicicleta”, cuenta, quien siete meses atrás se había colgado la medalla de oro en los Juegos Bolivarianos.
Arboleda se sintió devastado. Se recriminó cientos de veces el no haber tenido la precaución suficiente para evitar el accidente que lo estaba privando de su pasión.
Así pasó la primera semana de recuperación. Pero luego entendió que dejar de pedalear no era una opción.
“Fue difícil, pero me aferré fuerte a Dios. Tuve muchas personas a mi alrededor que me alentaron y siempre creyeron en mí, así comencé a sobreponerme a las palabras de los médicos, porque dejé de verlas como una limitación y las convertí en una motivación para salir adelante”.
A las tres semanas de recuperación Diego empezó a levantarse de la cama y, como si estuviera aprendiendo a caminar, empezó a estimular los músculos de sus piernas y pies. Las sesiones de fisioterapia, tres veces al día, todos los días, le permitieron poco a poco poder apoyarse.
Pero sus mayores logros en el proceso de mejoría llegaron cuando pudo volver a sentir la sensación de pedalear.
“En la semana 12 la fisio me dijo: ¡Hey Diego!, vamos a hacer spinning. Me puse a llorar, estaba emocionado. Solo la sensación de subirme al sillín e intentar pedalear me dio mucha felicidad. En ese momento caí en cuenta de que nunca era agradecido por esos pequeños detalles: poder pedalear, caminar, acciones que se habían vuelto paisaje en el día a día”, explica el bicicrosista.
El otro momento que marcó su proceso fue el día que pudo volver a la pista. “Fue el 19 de octubre, aún no tenía permiso para entrenar. Esa vez también estaba Mariana Pajón, ella tampoco podía hacerlo porque a la vez estaba en recuperación, pero decidimos dar un vuelta y rodar suavecito. La sensación fue brutal, no lo podíamos creer”, cuenta.
Luego vinieron los entrenamientos en velódromo y ruta que lo hicieron llenarse de confianza para volver al partidor y sentir esa adrenalina única que, según él, solo se vive en la pista.
En su regreso a competencia, el pasado 23 de febrero, “azulejo”, como le dicen de cariño por su gusto por el color azul, se subió al primer lugar del podio en el arranque del Torneo Nacional de BMX en Paipa, Boyacá. Fue el triunfo de la obstinación, esa con la que quiere llegar a los Olímpicos de Tokio-2020 n