Muchos de nosotros somos de una generación que tenía tolerancia selectiva, en parte transmitida por nuestros mayores o por el ambiente, que no era precisamente un foco de apertura mental sino que, por el contrario, estaba lleno de prejuicios inducidos que terminábamos apropiándonos sin saber cómo ni por qué.
Nos educaron en el respeto por la propiedad y los bienes ajenos, por los mayores y por las instituciones, pero poco o nada nos dijeron de respetar a nuestros semejantes, incluso si eran diferentes. Con la crueldad tan propia de la infancia, que no calcula daños ni dolores, solíamos burlarnos del gordo, del gago, del tímido, del cojo, de la piojosa y del “voltiao”, como llamábamos entonces a un homosexual y de quien pensábamos que era enfermo,...