La primera y única vez que me subí a un camión de basura sentí lo que en muchos lugares se conoce como “pena ajena”, es decir, esa vergüenza que tienes ante la acción de un tercero. Por un encargo de mi editora de aquel entonces, pedí al encargado de Empresas Varias que me dejara hacer parte de un recorrido matutino por las calles. Después de aceptada la propuesta, me senté al lado del chófer, un hombre paciente y lleno de amor por Medellín. El sentimiento descrito en las líneas previas fue imposible no tenerlo porque a medida que avanzábamos por los barrios, veíamos a sus compañeros recoger desechos que no deberían estar ahí tirados o en esas condiciones.
Mientras el inevitable olor a podredumbre nos rozaba con sus ráfagas intermitentes, contó...