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El fundador de Facebook alquiló una casa, en 2004, de cinco dormitorios en Palo Alto, California, con los primeros empleados de su compañía, aquellos que construyeron la red social. La idea era reducir costos y multiplicar las ideas, llevar el trabajo en equipo a su máxima expresión. A este modelo de trabajo colaborativo se le conoce como co-living, una fórmula que cada vez más colectivos, empresarios o geeks están adaptando en su día a día.
Las llamadas “economías colaborativas” son una tendencia mundial. Prometen eliminar barreras y permiten el intercambio de bienes y servicios, desde el conocimiento hasta un sofá, a través de plataformas tecnológicas (Uber, Airbnb, por ejemplo).
Bajo esta sombrilla se habla en el mundo de otras formas de vivir en comunidad: co-housing, co-coworking o co-living (ver recuadro), nuevos modelos de convivencia en el mundo actual.
Están diseñados para emprendedores o profesionales que quieren cohabitar en un mismo ambiente de trabajo, de manera colaborativa y en espacios inspiradores para sus proyectos. Incluso, estos brindan posibilidades de hacer parte de nuevas iniciativas.
Ubicado en Londres, The Collective, es uno de los proyectos de co-living más importantes del mundo. Es un edificio de 10 pisos adecuado para 550 personas con un lema: “una nueva forma de vivir, trabajar y jugar”.
Cuando fue lanzado, en mayo de 2016, los creadores querían derrumbar la imagen del trabajador que llega rendido a casa para olvidarse de su trabajo. ¿Por qué no disfrutar de lo que se hace y compartir esa experiencia con otros? Y de paso, ofrecer una solución para la crisis de vivienda de Londres en los últimos años. “Estamos cambiando la forma en que las personas pueden elegir vivir”, comentó Reza Merchant, director de la iniciativa en su lanzamiento.
Es así como elegir una experiencia co-living puede servir para personas que quieran desarrollar un proyecto, montar una startup (empresa en etapa temprana) o trabajar en comunidad. Pero también responde a dinámicas sociales de este tiempo, como la soledad.
“Encontrar un piso de alquiler en Londres consume mucho tiempo y es muy costoso. Incluso después de haberlo encontrado, la probabilidad de llegar a un grupo de gente con las que uno se entienda es extremadamente pequeña. Queremos responder a ese problema” y al de la falta de relaciones sociales, una dificultad de la vida urbana, agregó Ed Thomas, uno de los fundadores del proyecto.
En ciudades como Silicon Valley (California) el acceso a la vivienda es costoso: el promedio de un piso de una habitación es de unos 3.500 dólares. En Londres, la cifra rondaría los 2.400 dólares. De ahí que aparezcan este tipo de incoativas.
Los planes semanales para alquilar una habitación en el edificio The Collective, por ejemplo, están entre los 300 y 400 dólares, que incluyen servicios generales, programas comunitarios (clubes, redes sociales), seguridad y espacio.
De hecho, los co-living han surgido como solución a un problema social. La crisis de vivienda que presentan las nuevas ciudades y los sobrecostos que representan hace que para muchos sea imposible vivir en grandes urbes.
La multinacional de artículos para el hogar IKEA creó el año pasado el proyecto One Shared House 2030, un laboratorio que tiene por objetivo estudiar el futuro de la vivienda en el mundo, para conocer más las implicaciones de la vida compartida.
Según el laboratorio, para el 2030 habrán 1.200 más personas en el planeta, de las cuales el 70% vivirá en las urbes. En su estudio le preguntaron a la gente cómo le gustaría vivir en esa fecha. La mayoría de los encuestados (más de 7.000) respondieron que estaban seguros de que el co-living sería una buena forma de relacionarse con los demás y que estarían dispuestos a compartir su hogar. A la mayoría le gustaría vivir en comunidades entre cuatro a diez personas, preferiblemente con gente de diferentes orígenes y edades.
A nivel local
El co-living es una tendencia que se está viendo sobre todo en Europa y Estados Unidos. Un fenómeno parecido, las casas o proyectos de co-working, sí tiene más recorrido en el país y en Medellín.
Según Santiago Franco, coordinador de la Red de Espacios N, un programa de Ruta N que promueve iniciativas de co-working en la ciudad, si bien existen pocos anota que el sector viene creciendo. Según Franco, se han registrado en la Red este año 23 co-working, aunque aclara que la cifra puede ser más alta.
John Serna, socio de Quokka, un espacio co-working de Medellín, indica que uno de los problemas más grandes de este tipo de instalaciones es que ni siquiera la gente de la ciudad conoce el concepto.
“Uno le dice a la gente que tiene un co-working y lo primero que le responden es qué es eso. Creo que hay que hacer mucho trabajo de difusión”, comenta Serna.
No solo es desconocimiento, quienes dicen usarlo no aplican su verdadera esencia. Mauricio Villegas, consultor de la Unidad de Emprendimiento de la Universidad de Medellín, aclara que “muchos de estos se han convertido más en un alquiler de espacios que en lugares de colaboración. Y los co-working, un concepto anterior al de co-living, tampoco cumplen su razón de ser”.
Mauricio decidió ser coworker porque quería “abrir la mente y conocer otros mundos” y cree que aún no somos una ciudad de mundo ni generamos procesos productivos profesionales. Identifica dos problemas: “Primero, nos resistimos a trabajar en equipo y compartir ideas porque creemos que nos la van a robar. Es complejo pensar en trabajos colaborativos si solemos ser egoístas”.
El segundo problema es la competitividad. “Nos miramos más como competencia y no como coopetencia, es decir, revisar qué hacemos y cómo intercambiamos saberes”.
Una de las reflexiones del experto es hasta qué punto nos falta dejar a un lado el egoísmo y la desconfianza para ser mejores. Es una inquietud que también tiene John Serna. Ha visto en Quokka que muchas veces son los antioqueños quienes tienen dificultad de generar lazos y asociaciones con gente de otras latitudes.
“No sé si es un tema de ostracismo o si las personas viven inmersas en su trabajo, pero muchas veces veo que no rompen el hielo y trabajan a metros de distancia del otro, cuando la intención es unir”, comenta Serna.
La ciudad apenas se está abriendo al tema. Algunos ven en este modelo una nueva forma de negocio y de asociatividad. “Creo que las tendencias inmobiliarias están migrando de una renta de metro cuadrado a una propuesta de servicios y valor agregado. Está probado en el mundo que está funcionando”, comenta Santiago Franco.
“El co-living, por ejemplo, da un plus adicional: no solo comparto lo que hago sino que genero y produzco con el espacio. Hay mejores procesos de productividad porque no hay desplazamientos. Si se logra compartir y colaborar de manera adecuada, el grado de éxito estaría garantizado”, anota Villegas.
La tendencia muestra que cada vez más las ciudades necesitan de este tipo de espacios por sus beneficios: reducen costos, se intercambian experiencias, facilitan el trabajo y ayudan a focalizar los intereses de individuos y empresas. Lo importante es abrir la mente y pensar de manera más colaborativa .