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Es continuo el goteo de datos alarmantes sobre la situación política, social y económica en Venezuela. Al punto que el propio Papa Francisco, quien ha sido tan cauto frente al régimen chavista, lo dijo con todas sus letras en el discurso anual que dio al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, el pasado lunes: hay una crisis humanitaria, dramática y sin antecedentes en ese país.
Aunque las virulentas reacciones tanto de Nicolás Maduro como de la cúpula del chavismo son casi inmediatas a cualquier crítica por la situación del país, así se fundamente en datos irrebatibles, no es previsible que las tomen contra el Sumo Pontífice, tal vez el único líder al cual no insultan, aunque sí lo hagan con la Conferencia Episcopal venezolana.
Y reaccionarán seguramente contra otro exgobernante con influencia en Europa y América Latina, Felipe González, quien en declaraciones a El Tiempo dijo sin ambigüedades que “nunca he conocido un proceso de destrucción institucional, económico, social y de seguridad más rápido y profundo que el que ha provocado el señor Maduro durante el período de su presidencia”. Y vaticina que la situación seguirá empeorando estos 365 días.
Ayer, el diputado opositor Rafael Guzmán, de la Comisión de Finanzas del Parlamento -el único poder del Estado en manos de la oposición, aunque con sus competencias usurpadas por la Asamblea Constituyente- aseguró que Venezuela cerró el 2017 con una inflación acumulada de 2.616 %. Solo en diciembre fue del 85 %. El FMI estima que en 2018 no será inferior al 2.000 %.
Otros datos acopiados por analistas internacionales -quien lo haga dentro de Venezuela se somete a que lo acusen de “terrorismo sicológico”- prevén para este año una contracción del PIB del 6 %.
En diciembre, hasta los barrios más identificados con el chavismo salieron a protestar por la falta de comida y de insumos básicos para celebrar las tradiciones navideñas. Lo que desde el exterior se miró incluso como una opereta por las estridentes declaraciones de Maduro intentando justificar la escasez de perniles de cerdo para las cenas de 24 de diciembre y San Silvestre, para los venezolanos no tuvo nada de folclórico. Es un drama. Una tragedia humanitaria, una crisis de alimentos en un país que tiene riqueza incalculable de uno de los recursos naturales todavía más usados en el planeta, pero cuya producción futura ha sido vendida a China y Rusia sin que nadie rinda cuentas de qué hicieron con los pagos anticipados.
Mientras tanto, al asumir el diputado Omar Barboza como nuevo presidente de la Asamblea Nacional, poder Legislativo legítimo pero hoy despojado de sus funciones, el recibimiento que le tributó Maduro fue decirle que “te voy a enfrentar por todas las vías políticas que tengo para enfrentarte. Ponte las pilas Omar Barboza porque puedes terminar muy mal”.
Maduro confirmó que este año celebrará elecciones presidenciales, que se presume se convocarán para el último trimestre. A ellas concurrirá una oposición dividida, con liderazgos atomizados, tal vez una de las consecuencias más nocivas de las manipulaciones políticas del Gobierno. Con un sistema electoral que obedece al chavismo, elegido y controlado por el Gobierno, las esperanzas de que dichas elecciones sirvan para despejar el panorama son remotas. Y nadie tiene la fórmula para sacar de manera realista al país de ese abismo donde lo echaron Maduro y sus cómplices.