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“Soy blanca, soy ciudadana americana, tengo un seguro médico, soy heterosexual, y aunque soy mujer, podría decirse que hago parte de la población menos perjudicada por las políticas de Donald Trump”, cuenta Moira Birss, una periodista asentada en Washington.
No obstante, el temor por la suerte de sus vecinos, amigos y conciudadanos, que son centro de la “agenda de odio” del presidente de su país, la llevaron a protestar con las mujeres latinas e indígenas en las calles de la capital estadounidense durante la primera semana del magnate en el poder.
“Estamos preocupados. Él está cumpliendo sus promesas de campaña y está atacando a casi todo el mundo que no es un hombre blanco, cristiano y heterosexual. Mientras tanto, los demócratas, que prometieron ser los palos en la rueda de su gestión, no se están solidarizando, e incluso los más polémicos están votando a favor del gabinete de Trump con la excusa de que deben elegir”, añade Birss.
“Lo que es increíble es la rapidez con que este gobierno parece querer destruir las estructuras internacionales que han forjado una estabilidad a nivel mundial después de la posguerra”, continúa David Shirk, profesor del departamento de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad de San Diego, y agrega que su país tiene ahora un “gobierno de minoría que controla todo el aparato del Estado”.
Lo anterior, explica, es una excepción en la historia de Estados Unidos. “Siempre hemos tenido los pesos y contrapesos, pero nunca un solo grupo con una agenda antidemocrática y anticooperativa. No hay precedente de un cambio tan radical en la orientación del gobierno nacional o de un líder tan populista en el último siglo”, detalla el experto.
Ambos, Birss y Shirk, estadounidenses preocupados por el rumbo de su país, sienten que hay una ruptura que deberá contenerse. El cómo es difícil de responder cuando Trump apenas inicia su segunda semana como presidente. Sin embargo, ya hay proyecciones y hasta demandas que cuestionan la sostenibilidad de los cambios.
El arma de Trump para sacar adelante en una semana decisiones como la salida del Acuerdo Transpacífico, la construcción de un muro fronterizo con México o el reinicio de las obras para construir dos grandes oleoductos que habían sido desmantelados en el gobierno de Barack Obama, es la orden ejecutiva, una orden del presidente en la que le dice al Poder Ejecutivo (los militares o agencias federales) que hagan algo de su interés, que no esté en contra de la Constitución, sin que ni siquiera sea necesario que el Congreso vote.
Aunque el mecanismo se convirtió en una especie de súper poder para Trump que parece no tener reversa, Michele Jawando, experta en el sistema judicial estadounidense del Centro para el Progreso de América, un grupo de pensamiento fundado por demócratas, explica por qué las órdenes son frágiles.
Primero, porque no le permiten al presidente cambiar la ley, aunque sus secretarios tienen, por lo general, amplia autoridad, sobre todo cuando se trata de seguridad nacional y de hacer cumplir las leyes federales. Segundo, porque aunque las órdenes tienen fuerza de ley, el Congreso puede anularlas y los tribunales pueden derribarlas si violan una ley federal existente o la Constitución.
De acuerdo con su análisis, aunque hasta ahora nada de lo que ha decidido Trump por medio de órdenes ejecutivas parece ser ilegal o inconstitucional, el muro, las deportaciones o incluso el retiro de fondos federales a las ciudades “santuario” puede ser demandado por grupos de interés y atendido por la Corte Suprema, que está a la espera de que Trump nombre un juez, y por el Congreso.
Aunque este último es de mayoría republicana y el juez podría ser cercano a las ideas del presidente, Jawando no descarta divisiones por un Trump históricamente impopular. “Ya estamos viendo a los senadores rechazar preguntas sobre la influencia de Rusia en las elecciones, y con respecto a otras cuestiones, la molestia puede extenderse como parece estar ocurriendo con los ciudadanos”, apunta.
“Creo que las decisiones pueden ser detenidas absolutamente”, comenta Harley Shaiken, profesor de la Universidad de California, argumentando que aunque ahora la relación entre el mandatario y el Congreso parece ser una luna de miel, “las fracturas vendrán, porque un presidente está hecho para resolver crisis, y no para crearlas”.
Sobre el recurso de las órdenes ejecutivas, Shaiken dice que Trump las está usando demasiado prematuramente y que tarde o temprano se enfrentará al hecho de que no habrá fondos para desarrollar muchas de sus ideas, como el muro.
Crew (Ciudadanos por la Responsabilidad y la Ética en Washington), un grupo de académicos constitucionalistas, litigantes de la Corte Suprema y abogados de ética de la Casa Blanca, presentaron el lunes pasado una demanda en la que exponen que Trump viola la Constitución de Estados Unidos al permitir que sus hoteles y otras operaciones comerciales acepten pagos de gobiernos extranjeros.
Los legistas sostienen que existe una disposición en la Constitución llamada Cláusula de Emolumentos, la cual prohíbe los pagos de potencias extranjeras al presidente, ya que esto podría conducir a que sea corrompido por regalos o pagos.
“Aunque las empresas estén gerenciadas ahora por la familia, los gobiernos extranjeros podrían alquilar habitaciones en los hoteles de Trump y aprovechar las relaciones con sus compañías para influir en la política comercial o militar”, reza el documento de 36 páginas, y pone como ejemplo a China, cuyo gobierno tiene un espacio rentado en la Torre Trump de Nueva York y es prestamista de un edificio de oficinas en la misma ciudad.
En esa medida, la demanda pide a un tribunal federal en Nueva York que ordene al presidente que deje de recibir pagos de entidades gubernamentales extranjeras en los hoteles y campos de golf, que tampoco acepte prestar sus edificios de oficinas para ciertos bancos controlados por gobiernos extranjeros ni arriende a inquilinos como la oficina de turismo de Abu Dhabi.
Para Marc Chernick, profesor de la Universidad de Georgetown, si bien la demanda puede tener problemas, porque no será fácil demostrar la influencia que tengan estos pagos sobre Trump, luego de que cediera la gerencia de las compañías a sus dos hijos, el incumplimiento de esa cláusula sí podría ser el comienzo de la caída del magnate en la Casa Blanca.
“Trump hizo un show diciendo que se está separando de sus negocios, pero él no ha mostrado su declaración de renta, como deben hacerlo todos los presidentes, lo que da a entender que se quedó con inversiones blindadas y manejadas por otros, y que sigue siendo el accionista principal de sus propios negocios”, apunta el experto.
Para Jawando, no hay duda de que la demanda podría debilitar al presidente. “Esto llamará la atención sobre el hecho de que él podría estar ganando de su oficina, y el pueblo estadounidense no soportará eso”, opina, pero teme que el éxito de este recurso en las cortes no es claro. “Nunca ha habido una oportunidad para que los tribunales apliquen o interpreten la Cláusula de los Emolumentos, porque nunca hemos visto este tipo de conflicto de intereses. No tiene precedentes”, dice.
Jeff Jarvis, profesor de la Escuela de Periodismo de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, reza por el momento en que los republicanos más razonables, como John McCain y Lindsay Graham, digan “ya es suficiente”.
Sin embargo, lo cree improbable. Aunque hay áreas sagradas, como el comercio y el capitalismo, que el Congreso eventualmente defenderá, los políticos republicanos temen a la turba de Trump y harán poco para frenarlo. Por eso, sugiere Jarvis, “tenemos que protestar y resistir”.
Moira Birss también cree que el poder ciudadano sacará del embrollo a Estados Unidos, lo hace porque en las protestas más grandes de Washington ha visto con pancartas y arengas a personas nunca antes involucradas en asuntos de política, pero que ahora decidieron hacer una excepción.
“Tengo la esperanza. En otros países y en la historia, el pueblo ha podido cambiar cosas. Una protesta masiva en contra de la colonia inglesa logró liberar a mi país. La protesta nos podrá librar de Trump ahora”, concluye la periodista.
El problema, advierte Jarvis, es que los estadounidenses todavía no han definido la resistencia, que clásicamente, como en los tiempos de fundación de su nación, vendría de un liderazgo, pero que ahora, en una era de medios sociales, carece de referentes.
Por lo tanto, advierte, será difícil que una resistencia realmente efectiva se aglutine alrededor de objetivos como detener a un candidato o luchar por información abierta o protestar contra uno de los decretos de Trump.
Aunque es crítico que en la resistencia de los últimos días Estados Unidos muestre desaprobación por las malas acciones del presidente, para Jarvis, hay que hacer más: “El valor primario de estas protestas ahora es irritar a Trump, que podría ser útil - haciéndolo mostrar en su verdadera naturaleza- tenemos que cumplir verdaderas metas, comenzando con la elección de políticos locales que cambiarán este sombrío paisaje en los próximos años”.