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En estos tiempos, además de contarse personas en el mundo, se suman usuarios activos en redes sociales y aplicaciones de mensajería instantánea. Por ejemplo, en el caso de Facebook son 1.900 millones de usuarios, y de WhatsApp las cifras ya alcanzan 1.200 millones de usuarios activos. No se cuentan los no activos, esos que abrieron la red y no la usan o la desactivaron sin cerrarla.
En el intercambio entre los usuarios activos es cuando aparece la vulnerabilidad del consumo de contenidos falsos que, en gran medida, tienen detrás anónimos que los construyen. El flujo de contenidos como noticias, cadenas de WhatsApp y memes que circulan en estas aplicaciones, y en general en Internet, es gran parte compartido por quienes las usan con frecuencia.
Ese es el primer eslabón de distribución en una cadena de la que hacen parte, indirectamente, los no activos e incluso quienes no tienen redes sociales: muchas veces los primeros traspasan la virtualidad y les cuentan a los segundos las noticias falsas. Una bola de nieve.
La cantidad de ese tipo de contenidos crece cada vez, y la guerra contra las noticias falsas está declarada. En un lado de la batalla están los anónimos y también los que sí le ponen un rostro, que crean o comparten información errónea y la distribuyen sin verificar su fuente de procedencia. Del otro lado están los medios de comunicación responsables, y Facebook y Google que se han unido con estrategias para encontrar la falsedad y evitar que se distribuya.
Los anónimos, sin embargo, son un gran problema. ¿Por qué no dan la cara?
Esconderse es más fácil
“Las redes son un vehículo facilitador del anonimato”. La afirmación la hace el director de la facultad de psicología de la Universidad Pontificia Bolivariana, Rodrigo Mazo. El gran problema con los anónimos en la web es que entregan información con un objetivo claro: desinformar y desestabilizar.
Según el psicólogo, las personas que aprovechan la posibilidades de esconderse que les brinda Internet para generar reacciones en otros lo hacen porque ocultando su identidad se protegen para “no asumirse en la palabra y en la responsabilidad que esta implica”.
Por ello, dice el psicólogo, ponen a circular información sin “ponerle un rostro. Ese anonimato los hace sentirse más valientes”.
En ese sentido, Mazo identifica diversos perfiles entre las personas que se ocultan en redes. El psicólogo destaca a quienes buscan “enmascarar sus dificultades sociales”.
Esos son quienes usan internet como medio de expresión o de interacción para generar una respuesta en otro que no son capaces de asumir cuando su identidad está desvelada, “de esa forma, ocultan sus debilidades y fragilidades sociales”. Muy ligados a ellos está otro perfil, “un yo oculto”, que provoca que esa persona exprese puntos de vista que no es capaz de hacer sin ocultar su identidad.
Entre los sujetos anónimos, el docente suma los “dañinos”. Son aquellos que pretenden influenciar usando la persuasión o el engaño.
No obstante, el anonimato para la distribución de contenidos falsos no es un fenómeno exclusivo del surgimiento de internet, y por ende de las redes sociales y de los servicios de mensajería instantánea. Según el psicólogo, las cartas y los telegramas en los que se ocultaba el remitente era un medio conocido de difusión de estos.
Así también lo cree Andrés Raigosa, docente de las universidades Externado de Colombia y de la Sabana. Para él este no es un tema nuevo: las redes sociales son una amplificación de la vida fuera de internet, es decir, el llamado anónimo está también en la vida análoga. Lo que sucede ahora, explica, es que en la virtualidad se les está entregando a las personas información en abundancia y esta genera lo que él denomina “una intoxicación informativa”.
Raigosa señala que los medios de comunicación son los llamados a combatir esa intoxicación realizando una curaduría de los contenidos que circulan, con una mirada especial a los hechos por anónimos.
Por otro lado está la individualidad, es decir, lo que puede hacer cada uno. “Las personas creen en la información sin verificar la procedencia, cualquier contenido se toma como válido solo por circular en la red. La gente debe ir a la fuente de la información, y a partir de ahí darle credibilidad o no”, apunta Rodrigo Mazo.
En ese sentido es importante combatir a los anónimos, ya que según Raigosa las personas construyen sus propia opinión desde distintas fuentes, entre ellas las redes sociales. Si la información que circula es mentira, “se crea una realidad a medias, llena de falsedades que los intoxica”.
Desvelar el anonimato es otra forma de frenar las noticias falsas. Así lo afirma un estudio publicado en Science Advances. Según la publicación citada por la agencia Sinc, demostraron que revelarlo disminuye la propagación de contenidos falsos en las redes sociales.
Ante este panorama, Raigosa destaca que en la ligereza de la información que circula, internet no tiene la culpa. Para él la responsabilidad es de la gente. “El mensaje no es desconfíe de todo lo que vea, sino que confíe en medios de comunicación que se den a la tarea de curar la información”.
Igualmente cree que hace falta abandonar el anonimato que desinforma y genera desesperanza. Para el docente es vital que la gente postule sus posiciones sin ocultarse. “Necesitamos gente con nombre y apellido que enarbolen puntos de vista, que discutan con la gente y no mentiras que confundan y disipen dichas desde el anonimato”, concluye Raigosa.
Se trata de asumir los pensamientos y las opiniones.