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Irak: 15 años de un espejismo para EE. UU.

Hace década y media, el presidente de la potencia, George W. Bush, proclamaba el triunfo estadounidense en ese país. ¿Qué lo llevó a ese error histórico?

  • El optimismo de Bush ese día fue tan elevado como el precio que tuvo que pagar su país en Irak. FOTO ap
    El optimismo de Bush ese día fue tan elevado como el precio que tuvo que pagar su país en Irak. FOTO ap
  • Los focos de enfrentamiento tras la proclamación de Bush fue en zonas fronterizas con otros países como Siria, pero en ningún lugar había seguridad.
    Los focos de enfrentamiento tras la proclamación de Bush fue en zonas fronterizas con otros países como Siria, pero en ningún lugar había seguridad.
  • Uno de los aspectos que más víctimas estadounidenses dejó fue el de los combates urbanos. En la ciudad de Faluyah (foto), se repetían con asiduidad.
    Uno de los aspectos que más víctimas estadounidenses dejó fue el de los combates urbanos. En la ciudad de Faluyah (foto), se repetían con asiduidad.
  • Como ocurrió en Vietnam y Afganistán, los estadounidenses no estaban a salvo de constantes ataques. FOTO Ejército de ee. uu.
    Como ocurrió en Vietnam y Afganistán, los estadounidenses no estaban a salvo de constantes ataques. FOTO Ejército de ee. uu.
Irak: 15 años de un espejismo para EE. UU.
04 de mayo de 2018
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Corría el 2003. El aire salino del océano Índico, poderoso pero en ese momento sereno como un gigante dormido, hacía olvidar a los soldados presentes en el portaaviones USS Abraham Lincoln el olor del petróleo quemado y el sonido de los estruendos que muchos habían sentido en el lejano Irak. El presidente George W. Bush, mismo que había ordenado el 20 de marzo la invasión estadounidense en ese país, se encontraba de visita y empezaba a pronunciar un discurso en la plataforma del navío.

“Nuestra coalición actualmente se encuentra estableciendo la seguridad y reconstruyendo ese país. Los Estados Unidos y nuestros aliados hemos prevalecido. ¡Misión cumplida!”, proclamó.

Los soldados entraron en júbilo, tal vez muchos empezaban a verse ya con sus familias en modestas casas campestres de Iowa, Wisconsin, Kansas. Por eso aplaudían al unísono. Bush respondía “gracias, gracias”. Era el 1 de mayo de 2003, hace 15 años y tres días.

Hoy, el discurso de la victoria pronunciado por el entonces mandatario de Estados Unidos parece uno de tantos episodios paradójicos y curiosos de la Historia. Todos saben el desenlace: la potencia norteamericana vivió dos guerras fallidas iniciando este siglo y la seguridad con la que se atribuyó el triunfo en Afganistán e Irak es discutible desde todos los aspectos.

Ambas naciones son un polvorín que continúa amenazando la estabilidad y seguridad internacional, y dejan la sensación de que están peor que antes de que los estadounidenses intervinieran.

Respecto a Irak, el país que suscita este análisis —hablar de Afganistán requeriría un espacio propio— cabe advertir que apenas en este 2018 se logró zafar de las garras del yihadismo —rama extremista y armada del islamismo, motivada por las doctrinas más intolerantes de la religión musulmana— al recuperar del Estado Islámico las amplias porciones de territorio que controlaba: las provincias de Al Ambar, Saladino, Nínive, Diyala y Kirkuk, entre otras.

Eso no implica paz completa en Irak, puesto que: permanecen distintas facciones alzadas en armas; gran parte de la población está desplazada o vive en situación crítica; se mantiene en su territorio la enemistad entre las dos sectas mayoritarias del Islam, la sunita y la chiíta —actualmente en el poder—; y los kurdos quieren aprovechar la coyuntura de debilidad en el país para independizarse.

Apenas así se puede ver alguna esperanza ahora, aunque todo siga siendo un peligroso coctel que en cualquier momento puede recrudecer las hostilidades. Por eso, ¿cómo analizar bajo la óptica actual lo realizado por Estados Unidos en esa nación y los 15 años del ‘Misión cumplida’ proferido por Bush?

Lecciones históricas

En opinión de Víctor de Currea-Lugo, autor de varios libros sobre Medio Oriente, abordar el 1 de mayo de 2003, la fecha en que EE. UU. dio por terminada la operación para derrocar al dictador Saddam Hussein —quien llevaba 24 años en el poder, desde 1979, aupado por el Partido Baaz Árabe Socialista—, y pensó que iniciaba una ocupación tranquila del país, implica enumerar las lecciones que le dejó a Washington.

“En primer lugar, la forma en que inició dicha invasión la condenó de entrada: las mentiras y la posverdad se impusieron para permitirla, dado que no había armas de destrucción masiva por parte del régimen de Saddam Hussein, ni este tenía nexos con Al Qaeda, como aseguró la administración Bush. Por otra parte, fue una acción ilegal respecto al derecho internacional, por cuanto no contó con ningún tipo de aprobación por parte de Naciones Unidas”, dijo.

Más aún, el error de cálculo de los estadounidenses radica en la forma casi deportiva en que pensaba que podía finalizar su intervención: “las guerras no se terminan por decreto o en este caso por declaración. Decir que se acabó el conflicto fue una mentira porque todavía se encontraban distintos grupos insertados en el territorio iraquí. En cambio, se generó una nueva fase de la llamada guerra contra el terror, para muchos más grave”.

Vacíos y espejismos

De hecho, en opinión de Marcos Peckel, director ejecutivo de la Confederación de Comunidades Judías de Colombia, Estados Unidos ni siquiera tenía un plan que garantizara estabilidad futura para los iraquíes: “no previó, o sí previó pero no quiso ponerle atención al hecho de que una vez se derrocara a Hussein, el Estado iraquí colapsaría, y las etnias que vivían en el país, que no se caracterizaban por una convivencia, comenzarían una guerra entre ellas que significó que los kurdos buscaran su independencia y que sunitas y chiítas se enfrentaran por el poder económico y político”.

Entre el caos que se formó tras el derrocamiento de Saddam, y el resquemor que se exacerbó entre etnias y sectas religiosas que el tirano mantenía controladas a sangre y fuego, se fortalecieron propuestas extremistas como el Estado Islámico. Años después, el EI brutalizaría al país gracias al control de ciudades principales como Mosul y Kirkuk. Allí instauraría, ya sin la presencia de Estados Unidos o la mediocre institucionalidad iraquí, la ley islámica (Sharia), el pretexto para decapitar a todo aquel que considerara infiel o pecador.

EE. UU. retiró sus tropas, ya bajo una nueva administración, la de Barack Obama, el 18 de diciembre de 2011. Los discursos de Obama, que calaron entre la gente, evidenciaron que la nación admitía que el cálculo que hizo en Irak había sido fallido y que la guerra dejaba un balance agridulce.

Antes de la proclamación de la ‘Misión cumplida’ por parte de Bush, la cifra de muertos estadounidenses bordeaba los 400. Tras ello, en el momento en que Obama retiró las tropas, 4.485 estadounidenses habían muerto en esa guerra.

¿Pero qué llevó a ese cálculo erróneo y al triunfalismo? Hasan Turk, internacionalista y experto en Medio Oriente, explicó que “el recuerdo alegre de la Operación Tormenta del Desierto (1990-1991) y el fácil triunfo que tuvo Estados Unidos en esa ofensiva, influyó en el error una década después. Pero también fue un factor la personalidad de George W. Bush, exacerbada por el revanchismo tras los ataques del 11-S, y por demostrar a su pueblo y al mundo que estaba castigando a los supuestos responsables”.

Estabilidad y tiranías

De hecho fue la certeza de esos errores cometidos por su antecesor los que de alguna forma pesaron para Obama a la hora de decidir si intervenía o no en un caótico país vecino a Irak: Siria. Aún si la población era masacrada con armas químicas, el demócrata consideró que tumbar a Bashar al Asad —cabeza del régimen sirio desde el año 2000, tras suceder a su padre Hafez— podía generar efectos inesperados como los vistos tras la caída de Hussein.

¿Qué tan válido es el argumento de la estabilidad en una región tan conflictiva como Medio Oriente para no frenar la brutalidad de tiranos que gobiernan a sangre y fuego estas naciones? Los expertos admiten que Hussein, comparado con lo que ocurrió tras él, controlaba focos de violencia subestimados.

“No hay que olvidar sus masacres, su mano de hierro dictatorial, pero era un factor de estabilidad en la región. Por ejemplo, controlaba la influencia iraní. Se debe recordar que incluso estuvo en guerra contra la República Islámica entre 1980 y 1988 con el apoyo de EE. UU. Era un tirano, pero sí se constituyó en un poder estabilizador entre las complejidades de Medio Oriente. Prueba de ello lo que ocurrió en Irak tras su derrocamiento”, dijo Turk.

Peckel coincidió: “aportaba bastante estabilidad. Cuando se rompe ese pilar, todo lo que sostenía de buena o mala forma alrededor se derrumba. Realmente la invasión empezó a generar una catástrofe estratégica para Estados Unidos y comenzó a erosionar el poder global de la potencia”.

No obstante, como opina De Currea-Lugo, el hilo para dar prioridad a la geopolítica o a las consideraciones morales es muy fino, por lo que “el argumento de la estabilidad nunca bastará para defender a tiranos como Hussein, Bashar al Asad, o incluso Hosni Mubarak —dictador de Egipto entre 1981 y 2011—. Sí era un factor de estabilidad, pero existía una tiranía y por tanto esa estabilidad resultaba mala”.

De cualquier forma, EE. UU. celebraba el 1 de mayo de 2003, sin saber que estaba destapando una caja de Pandora que empezó a fracturar su hegemonía global. Hoy, Rusia e Irán fortalecen su influencia, y Washington lamenta sus errores.

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