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Sin que se resuelvan los inconvenientes que aquejan a Nicaragua en las últimas semanas, y que se ven encarnados en las protestas generalizadas en todo el país pidiendo un cambio de dirección política, el presidente Daniel Ortega respondió, desde el lunes, solicitando a los ciudadanos que defienden al régimen en las calles.
Intentando contrarrestar la multitudinaria marcha convocada por la Iglesia católica, que el domingo se tomó la capital, Managua, los oficialistas partieron desde distintos puntos de la ciudad para agolparse en la Plaza de las Victorias, ubicada en el suroeste.
“Ahora se trata de la defensa de la paz. En la defensa de la paz, ni un paso atrás. Hemos logrado recuperar la calma, la tranquilidad y está pendiente la instalación de un diálogo”, dijo ante sus seguidores.
En su discurso, Ortega culpó a los movimientos estudiantiles por “incitar a la violencia”, y no reconoció que la muerte de 43 jóvenes, en lo que va de esta coyuntura de protestas, hubiera sido a causa de la represión que ejerce su régimen.
Los gestos de las facciones adeptas a Ortega no logran ocultar, en opinión de expertos, las crecientes fisuras dentro de un sandinismo que siempre ha sido heterogéneo y, aún con su control, permite que voces disidentes se hagan sentir como en esta época de protestas.
“El sandinismo está muy dividido ante los excesos de Ortega respecto a la represión, el nepotismo, y el mismo tiempo que lleva de desgaste en el poder”, consideró Mauricio Jaramillo Jassir, docente de la Facultad de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario.
Aldo Olano, doctor en Estudios Latinoamericanos y profesor de la Universidad Externado, tiene una opinión similar: “el hecho por ejemplo de que la vicepresidenta (Rosario Murillo, esposa de Ortega), sea ahora un poder tras el trono, hace al sandinismo pensar que permitió que Nicaragua cayera en un retroceso, y que el movimiento se alejó de sus principios fundamentales cuando inició como una fuerza contraria a la dictadura dinástica de los Somoza”.
Para ambos expertos, igual situación de fracturas cabría esperar de las autoridades que de momento siguen reprimiendo, si Ortega mantiene su intransigencia en el diálogo para las próximas semanas. De las decisiones de él, paradójicamente, depende el éxito que tendrá el movimiento estudiantil que protesta, dado que si permite que las fracturas oficialistas se acentúen y no escucha a otros sectores, tendrá menos posibilidad de mantener unidad de mando.