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Tras el rastro de los innovadores

Tres autores, Walter Isaacson, Tom Wolfe y Malcolm Gladwell, cada uno en su estilo, bajan del pedestal a los genios que crearon la tecnología y la cultura digital.

  • No basta con tener una idea, lo importante es lograr ejecutarla. Ilustración: Shutterstock
    No basta con tener una idea, lo importante es lograr ejecutarla. Ilustración: Shutterstock
13 de mayo de 2017
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¿Dónde reside el gen de un innovador? Es una mezcla de talento, perseverancia y estar en el momento adecuado. La palabra genio no siempre es la más acertada para describirlos, porque aunque lo sean, el concepto marca una distancia frente al resto de los mortales que deriva en ideas falsas que han hecho carrera, como que para hacer ciencia y tecnología hay que ser un superdotado. Para los científicos e investigadores, un hallazgo a veces implica el trabajo de toda una vida. Transpiración más que inspiración, como dijo Thomas A. Edison.

Aunque el título del más reciente libro de Walter Isaacson, Innovadores: los genios que inventaron el futuro, reivindica justo esta palabra (sin duda, un truco editorial; en inglés: The Innovators: How a Group of Inventors, Hackers, Geniuses, and Geeks Created the Digital Revolution), para este autor, una invención es el resultado de un intenso trabajo en equipo.

“La principal lección que se extrae del nacimiento de los computadores es que la innovación suele comportar un esfuerzo en grupo que implica la colaboración entre visionarios e ingenieros, y que la creatividad proviene de inspirarse en muchas fuentes”, dice en el libro que se consigue en la edición impresa y en ebook (Debate, 2014).

Isaacson recrea el nacimiento de la cultura digital y tecnológica a través de una historia que para los nativos digitales es su presente. Para recordarnos que no siempre tuvimos un mouse o una tableta a la mano, el libro va a los orígenes de la historia misma de la computación y lo hace a través de la vida y obra de pioneros muy conocidos como Steve Jobs (fue su biógrafo oficial) y Bill Gates; y de otros que quizás no lo son tanto como Ada Lovelace.

Así comienza su obra, con una historia a la que llama Ciencia poética y que relata la fascinante historia de esta “rebelde romántica”, hija legítima del poeta Lord Byron, que creó un trabajo sobre la máquina analítica, que había desarrollado su amigo, el matemático Charles Babbage. Estas “notas” de Ada son todo un icono en la historia de la informática.

“Ada comprendía que las matemáticas constituían un hermoso lenguaje, que describe la armonía del universo y que a veces puede ser poético”, dice Isaacson sobre ella. Para Ada, esta ciencia es el lenguaje clave para entender adecuadamente el mundo natural.

Otros puntos de partida

En la cronología de los hechos que marcan nuestro tiempo y que presenta Isaacson en Los Innovadores, se establece que mientras Jack Kilby hace una demostración del circuito integrado, en 1958, Robert Noyce y sus colegas inventan también el microchip de manera independiente. La innovación, sin duda, puede llegar al mismo punto por diversos caminos.

“Creo que al lector le gustaría saber ¿cómo funciona un transistor?, ¿qué es un semiconductor? ¿Por qué un montón de transistores en un circuito le permiten realizar tareas lógicas?”, dijo Isaacson a la agencia AP, en octubre de 2014, a la que contó que había concebido este relato cuando trabajaba como editor de nuevos medios de la revista Time, 20 años atrás.

“Esos son conceptos hermosos y yo quiero hacerles justicia mientras los explico en términos que un lector promedio que no ha estudiado tecnología puede disfrutar”, indicó en aquella época.

Va más allá de los hitos. “Lo que hizo posible el transistor no fueron tanto las ocurrencias de unos pocos genios como una combinación de distintos talentos”, dice en el libro. Entonces, se concentra en el forcejeo de un grupo de investigadores, Walter Brattain, John Bardeen y William Shockley, tres colegas “apasionados y vehementes”, como los llama.

Además, pone en su justa medida a los Laboratorios Bell, donde trabajaban. La ciencia y la tecnología, en este contexto ya no se hace en un aséptico laboratorio únicamente, sino que empieza a ser impulsada por las compañías.

Isaacson se detiene en algunos investigadores como Robert Noyce, que ya había sido descrito por Tom Wolfe, en su obra El periodismo canalla y otros artículos (Ediciones B, 2001). Wolfe indagó en la historia que dio origen a Silicon Valley y para ello se dedicó a seguirle la vida y obra a Noyce, hijo de un pastor de la iglesia congregacionalista, quien venía de un pueblo pequeño llamado Grinnell.

“La gente del Este jamás habría imaginado que un pueblo como este acabaría convirtiéndose en el punto de partida de una revolución que habría de crear la red electrónica y que constituiría el sustrato de la vida en el 2000 y los años posteriores”, cuenta Wolfe.

No hubiera sido posible si el adolescente Noyce, que rastrillaba el jardín de los vecinos para conseguirse unos pesos, no le hubiera seguido la pista primero a su gran curiosidad, y luego a una noticia que pasó desapercibida en la prensa local: la invención del transistor en 1948, que según se describía, era 50 veces más pequeño que los tubos de vacío de la época. Fue la semilla de una gran industria, la de semiconductores. Noyce junto con Gordon Moore fundó Intel, que despegó la era del silicio.

¿Qué habría sido de estos chicos sin una formación sólida en ciencias, pero sin las revistas de divulgación científica de la época como Popular Science? Volver la ciencia un tema no solo de lectura sino de conversación es posible porque en múltiples asuntos de la vida diaria hay fenómenos por desentrañar que nos descubren cómo funcionan las cosas.

Estos libros, en especial el de Isaacson, revelan que en el mundo de hoy de nada vale tener una idea, que hasta es posible encontrar luego en internet, sino que lo verdaderamente importante es la ejecución de la misma y el trabajo en equipo.

¿Qué es el éxito?

Desde otra perspectiva lo mira el periodista del New Yorker, Malcolm Gladwell, en su libro Fueras de Serie (The Outliers) (Taurus, 2008) en el que revisa el concepto del éxito que se ha tergiversado a partir de la idea de que es fácil hacerse millonario en la era de internet.

Tenemos un mito acerca del hombre súper exitoso que se hace a sí mismo. Y tenemos otra serie de creencias que dicen que nuestra personalidad e inteligencia, así como nuestras características innatas son las fuerzas principales. Es este encadenamiento de cosas con las que no estoy de acuerdo”, indicó en una entrevista en Fortune, en 2008.

Estos hombres y mujeres están inscritos en su cultura y su generación, y es esto lo que moldea los resultados, dice Gladwell. Habla de Bill Gates, e indica que el hecho de que tuviera acceso a los computadores en su adolescencia fue excepcional para la época. Cuenta que a los 15 años, junto con su compañero de clase, Tim Allen, se enteró de que había un mainframe (computador usado por las grandes corporaciones), que estaba desocupado en la Universidad de Washington, entre las 2:00 y las 6:00 de la mañana. Gates se levantaba a la 1:30 de la mañana, caminaba un par de kilómetros y aprendía a programar por cuatro horas. Cuando tenía 20 años, ya había alcanzado la experiencia de alguien que había trabajado toda una vida en esto.

El éxito, desde esta perspectiva, no es un chispazo de un genio sino que es una pasión que hace esforzarse obcecadamente, es decir, con “ofuscación tenaz y persistente”, como define la RAE, en algo que se quiere lograr. La historia de la ciencia y la tecnología hace eco de esto.

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