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Por daniel armirola r.
A pesar de que para algunos críticos en el mundo poco se ha notado ese legado en una institución con milenios de historia, los últimos 70 años en la Iglesia Católica han sido marcados por las luchas y misiones que han adelantado siete pontífices, los que han gobernado el Vaticano tras la Segunda Guerra Mundial. ¿Cuáles han sido las prioridades que han tenido y el legado que han dejado?
EL COLOMBIANO consultó con expertos vaticanistas que, de entrada, coincidieron en recalcar que los Papas han repetido muchos de los propósitos de sus antecesores, aunque los que más han resaltado es porque lograron añadir una impronta singular y modernizadora a sus pontificados. De esa forma, llama por ejemplo la atención, en opinión de José Manuel Vidal, director del portal Religión Digital, que “50 años después de que finalizara el Concilio Vaticano II (1962 – 1965), los católicos ven en Francisco la aparición de un Papa misericordioso, al estilo del Papa bueno (Juan XXIII)”.
En todo caso, para el corresponsal vaticano, “del uno al otro hay décadas en las que Iglesia pasa de la primavera impulsada también por Pablo VI a una especie de involución durante los años de Juan Pablo II y Benedicto XVI, en los que el clero tenía miedo de modernizarse y por tanto congela el concilio”, aseveró.
Desde la Segunda Guerra Mundial, han sido siete los pontífices que han regido los destinos del catolicismo: Pío XII (1939-1958), Juan XXIII (1958-1963), Pablo VI (1963-1978), Juan Pablo I (1978), Juan Pablo II (1978 – 2005), Benedicto XVI (2005 – 2013), y Francisco (2013 – actualidad). ¿Cómo se puede resumir sus luchas?
Pío XII definió el último dogma hasta el momento de la Iglesia, el de la Asunción de la Virgen, pero es más conocido por su aún controvertido papel durante la Segunda Guerra Mundial; Juan XXIII brilló con luz propia y renovadora al ser el pontífice que convocó al Concilio Vaticano II, que inició un proceso de modernización de la Iglesia; Pablo VI llevó a término el concilio, pero además fue el primer jerarca itinerante, que se acercó a los feligreses; Juan Pablo II reforzó el papel de mediación de la Iglesia en el globo, visitó 129 países y fue determinante para la caída de la Cortina de Hierro en Europa; Benedicto XVI hizo en sus encíclicas un llamado a la razón y a la autocrítica por parte del cristianismo; por último, Francisco trae de nuevo a flote el Concilio Vaticano II, y lleva adelante una renovación de la Iglesia para que se base en lo más esencial del evangelio.
Durante el Siglo XX, el Vaticano intentó ser un actor beneficioso y decisivo para la búsqueda de soluciones pacíficas a las innumerables disputas que siguieron tiñendo de sangre la historia humana. Remontándose a las más esenciales enseñanzas del cristianismo, sus pontífices buscaron aportar de un modo u otro a la pacificación en el mundo y el respeto por la vida. Por supuesto que en esa vía, en primer lugar Pío XII tuvo que actuar ante el peso de la Segunda Guerra Mundial, de esta forma gestionó la protección de distintas comunidades hebreas en Europa, hecho que le agradecieron judíos notables como el científico Albert Einstein, y la exprimera ministra israelí, Golda Meir. No obstante, su legado se fue empañando con el transcurso de los años, dadas denuncias de historiadores respecto a la ayuda que proporcionó un sector del clero a criminales nazis, muchos de los cuales escaparon a Latinoamérica. “Su silencio y la falta de una guía obligaron a los hombres de la Iglesia en toda Europa a decidir por su propia cuenta cómo reaccionar”, afirma el Yad Vashem, institución israelí de memoria del holocausto, en su sede de Jerusalén.
Pero después, desde Juan XXIII hubo, según expertos, una revolución que se mantiene hasta hoy. La de una Iglesia que se baja de su trono para predicar a pie el evangelio. Así lo explicó Héctor Orlando García, misionero seglar antioqueño: “el Concilio Vaticano II reformó al clero de forma crucial, incluso hasta en la forma en que se hacían las misas, esto pensando en una modernización y apertura”.
Desde entonces, según García —que difiere de Vidal—, todos los pontífices, incluyendo a Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, siguieron ese camino trazado por el concilio —así hayan sido criticados—. A su modo, Pablo VI y Juan Pablo II acercaron la Iglesia a los feligreses en el mundo con su estilo itinerante. “Pablo VI consolidó la apertura de la Iglesia y fue quien inició las peregrinaciones. Por su parte, Juan Pablo II protegió a los cristianos frente a las ideologías y con ello tumbó muros”, agregó.
Por último, Benedicto XVI fue muy criticado, pero los expertos coinciden en que significó un “periodo de reflexión, humildad y autocrítica al interior de la Iglesia”, como recalcó García.
Ahora, con la visita a Colombia de Francisco es de intuir que el país es para su pontificado un escalón para consolidar su propio legado, de un cristianismo que desconoce barreras políticas o ideológicas, y que vuelve a las bases del evangelio en su mensaje de concordia.