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7 y 9
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Rincones a su manera, donde confluye la magia de escribir una novela, un guión de una obra de teatro, pintar una pieza de arte o componer una canción. Espacios que revelan quién hay detrás. Cada objeto es compañía o sinónimo de lo que se cree, y hasta de los fantasmas que están detrás. Rincones, al fin y al cabo, donde el arte es posible.
Cuatro artistas, un director de teatro, una escritora, un pintor y un compositor, congelados en fotos, en esos espacios donde casi todos los días se sientan –o no, pueden estar parados– a crear. También, lo dicen ellos, sobre lo que significa estar ahí, cuando las musas –que a veces son solo su trabajo juicioso– los rodean.
Historias que se cuentan al mirar, en las que valen los detalles. Desde los crespos despeinados de Juancho Valencia, las caras de Álvaro Marín, la posuda de Clea, la mascota de María Cristina Restrepo, que modeló (literal) para la foto, hasta la ventana de la buhardilla, llena de bicicletas miniatura, de José Félix Londoño. Fotos, antes de que sus obras sean terminadas.
La buhardilla
Un pequeño teatro. Se sube una escalera de madera, y ahí está. “Ese es como el espacio de la memoria del teatro donde se construyen las obras, donde me encierro a pensar, a escribir, a leer, a reflexionar. Es como un espacio de privacidad. Es un código que se establece, porque ya los muchachos saben que cuando estoy allá estoy en otro mundo. Allá tengo carritos de madera que me gustan, los libros (entre los que está El proceso, de Kafka, y Lo que el viento se llevó, de Margaret Mitchell). Objetos depreciados, íntimos. También está la música. Es como un teatrico”. José Félix Londoño, director de Teatro El Trueque.
El escritorio
“Lo más especial que tiene es que está comunicado con los árboles, los limones, los pájaros, con la naturaleza, que da como una especie de paz y sosiego. Además del computador, están los papelitos pegados en el corcho, que son como un campanacito, y Julio César, que es el personaje histórico que más me interesa. Si él no conquista Francia no hubiese habido Renacimiento. Tiene esa cara como reflexiva, no está bravo, está pensando. Y el teléfono, aquí no hay más telefonista que yo. Yo contesto, siempre, aunque esté escribiendo. Me gusta escribir por la mañana y leer por la tarde. El día que eso pasa, es un día perfecto”. María Cristina Restrepo, escritora.
El estudio ahora, antes la sala
La sala de Álvaro fue antes su taller, por eso el piso es ya una obra de arte. Ahora es al lado de la casa, insonorizado.
“Puedo crear y sufrir. Esto es un santuario, en el sentido en que aquí puedo hacer lo que me dé la santa gana, incluso, equivocarme. Cada vez que entro, me da miedo. Aquí es donde se cuecen las habas, la caldera del diablo, donde puedo trabajar. Por eso lo separé de la casa. No se pueden combinar ni la casa ni los deseos ni los amores ni la rumba ni nada. Aquí es para trabajar en lo mío, aquí me provoca pintar. Eso es un separador de la vida, que necesitaba. Yo pongo música, brinco y paso bueno, y cuando hay un trabajo hecho, me siento satisfecho. Es el lugar donde quiero estar. Es mi sitio, pequeño... Ojalá hasta el final esté aquí”. Álvaro Marín, artista plástico.
La música en el cuarto
El estudio de Juancho está en el segundo piso de Merlín Producciones. Ahí tiene lo básico, para llevar sus composiciones a la realidad.
“Cuando me siento acá, la creación ya está en mi cerebro. Yo aprendí a componer en mi cabeza. Por eso estoy generalmente muy ido, muy desconcentrado, porque aprendí a que cuando me siento aquí, ya la cosa es para volverla realidad. Me gusta este lugar por la luz, y de alguna manera tiene vida. También por ver el proceso, aquí sale la música, abajo (en el estudio) se solidifica. Abajo ya no se compone, sino que es un trabajo de ingeniería, más de cálculos que de arte como tal. Aquí tengo expresamente lo mínimo para que realmente sea un trabajo más creativo que técnico. Abajo uno deja de ver música y se vuelve un laboratorio de frecuencias”. Juancho Valencia, compositor, músico.