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César Aira es un escritor raro. Tiene más de 80 títulos publicados, casi todos, novelas cortas que no llegan a las 200 páginas. Sus primeras ediciones siempre salieron en editoriales independientes de su país, a pesar de que en ocasiones la distribución de sus libros fuera limitada: al fin y al cabo, quien lo quiera leer, lo buscará.
Es reconocido en el mundo como una de las voces más importantes de la literatura latinoamericana, recibió dos Diplomas al Mérito de los Premios Konex, una beca Guggenheim, el premio a la Trayectoria Artística del Fondo Nacional de las Artes de Argentina, el premio Roger Caillois y fue nombrado por el gobierno francés Chevalier dans l’Ordre des Arts et Lettres, sin embargo, a lo largo del continente no muchos han leído sus libros o hasta escuchado su nombre.
Escribe siempre que puede, sin pensar en los lectores o en las ventas, pues para él escribir es un placer egoísta, cuyo producto, curiosamente, termina siendo muy atractivo para quien ama la literatura. Aira no es particularmente simpático ni un personaje excéntrico, sus modales o apariencia no dejan una impresión indeleble, pero sus frases sí. Un lector acostumbrado al ritmo frenético del internet o de las novelas llenas de giros narrativos estrepitosos, terminará los pequeños libros de Aira sin saber qué lo golpeó. Historias simples llenas de imágenes increíbles que son parte natural del paisaje, biografías ficticias de cuantos César Aira existen dentro de la mente del autor, seres poderosos en entornos prosaicos con destinos electrizantes, tantos universos como se quieran visitar. Al final de cada página habrá un par de frases a releer, no por su dificultad sino por la necesidad de admirar la cuidada composición, pues la corta extensión de las narraciones no son un capricho, sino el formato perfecto para su lujosa filigrana.
¿Fue consciente del momento en que surgió en usted la necesidad de ser escritor?
“Nunca lo sentí como una necesidad. Yo hablaría más bien del gusto o el placer de escribir. La necesidad está asociada a la obligación, y la literatura no tiene nada de obligatorio. Para mí al menos, pertenece a la rama de lo lúdico y hedónico; es un lujo. Creo que desde chico quise vivir rodeado de lujos, y siendo pobre como fui siempre, la literatura fue el único lujo que pude darme, y me bastó”.
Su obra es muy amplia, ¿tiene alguna disciplina de trabajo? ¿De qué se nutre?
“Soy de esa rarísima especie, la de los escritores a los que les gusta escribir. Así que escribo todos los días, y sale lo bastante bien como para que se publique. Ése es todo el secreto”.
¿Cómo escoge sus historias?
“En realidad, el punto de partida de mis relatos casi nunca es una historia, sino una idea, algo paradójico o extraño o intrigante que se me haya ocurrido. Comienzo a exponer esta idea, y de ahí va naciendo la historia”.
¿Cuándo se convierten en cuentos y cuándo en novelas?
“Lo que yo escribo tiene más de ensayo y de poesía que de narrativa convencional. Esa diferencia entre cuento y novela me tiene sin cuidado. Nunca estoy pensando en hacer una cosa o la otra”.
¿Nunca ha sentido el impulso de escribir textos más extensos?
“De joven, cuando todavía quería ser aceptado, intenté escribir algo que se pareciera a las novelas corrientes, y logré algunos pastiches bastante convincentes. Esa fue toda la extensión a la que llegué. Cuando empecé a escribir como realmente quería, salió breve, y así va a seguir siendo. La intensidad que busco, el trabajo de miniaturista de cada frase, no podría mantenerse (ni para el autor ni para el lector) más allá de las cien páginas”.
Dice que su vida fue muy aburrida, pero sus libros suelen tomar esos escenarios cotidianos y llevarlos a lo extraordinario, ¿cómo cree que surgió esa inclinación a mezclar el hiperrealismo con el surrealismo?
“No creo ser muy original en ese punto. Lo fantástico necesita un telón de fondo del mayor realismo posible, de modo que el contraste realce el efecto. Ese me parece que es el defecto grave del género ‘fantasy’, lleno de dragones y elfos y castillos encantados, pero sin la transmutación de la realidad cotidiana, que es la verdadera magia de la literatura”.
¿Siente que la literatura está amenazada por la preferencia audiovisual de las nuevas generaciones?
“La literatura siempre estuvo amenazada por todos los poderes de la sociedad, porque es una actividad minoritaria, elitista, improductiva. Pero ha resistido, quizás porque en su fragilidad está su fuerza”.
¿Piensa en sus lectores?
“Pienso en mí mismo como lector, y ése es mi control de calidad”.
En la literatura argentina hay excelentes cuentistas, ¿por qué cree que hay una facilidad para ese género en su País?
“No me gusta el cuento, me parece un formato exhibicionista, competitivo, y en general fraudulento. Al menos como se lo practica en la Argentina, siguiendo el modelo nefasto de Cortázar”.
¿Cuál es su percepción de la literatura argentina actual?
“No he leído lo suficiente para hacerme una idea”.
Random House editó una selección de su producción como “Biblioteca César Aira”, ¿qué significa esto para usted?
“Es muy halagador que mis viejos libros se sigan reeditando. Yo no los he releído, y el olvido me los ha cubierto de una niebla benévola”.