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En el Baudó aún no retorna la calma

Las 400 personas desplazadas que están en Pie de Pató comienzan a sentir las consecuencias del confinamiento.

  • La Fuerza Pública está haciendo presencia en Pie de Pató, pero en el recorrido por el río Baudó EL COLOMBIANO no pudo comprobar los patrullajes del Ejército. FOTO Manuel Saldarriaga
    La Fuerza Pública está haciendo presencia en Pie de Pató, pero en el recorrido por el río Baudó EL COLOMBIANO no pudo comprobar los patrullajes del Ejército. FOTO Manuel Saldarriaga
08 de marzo de 2017
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Las últimas tres noches de Luis Asprilla han sido un tormento. Afuera del coliseo de Pie de Pató, en el Alto Baudó, que le sirve de casa temporal a él y a 399 personas más, el líder comunal solo piensa en los animales y cultivos que dejó en su parcela, ubicada en la comunidad Peña Azul, en el sur de este municipio chocoano. Toma café y fuma.

Fueron 10 horas de camino por selva y trocha para escapar de la amenaza impuesta por los fusiles de los grupos armados que se metieron en su territorio el pasado sábado a las 10 de la mañana. Pero sus pies no le duelen, le duele que cuando decida retornar llegará a una casa sin nada, porque dice, siempre que pasan esos episodios en los que uno y otros se dan bala, ellos salen y sus pertenencias se pierden.

Luis llegó hasta Pie de Pató con lo que tenía puesto: unas sandalias, un pantalón corto y una camiseta de la selección Colombia. Lleva tres días en un salón que sirve para hacer deporte, pero en el que hoy solo se ven ollas de comida, colchonetas para dormir, perros acurrucados y un niño indígena dormido sobre una manta en el suelo, rodeado de moscos que se alimentan de los regueros de comida en el salón.

“La alimentación ha sido regular y nos toca cocinar en fogones de leña a cada comunidad. Aunque la Alcaldía nos ha ayudado con lo que ha podido, necesitamos un apoyo real porque del Estado, el cual medio se acuerda de nosotros en estas situaciones, pasa el tiempo y nos echan otra vez en el olvido”, dice Luis y asegura que a ellos no les sirve volver a su terruño para que a los cinco meses tengan que echar la maleta a la canoa y salir corriendo huyéndole a la violencia.

El coliseo en el que Luis pasa sus días y sus noches a la espera de mejores condiciones de seguridad para retornar a su pueblo, es un escenario que carece de condiciones mínimas de salubridad y de dignidad, como expresa el personero municipal, Dayro Palacios.

“Este no es el mejor escenario para tener a estas personas, pero lastimosamente no hay otro. Desde la administración municipal se han hecho las gestiones hasta donde ha sido posible para atender a los que llegan, pero no hay condiciones dignas. Aquí no hay sanitarios y el agua no es de la mejor calidad”, dice el funcionario. Para Palacios, la preocupación más grande es que al municipio sigan llegando más desplazados, pues la capacidad de la Alcaldía se ha visto desbordada.

A la falta de condiciones se suma la falta de elementos para atender a los desplazados y la precariedad de las instalaciones. Si llueve, dice Enrique, toca ponerse de pie porque por el techo les entra agua y amanecen empapados, y la lluvia ha arreciado en las últimas dos noches.

“Se han presentado fiebres en los niños y ya hemos atendido a 12 personas en el puesto de salud entre mujeres embarazadas y otra población”, expresó Palacios.

Hay temor en el río

El río Baudó es una pista de agua que serpentea entre las montañas del Medio y Alto Baudó. En época normal se ven las pangas subir o bajar con los pasajeros o con las cargas de plátano para ser vendidas en Puerto Meluk, pero hoy, con una amenaza de grupos ilegales sobre la población de esta región, solo se mueven unas pocas canoas hasta Pie de Pató.

EL COLOMBIANO recorrió este río y pasó por las poblaciones de las que salieron desplazados sus habitantes. En Cocalito, por ejemplo, las casas están abandonadas y se ven los cerdos revolcarse en el lodo a la orilla del Baudó. Son tres horas y media de viaje entre Puerto Meluk y Pie de Pató. En este trayecto no se vieron los grupos armados ilegales en las orillas de los caseríos. Pero tampoco se vio el Ejército patrullar, como lo afirma el general Mauricio Moreno Rodríguez, comandante de la Fuerza de Tarea Conjunta Titán.

“Se inició una operación militar con tropas en la cual reforzó el sector del Baudó. Continuamos con las operaciones y nos manifestaron que con el sector asegurado podrían regresar”, dice el general.

Pese a que por el río ya se escuchan los primeros motores de las canoas, las personas desplazadas reclaman seguridad para el retorno y para movilizarse. “Es que no se ven, y miren, nos mandan unos soldados que son como niños, no entrenados como dijo acá el militar que vino; así nadie cree”, expresa uno de los desplazados.

En Pie de Pató solo impera la ley del silencio. Nadie habla de frente sobre lo que sucede en este territorio chocoano. Ni la alcaldesa quiso atender a EL COLOMBIANO y se excusó con que tenía dolor de cabeza. Solo ayer a las cuatro de la tarde, ese silencio se vio roto por los alaridos de una mujer. Era la madre de Jesús María, el lanchero asesinado el domingo en la madrugada, horas después del desplazamiento masivo. Llegó a su casa luego de darle el último adiós a su hijo en el cementerio de Puerto Meluk.

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