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Mujeres al pie de las letras

El rol de ellas en la literatura empezó desde hace tiempo. No ha sido fácil y todavía falta camino.

  • Ilustración Elena Ospina
    Ilustración Elena Ospina
12 de diciembre de 2017
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mujeres se han ganado el premio Nobel de Literatura.

El primer Nobel de Literatura se entregó en 1901. Desde entonces ha premiado a 96 hombres y 14 mujeres. La primera de ellas fue Selma Lagerlöf, sueca, en 1909. Por su idealismo elevado, imaginación intensa y percepción espiritual. En 116 años le han entregado el Nobel a una mujer cada 8.28 años. De 1967 a 1990 solo aparecen nombres de hombres, aunque de 1991 a 2017 hay siete escritoras.

Los premios, sin embargo, no lo explican todo. El primer Nobel de Literatura lo recibió Sully Prudhomme. Francés. Desde el premio resaltaron su rara combinación de las cualidades del corazón y del intelecto. Quizá ni siquiera lo haya oído, y mucho menos se le haya atravesado un texto suyo. La anécdota me la contó Vargas Llosa en 2010: que después de 50 años se sabe quiénes son los otros opcionados al considerado el premio más importante de la literatura. Para 1901 estaba Tolstoi. Guerra y Paz y Ana Karenina son unos clásicos.

Pese a ello, que la brecha en el Nobel de Literatura esté 87.7 % para ellos y 11.3 % para ellas, lo hace un tema para cuestionar. Y aún más cerca, con otros reconocimientos: el premio Planeta de novela está 49 hombres a 17 mujeres en 65 años, y el Alfaguara 23 a 5 en 52 años (no se entregó de 1973 a 1997).

¿La literatura ha sido una cosa de hombres? Por estas cifras, sí. Por otras cosas, también. Vaya a su biblioteca y haga la relación: cuántos libros de hombres frente a cuántos de mujeres.

Devolverse en el tiempo

La exclusión tiene una historia larga que viene desde el origen de las civilizaciones. Juan Carlos Rodas, jefe editorial de la Universidad Pontificia Bolivariana y profesor de Estudios Literarios, cuenta que en el mundo griego las mujeres no iban a la plaza pública porque no tenían la capacidad de la palabra. Su misión estaba restringida a las labores domésticas.

En la época, algunas como Hypatia, la filósofa científica, lograron imponerse como pensadoras iguales a través de su conocimiento. Fue matemática, astrónoma e inventora. Su vida no ha sido objeto de gran investigación y, tal vez por lo mismo, su figura se ha convertido en mito. Se dice que mucho de lo que se conoce sobre ella fue hallado en los escritos de uno de sus alumnos.

Desde ahí, sigue Juan Carlos, son los hombres quienes han tenido el poder la mayoría del tiempo, en muchos casos en cargos de liderazgo tanto en empresas como en gobiernos. Eso ha cambiado un poco, y en algunas sociedades más pronto que en otras. En Colombia, por ejemplo, las mujeres votaron por primera vez el 1 de diciembre de 1957. En Europa, el primer lugar fue Finlandia, en 1907. En Suramérica fue Uruguay, el 3 de julio de 1927. La apertura es una decisión de cada territorio, muy individual.

Durante el siglo XIX y principios del XX, muchas mujeres que querían escribir debían usar seudónimos de hombres para esconderse, porque no era bien visto socialmente que ellas escribieran. Las hermanas Brontë fueron Currer, Acton y Ellis Bell, en lugar de Charlotte, Anne y Emily. Era mitad de 1800. La historia ha dicho que Charlotte envió una selección de sus poemas al famoso poeta inglés Robert Southey, y él le respondió que la literatura no era un asunto de la vida de una mujer. Jane Eyre se publicó con su seudónimo.

También le pasó a Jane Austen, aunque ella eligió uno que siguiera diciendo que detrás había una mujer: A lady. Ella rompió el esquema, y logró ser una de las primeras en ser reconocida como una gran autora, con novelas como Orgullo y prejuicio, Emma y Persuasión

En Colombia fue igual. “La mujer que se diera a la tarea de probar la pluma era señalada como una especie de criatura deforme”, escribió Cristina Valcke en la revista Poligramas, refiriéndose a Dolores, una de las novelas de Soledad Acosta de Samper.

Soledad es una de las escritoras importantes que ha tenido el país, olvidada por muchos ya, y con una obra amplia. Fueron hombres quienes emprendieron la tarea de publicarla. En su caso, su esposo, el también escritor José María Samper, y su papá, el general Joaquín Acosta, una gloria de la patria, fueron fundamentales para que sus letras se conocieran.

En el prólogo de Novelas y cuadros de la vida suramericana, Samper escribió: “La idea de hacer una edición en libro, de las novelas y los cuadros que mi esposa ha dado a la prensa, haciéndose conocer sucesivamente bajo los seudónimos de Bertilda, Andina y Aldebarán, nació de mí exclusivamente; y hasta he tenido que luchar con la sincera modestia de tan querido autor para obtener su consentimiento”.

Seguro se refería a que Soledad no estaba muy interesada en publicar porque era una mujer tímida, pero sus palabras también ayudan a la burla que se ha hecho sobre ella: “Soledad a-costa de Samper”. Soledad como una mujer que sin marido no era nadie. Es importante precisar que el apoyo de su esposo ayudó a que no la censuraran y pudiera llevar una vida intelectual.

Ella fue esencial para empezar esa apertura. Alejandra Toro, jefe del pregrado en Literatura de Eafit, y doctora en Estudios hispánicos y latinoamericanos de la Universidad de la Sorbona, cuenta que Acosta de Samper tuvo una revista. Fue una época en la que las mujeres empezaron a publicarse en espacios para ellas y así compartir sus asuntos y crear. La idea era esta, precisa la profesora: ya que estaban relegadas en el hogar, pues que hablaran en las paredes de las revistas femeninas.

En su tesis de doctorado, Alejandra señala que es en las décadas de los años 30 y 40 en el país en las que ingresaron las voces femeninas al panorama poético nacional, y cita el artículo Las publicaciones periódicas dirigidas a la mujer 1858-1930 de Patricia Londoño. “Fue en la última década de ese siglo que proliferaron gracias a que las mujeres comenzaron a tener más acceso a la educación (se fueron abriendo espacios para ellas en la academia) y esto amplió la participación de ellas como escritoras”.

Sus piezas eran transgresoras y develaban ese lado que estaba oculto, que les habían oprimido. Eran provocadoras, de romper parámetros. Ir contra la corriente. Un ejemplo es el poema de Dora Castellanos, Albedrío (1948): Déjame ser como soy,/ no me quieras contener;/ soy como el viento que pasa/ sin poderse detener./ Déjame ser como soy,/ no me quieras corregir;/ soy como el agua que salta/ y no cesa de fluir”.

Escribió Alejandra en su tesis: “En lo que se refiere a las poetas, ellas comprendieron que la escritura era una forma de autoafirmarse y conseguir una diferenciación sensible en relación con las obras literarias de los hombres. Expresarse en la palabra fue un camino ideal que les otorgó el autorreconocimiento. De esta manera se entiende el valor que tuvo para ellas privilegiar la temática del amor, al punto de que algunas llevaron la idea del amor a expresiones del erotismo”.

En el estudio Poesía colombiana del siglo XX escrita por mujeres, de Guiomar Cuesta Escobar y Alfredo Ocampo Zamorano, aparecen 25 poemarios de 14 poetas publicados en las últimas décadas del siglo XIX y la primera mitad del XX, algunas de las cuales siguieron publicando en las décadas siguientes. Alejandra señala en su trabajo que las más destacadas, por su dominio de la forma, así como por su trayectoria, fueron Laura Victoria, Dolly Mejía, Meira Delmar, Maruja Vieira y Dora Castellanos.

Así que el trayecto empezó hace tiempo, y no ha sido de unas pocas escribiendo. Es una ironía que Charlotte Bronte se haya hecho poeta a pesar de su seudónimo de hombre, ese que sí gozaba de reconocimiento.

¿Todavía invisibles?

Que de las 14 mujeres que han ganado el Nobel en 116 años, siete estén en los últimos 21, habla de una época algo más incluyente. Solo que aún son pocas.

¿Persiste un lastre machista sobre estas sociedades? Alejandra refiere que son muchas veces inconscientes. Para Juan Carlos Rodas, esa es la explicación al porqué las mujeres incluso hoy son más invisibles que los hombres en la literatura: eso, dice, se ha quedado en todas las culturas. Si bien ellas están escribiendo porque tienen las mismas condiciones, no publican igual. Los circuitos en los que transitan sus textos, precisa, siguen siendo muy masculinos. No se han roto esas estructuras patriarcales: están muy afirmadas.

Tiene que ver, también, en que desde que las mujeres pudieron votar y ser parte del mundo académico, no ha pasado mucho, y eso hace mella en la escritura. Pese al talento, no tenían la misma oportunidad de formación. La profesora Paloma Pérez, quien ha investigado el tema de la mujer en la literatura, expresa que no hay todavía mucha historia, y eso influye en que se sigan manteniendo las exclusiones: “Prácticamente nos estaba prohibido escribir. La hermana de Tomás Carrasquilla lo hizo bajo la sombra de él”.

Menos publicaciones

Si la historia demuestra que las mujeres sí han tenido un rol en la literatura colombiana, en el que se han contado, construido, en el que han provocado, ¿por qué no se publican más obras? Porque si bien no hay cifras de cuántos hombres y cuántas mujeres escriben y publican, parecieran que no son necesarias: se nota, coinciden los expertos.

El editor Rodas cuenta que recibe pocas propuestas de mujeres para editar. Paula Marulanda, editora de Ficción de Planeta, lo refrenda: en promedio, de diez manuscritos que le llegan, ocho son de hombres y dos de mujeres.

En ese peso del pasado, una de las hipótesis es que aún hoy para muchas mujeres es más difícil mostrar su trabajo. No es tan fácil, precisa Alejandra, dar ese paso de desnudarse a través de las letras. Juan Carlos no sabe si llamarlo pudor femenino, pero de su experiencia como profesor, siente que todavía hay temor a poner a circular lo que se produce, miedo a arriesgar una mirada, a valorar su trabajo. No sucede tanto en los hombres, precisa él.

No todas, por supuesto, agrega Paloma, pero es un tema a tener en cuenta.

Ahora bien, ¿por qué es importante que haya otras voces escribiendo, incluso no solo de ellas? Por algo que es inherente en la literatura: la posibilidad de leer distintas versiones del mundo.

La calidad

La relación entre autor y obra es una discusión que se da cuando se habla de inclusión: si la obra debe ir más allá de si el que escribe es un hombre o una mujer, porque lo relevante es el contenido. No importa el género, tanto como la calidad. El filósofo Roland Barthes lo propuso: la muerte del autor.

No hay duda de que debe primar la calidad. La pregunta debe llevarse a cuando se publican más libros de hombres que de mujeres, cuando un premio se lo han ganado más hombres que mujeres, cuando a un evento de literatura han invitado solo hombres.

Aplica, por supuesto, solo que el problema es de reconocimiento: valorar la calidad en la escritura de ellas. El escritor Ricardo Silva Romero añade que en los últimos 50 años ha habido escritoras colombianas muy destacadas, e incluso hay que ir más allá: profesoras, editoras, periodistas. Mujeres en el mundo cultural que han venido, dice, destacándose.

No se puede partir de juicios de valor, descalificar la obra de las mujeres porque sí. Hay que estudiarlas, conocerlas.

¿Qué significa un texto de calidad, sin embargo? María Mercedes Andrade Restrepo, profesora de literatura de la Universidad de los Andes, comenta que la calidad no es un concepto neutral, y que lo que se considera bueno depende del contexto.

Para ella, Colombia es un país bastante conservador, “aquí todavía se escriben novelas realistas en tercera persona. No nos caracterizamos por ser el país más abierto a la experimentación formal. Lo que consideramos bueno tiene que ver con los gustos y los valores”. La calidad, precisa, es cultural: en Colombia no se valoran las propuestas arriesgadas. A eso le suma que en la sociedad colombiana hay una tendencia a atribuirle más autoridad a la visión del hombre que de la mujer. “Si hay dos textos que consideramos igual de buenos, es mucho más probable que elijamos esa visión del mundo del hombre. Hay una tradición muy larga de asignarle más voz a ellos”.

Para el profesor Efrén Giraldo, crítico de literatura, el valor estético no está dado y no es natural. No está por fuera de la ideología, de la manera en que otros grupos más fuertes hacen prevalecer sus ideas.

Y ahí, tanto Efrén como María Mercedes hablan de los intereses que se mueven en el plano de la industria cultural, tanto económicos como de capital simbólico y cultural: los premios, el poder de los grupos editoriales, la ganancia que significa un autor frente a otro.

Un escritor que tiene un bestseller estará en primera fila de cualquier invitación. Ni decir de un Nobel de Literatura. Ahí no es un tema de calidad.

Hay casos, precisa Efrén, en que hay obras que son mucho mejores, y no se venden. María Mercedes lo explica así: “Las editoriales no funcionan solo con criterios de calidad pura y neutra, también con uno de qué es lo vendible y lo popular, y no necesariamente coinciden”.

Quien está llamado a garantizar la igualdad, y cuidar también la calidad, es el Estado, lo público. Algunos concuerdan en la importancia de cuotas para garantizar que en un evento haya equidad. Para la profesora Pilar eso funciona porque si la situación es desigual, hay que frenar desde la ley ese impulso dominante de lo masculino. No se logra espontáneamente, opina.

Solo que las cuotas son peligrosas: por llenarlas podría olvidarse el contenido, y de eso tampoco se trata. Ahí es clave una buena curaduría: detrás de quien elige debe haber personas con conocimiento, expertas capaces de encontrar autores hombres y mujeres con una obra relevante. Para Ricardo Silva, el problema es cuando se pasa “al nivel lagarto, y le entregan la curaduría a alguien que está lejos del mundo literario”.

Debe ser un punto medio, porque no se trata, como precisa Yésica Prado, coordinadora de programación de la Fiesta del Libro, de validar asuntos solo por el hecho de que son producto de un grupo invisibilizado. Hay que valorar el trabajo. No estar ahí solo por el hecho de ser mujer.

Vuelve el tema de la curaduría: encontrar esas mujeres que escriben y que son buenas. Se trata de entender que existen.

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