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Esta ciudad pareciera levantarse por obra de algún conjuro mágico. Está en la mitad de la naturaleza, sobre la tierra, el barro y el asfalto del Jardín Botánico. Aunque no son ni los trucos ni los hechizos los que mantienen en pie la Ciudad de los Libros y la Cultura: son horas de trabajo, de mucho esfuerzo.
A las seis de la mañana, cuando los pájaros cantan con ímpetu, se escucha una melodía más fuerte que las demás. Al estar en el Jardín Botánico de Medellín se podría tratar de una especie de ave, pero no, aquel trino tiene el ritmo de La murga de Panamá de Héctor Lavoe. Un trabajador silba mientras baja tablones de madera de un camión. Pronto los compañeros se le unen y empiezan a cantar.
Previo al inicio de la Fiesta del Libro y la Cultura —con casi quince días de anticipación— decenas de trabajadores madrugan para comenzar a construir la gran ciudad que albergará a más de 400 mil visitantes. En el transcurso de la mañana llegan camiones cargados con trimalla, madera, carpas, lonas, parlantes, cables.
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Las iguanas y los patos parecen indiferentes al ir y venir de los trabajadores, a los martillos, taladros y carcajadas. Los gatos son más intrépidos y se acicalan contra sus piernas, quienes no dudan en suspender por algunos segundos lo que están haciendo para acariciarlos.
Entre los afanes, tensiones y la presión que implica trabajar contrarreloj, nunca se prescinde del buen humor y el trato amable. “Este es un evento bastante particular, porque las dinámicas son distintas y la gente trabaja aquí y colabora con un animo festivo, porque esto realmente es una fiesta”, dice Ignacio, Nacho, Lopera, uno de los siete líderes de producción.
Tratar con más de 40 proveedores, alrededor de 200 empleados, trabajar 24 horas seguidas y estar pendientes de detalles mínimos como el ángulo apropiado en el que deben ir los ventiladores en las carpas, exige una buena disposición para dar y recibir sugerencias, observaciones y evitar así un mal ambiente. Y este equipo humano cuenta con eso.
“Ese tipo de actitud para los trabajadores es algo nuevo y los enamora de la Fiesta del Libro. Cuando las personas que han estado con nosotros nos ven en otros espacios, nos dicen que les gustaría volver a estar acá, lo que quiere decir que el trabajo lo hicimos bien”, asegura Jhon Ciro, otro de los líderes.
La horizontalidad en el trato es una de las claves para sacar a flote un evento de esta magnitud, “que vean que los líderes también se ponen en el papel de ellos y que si hay que organizar, limpiar, cargar, también se hace. Es ahí cuando se siente un equipo”, continúa Nacho. Una actitud colaborativa que se expande entre todos los que están involucrados directa o indirectamente: producción, proveedores, gente de montaje, expositores, los encargados de seguridad, de la limpieza, los empleados del Jardín.
El trabajo
A mediodía el aspecto del Jardín empieza a ser otro. De hecho, si uno se descuida por un momento, al siguiente se ve algo que antes no estaba. Donde había un montículo de tierra ahora hay casetas de restaurantes; sobre la grama, carpas de colores para Jardín Lectura Viva, la zona de fomento; en un lote desierto un montacarga erige una imponente estructura. Así, la Ciudad de Los libros y la Cultura va tomando forma.
Los trabajadores suben, bajan, taladran, martillan, cortan, pegan. Una medida equivocada. Desespero. Corrigen, cambian, modifican. Sonríen porque al fin quedó bien. Corren, caminan. Caminan mucho más. Sudan. Clavan, atornillan, pulen, cavan, siembran, descargan. Y todas las acciones posibles las repiten sin tregua.
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Cada movimiento es coordinado por Lorena Mira, la productora encargada, quien conserva la calma mientras atiende su celular, en el que no se detienen las llamadas y los mensajes. Conoce los tiempos, a los proveedores, a su equipo y qué se debe estar haciendo en cada momento. “En nuestra área hacemos realidad los sueños, la gente dice: ‘yo quiero un estand que... en donde pueda tal... Y nosotros decimos: ‘se lo tenemos’, pero no es solo de tener, sino de verificar en dónde se pueden ubicar las cosas. Cualquier detalle implica un despliegue completo”, dice Lorena.
Por eso cuenta con un equipo de líderes: Cecilia, Jason, Pedro, Jhon Dairo, Ciro, Richard y Nacho, que se encargan de una zona diferente del montaje en el Jardín Botánico y que hacen un trabajo conjunto para que, el domingo 10 de septiembre, cuando la Fiesta del Libro abra sus puertas, los visitantes lleguen y encuentren todo en orden. Ellos ejecutan lo que desde el diseño y la arquitectura han propuesto Ana Arango y Ana Jiménez, encargadas de la creación conceptual y quienes planean cómo distribuir los espacios en el Jardín y que cada uno tenga un toque especial.
Lorena y los líderes de producción saben que aunque se tengan con anticipación las propuestas de diseño en el papel, la marcha real del montaje es otro cuento. Se presentan imprevistos, uno tras otro, que se deben solucionar de inmediato y con lo que se tenga a mano. Por eso se les ve recorrer una y otra vez las 14 hectáreas del Jardín Botánico, cerciorándose de que los pisos de las carpas estén bien armados, que las lonas estén en las mejores condiciones, que las medidas coincidan, que los trabajadores cumplan su función.
Este año, por ejemplo, se tienen que doblar esfuerzos porque el montaje de Fiesta se cruzó con otro evento. Además, debido a la visita del Papa, deben terminar un día antes de lo previsto. Todos saben a qué hora llegan a trabajar, pero no a qué hora saldrán. Alguien comenta en tono divertido que una vez ni le dio tiempo de irse a su casa, que le tocó dormir una hora en un camión de carga. El equipo espera con emoción a que comience la Fiesta, pero saben que deben invertir muchas horas de trabajo fuerte antes de que eso suceda.
Ya de noche los pájaros guardan silencio, es hora de que los grillos hagan su debut. Sus chirridos se mezclan con el sonido apagado de los martillos y las montacargas que siguen con su labor como si no se hubieran enterado que ha oscurecido. Entre la vegetación del Jardín Botánico se ven pequeños grupos de personas que hacen corrillo para ver planos y mapas a la luz de las linternas.
Dormir no está dentro de los planes. Todavía se deben instalar cuatro kilómetros de banderines y luces, más de 30 carpas, 28 arcos de trimalla, tres escenarios, 747 paneles, 48 restaurantes, nueve pozuelos, 62 troncos que harán las veces de árboles —porque las plantas del Jardín son intocables— y la cuenta continúa.
“Me parece muy bonito este esfuerzo y que las personas sientan y disfruten la magia de todas las cosas que hicimos. Nosotros, finalmente, le damos vida a los materiales que usamos”, dice Richard, uno de los líderes que hace posible esta gran Ciudad de los Libros que existirá por ocho días seguidos.