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Cuando la ficción se sale de los libros

Frases, personajes y símbolos emigraron de las obras de Shakespeare y Cervantes para habitar el mundo real y hacer parte de las conversaciones.

  • Ilustración por Don Repollo
    Ilustración por Don Repollo
30 de diciembre de 2017
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Existen frases que usamos con frecuencia y, sin embargo, cada vez que las emitimos, parece que se oyeran por primera vez. No se deslustran. Y, al salir de los labios, se sienten espontáneas y originales, como si se nos hubieran acabado de ocurrir.

“Ser o no ser, he ahí el dilema”.

Conocer que esta frase haya huido de un libro, de un libro compuesto alrededor de 1600, o, mejor dicho, la hubieran ayudado a escapar cientos de lectores que percibieron en ella, quién sabe por qué, por la fuerza de su carácter tal vez, un deseo de fuga, no tiene más importancia que si supiéramos que nació del pueblo, como surgen los proverbios y los refranes.

Total, en la vida cotidiana, es decir, en la vida, ellas participan con efectividad en las distintas funciones del lenguaje.

Nadie está obligado a saber que tal frase es el primer verso de uno de los monólogos más célebres de la literatura universal, ni que aparece en el tercer acto de la tragedia Hamlet, príncipe de Dinamarca, de William Shakespeare, en la que se cuenta una historia de traición, de infidelidad y de venganza por el honor mancillado.

No hay que saber quién era ese tal Shakespeare, ni mucho menos tiene el hablante la obligación de mencionar su nombre después de la sentencia. Solo hay que entender que se acude a ella cuando queremos aludir a la duda humana ante las encrucijadas que se presentan en la existencia.

Lo que debemos celebrar, más bien, es que un autor, cualquiera que él sea, haya podido alcanzar el sueño de todos los artistas de todos los lugares y de todas las épocas: que sus creaciones sean cantadas por la gente. Que sus ideas sean repetidas de boca en boca. Que se usen para decir lo que se piensa, lo que se sueña, lo que se desea.

¿Acaso no son felices los poetas cuyos versos son recitados como arrumacos en los oídos amados o declamados con efusividad en animadas tertulias de amigos?

Este anhelo de contribuir con un elemento, aunque sea pequeño, en el acerbo cultural de la humanidad o, por lo menos, en el de un pueblo o, tan siquiera, en el de una cuadra, lo consiguen con más frecuencia los cantantes: ponen algunos versos en labios de muchos que, a veces, incluso sin darse cuenta, resultan tarareando estribillos que se les pegan como la hiedra al muro y, como esta, les cuesta dificultad desprendérselos.

Otras frases que consiguieron llevar una vida propia y autónoma por fuera del libro y lejos de ese autor nacido en Stratford-upon-Avon, al sur de Birmingham, en el Reino Unido, el 26 de abril de 1564 del calendario juliano, son: “¡Un caballo, un caballo! ¡Mi reino por un caballo!”, que escapó de Ricardo III, una de las tres tragedias del autor dramático sobre la historia de Inglaterra, y “Ocurra lo que ocurra, aun en el día más borrascoso, las horas y el tiempo pasan”, que una vez leímos citada por Jorge Luis Borges y que en la vida cotidiana la oímos o emitimos con frecuencia cuando intentamos consolar o dar aliento a alguien que sufre de desesperación en medio una situación trágica que parece eterna.

Miguel de Cervantes Saavedra, pilar de la lengua española, como el anterior lo fue de la inglesa, de estar vivo contaría por decenas las expresiones que se le han escapado de sus libros. Y que se le han escapado sin la dificultad que a él le costó evadirse de su cautiverio en Argel, y del que logró salir mediante pago de rescate.

Esas ideas llevan, cuatro siglos después, una vida independiente, respiran sin dificultad y se han incrustado en el acerbo de la lengua, ese depósito de palabras, ideas, refranes, conceptos y expresiones que parece inagotable.

El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha parece una cantera sin fin.

Mencionemos solamente un ejemplo: “Quien canta, sus males espanta”. Hasta verso de canción ha sido. Fue pronunciada primero por ese caballero andante tardío, al hablarle a uno de los galeotes —gente forzada por el rey a ir a las galeras— tras su arbitraria liberación:

—Antes, he yo oído decir —dijo don Quijote— que quien canta sus males espanta.

—Acá es al revés —dijo el galeote—, que quien canta una vez llora toda la vida.

Y hasta uno podría decir que algunas expresiones populares, usadas por el Quijote, se vigorizaron para perdurar por centurias, como ese refrán que dice: “Donde una puerta se cierra, otra se abre”, el cual se menciona en el capítulo XXI:

—Paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas, especialmente aquel que dice: “Donde una puerta se cierra, otra se abre”.

Personajes y símbolos

No son solamente frases las que escapan de los libros para venirse a vivir al mundo, dotadas con los dones de la longevidad y la ubicuidad. También pueden ser personajes o símbolos.

Shakespeare murió creyendo que dos de sus personajes, Romeo y Julieta, habían quedado bien muertos, muertos para siempre, puesto que así los dejó él en el final de la tragedia escrita en 1597.

La obra, que lleva por título los nombres de esos dos personajes, cuenta la historia de dos adolescentes que se aman, a pesar de pertenecer a dos familias que se odian. Los protagonistas juran casarse de manera clandestina e irse a vivir juntos, sin hacer caso a la oposición de sus parientes. Sin embargo, la presión de los rivales y algunas fatalidades condujeron al suicidio a los dos amantes.

De la vida y de la muerte creen disponer los autores como dioses aficionados, pero, en este caso, como suele decirse, esos muertos que vos matáis gozan de buena salud.

Los muchachos se convirtieron en ejemplo de los amores imposibles, de los amores acosados o prohibidos. Para otros, de la concordia humana.

Y Romeo suelen decirle al hombre enamorado, cuando, como lo define ese mismo drama, puede andar sobre las telas de araña que se mecen en el tibio calor del verano: así de leve es su ilusión.

De las obras el autor nacido en Alcalá de Henares diecisiete años antes que el inglés, varios de sus personajes vagan por el orbe atendiendo a los llamados de quienes conversan en esquinas, bares o bibliotecas.

Quijote se le dice a alguien idealista, justiciero y aventurero. La de idealista es característica que, en mayor medida, el mundo celebra como cualidad, aunque solo de dientes para afuera, pero en realidad se burla de ella y la castiga.

De Sancho Panza, ese hombre a quien Cervantes describe como rechoncho, bonachón y sensato, se dice siempre del hombre común y analfabeta, pero dueño de cualidades tales como la fraternidad y la lealtad. También es el hombre pragmático, que desdeña lo que no tiene utilidad práctica.

Todo eso, sin contar, por ejemplo, que a veces engaña al Caballero de la Triste Figura con descripciones de la apariencia física de la idealizada Dulcinea del Toboso, la amada imaginaria del Quijote, y con mensajes de su parte, los cuales él inventa para dar a los oídos de su amigo lo que quieren oír.

Sin embargo, siendo la parte realista del relato, es también crédulo e incauto. Iluso, permanece convencido de que obtendrá como recompensa por sus servicios el gobierno de una ínsula. Como queriendo indicar que en los seres humanos hay de todo un poco.

Y en cuanto a acciones que se vuelven símbolos que se traen y se llevan en los asuntos cotidianos de los humanos de carne y hueso, está la célebre lucha contra treinta o cuarenta molinos de viento, en el capítulo octavo:

La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o poco más desaforados gigantes con quienes pienso hacer batalla, y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer: que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.

Luchar contra molinos de viento es una expresión generalizada para dar a entender que se pelea contra enemigos imaginarios y, en algunos contextos, para significar que una meta es imposible de alcanzar.

Este recuento, incompleto, claro está, de escenas, expresiones y símbolos que se escaparon de los libros de Shakespeare y Cervantes para instalarse en el mundo, en la vida cotidiana, respirando sin esfuerzo el aire sucio y asqueroso, no es otra cosa que un homenaje a estos dos escritores fundamentales de la literatura universal y, más que convidar a su lectura, decirle a aquellas personas que no quieran leer sus obras, allá ellas que se privan de entrar a reinos de sabiduría y belleza sin par.

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