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Cuando Edison Cañaveral volvió a su finca era un matorral impresionante, tuvo que abrir camino dónde antes hubo 10.000 palos de café, pero estaba tranquilo, ya no había enfrentamientos entre grupos armados y estaba dispuesto a empezar de cero.
Poco a poco fue levantado su propiedad, de siete hectáreas. Tumbó las matas que quedaban porque estaban llenas de maleza y sembró 4.000 de café y algunos árboles de cítricos y guanábana.
Diez años después está listo para que su producción sea degustada por españoles, que desde el otro lado del charco probarán el café artesanal que hacen víctimas del conflicto en las montañas de Montebello, Antioquia, desde donde hace varios años tuvieron que correr despavoridos por miedo de que las balas los alcanzaran.
Para ello se unieron 15 personas, todas fueron desplazadas por los constantes enfrentamientos y desapariciones perpetradas por las autodefensas y las Farc y que poco a poco fueron retornando, algunas solas y otras con ayuda del Estado, y conformaron la Asociación Agroindustrial Mujeres Emprendedoras de Montebello (en la que participan tres hombres, entre ellos, Edison Cañaveral) para buscar formas de comercializar los productos que salían de sus cinco fincas.
“Cuando volví, lo hice con miedo”, recuerda María Nelly Villada, su esposo había sido desaparecido por esos grupos armados, “pero no me aguantaba en el pueblo, me hacía falta la finquita y allá me volví a meter”.
Con el producido de esa parcela logró sacar sus cinco hijos profesionales, gran parte del tiempo sola, pues de él nunca supo nada más desde hace 17 años, aunque a cualquier guerrillero o paramilitar que viera le preguntaba por su paradero.
Historias como esta, pero con diferentes protagonistas, cuentan los 15 socios, algunos desde la perspectiva de esposa, de hija, de sobrino. Siempre la guerra les había quitado lo mejor que habían tenido, pero volvían con la esperanza de pelechar de nuevo.
La idea de exportar café no surgió de la noche a la mañana, los campesinos de Montebello están acostumbrados a vender la producción a la Federación Nacional de Cafeteros, pero eso de agregarle valor al producto colombiano por excelencia les sonaba. Por eso se presentaron a cuanta convocatoria aparecía, apoyados en la generación de jóvenes profesionales que se les estaba vinculando, casi todos hijos de campesinos que formulaban proyectos para trillar el café, hacer una tienda de café artesanal y finalmente exportar.
La producción en dos de las fincas estaba garantizada con los recursos que destinó la Unidad de Restitución de Tierras, para los demás socios con recursos propios, y así fueron saliendo adelante.
En abril mil libras de café Montebravo llegarán a España, ya está listo todo el papeleo y la taza ya fue probada en laboratorio, solo faltan unos ajustes al precio que será resuelto en los próximos días.
“Por ahora será solo 1.000 bolsas de libra, pero desde la comercializadora nos están pidiendo 3.000 libras mensuales, la capacidad actualmente no nos da para atender esa demanda, pero compraremos un motor que nos permitirá procesar el café más rápido”, señala Yuberley Cañaveral, profesional en Comercio Internacional y representante legal de la Asociación.
Que las familias que sufrieron el rigor del conflicto armado puedan dejar el pasado atrás y encargarse de un futuro prometedor es lo que en el papel está escrito desde que existe la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras (2011).
“La política de restitución no solo busca llevar a la víctima al estado en el que estaba antes del despojo, sino que esté mejor, por eso se dispone de recursos para ayudar al mejoramiento de la calidad de vida de las familias restituidas, asignando un subsidio para proyectos productivos que asciende hasta la suma de 40 salarios mínimos legales vigentes ($31.249.680)”, explica Paola Cadavid, directora de la Unidad en Antioquia.
Sin embargo, la tenacidad de las familias también hace la diferencia, porque el subsidio no garantiza el éxito, sino la construcción de cadenas productivas y de comercialización, que han permitido que, así como en Montebello, las víctimas puedan hacer crecer su negocio.
En Urabá, por ejemplo, Asopaquemás está exportando plátanos con la ayuda de las comercializadoras bananeras de la región; en San Carlos, varias familias dedicadas a la piscicultura están asociadas a una cooperativa para comercializar pescado, y los recientemente restituidos en un predio de la mafia en La Ceja están organizando todo para comercializar arándanos.
Aparte de los proyectos productivos, que dejan riqueza en el campo, estas nuevas formas de comercialización que han encontrado las familias restituidas hacen que los jóvenes quieran quedarse, que se deje atrás ese mito de que lo rural es para los pobres y los viejos y quieran, las nuevas generaciones, hacer país desde la tierra de sus ancestros.
Yiberley quiere ver producir la tierra de sus padres y enseña a sus hijas pequeñas que allí salió el sustento que la hizo profesional y que el saldrá el que las hará a ellas, para que ciclo no se cierre como lo pretendió la guerra.