Los que hemos asumido responsabilidades públicas en temas relacionados con el medio ambiente, nos hemos enfrentado históricamente a un mismo fantasma: el crecimiento de la economía, que con frecuencia es la definición —pero incompleta—, de desarrollo.
Si el crecimiento del Producto Bruto Interno (PIB) es no solo el que mide el éxito de las políticas económicas sino de todo el esfuerzo público, cualquier decisión que restrinja la producción o le ponga condiciones que eleven su costo o limiten su extensión geográfica, es un anatema. Pobre aquel que se atreva a interferir la dinámica de una tasa positiva y alta de expansión del PIB.
No debe sorprender, entonces, que la política ambiental, en muchos países en desarrollo y particularmente en Colombia,...