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Así es una noche patrullando la comuna 13

  • Recorrido nocturno con agentes de la Policía y el ejército por la Comuna 13, San Javier de Medellín para ilustrar la situación de seguridad y conflicto armado que se vive en los barrios Juan XXIII, La Quiebra, La Divisa, La luz del mundo, La pradera y El Coco. Foto: Esteban Vanegas
    Recorrido nocturno con agentes de la Policía y el ejército por la Comuna 13, San Javier de Medellín para ilustrar la situación de seguridad y conflicto armado que se vive en los barrios Juan XXIII, La Quiebra, La Divisa, La luz del mundo, La pradera y El Coco. Foto: Esteban Vanegas
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29 de abril de 2018
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Es viernes y el reloj aún no marca las 9:00 de la noche. La música y el ruido de los carros, típicos de los alrededores de la estación San Javier del Metro de Medellín, desaparecen apenas cinco minutos después, cuando los carros toman la calle 48DD hacia la estación Juan XXIII del metrocable Nuevo Occidente o línea J, como se llama de manera oficial este ramal del sistema metro.

Unos 70 hombres entre soldados y policías alistan sus cascos, se ponen chalecos y esperan instrucciones en las afueras de la estación. Su misión hoy, como toda la semana, es patrullar las calles. “Hoy vamos a patonear. Ojalá no nos llueva”, le dice un militar a sus compañeros.

Ellos hacen parte de un grupo de 320 uniformados que desde la semana pasada refuerzan la seguridad en la comuna 13 de Medellín, occidente de la ciudad, luego de que la comunidad denunciara enfrentamientos armados y ráfagas disparadas al aire en sectores como La Divisa, Juan XXIII, La Quiebra, La Pradera, El Coco, La Torre y la Luz del Mundo.

(Galería: las imágenes del patrullaje nocturno en la comuna 13)

El contingente de la noche del viernes está liderado por el coronel Henry Bello Cubillos, comandante operativo del Distrito IV de la Policía, y el capitán Gustavo Cely, comandante de la estación de Policía del barrio, quien además es uno de los uniformados que mejor conoce la zona. Desde la esquina, el coronel Bello les ordena: “vamos a subir a los billares, luego vamos a los sectores de La Quiebra y la Divisa. Hay que hacer requisas y verificar antecedentes. Ante cualquier actitud sospechosa, ya saben cómo proceder”.

Todos responden con el saludo militar y el barrio vuelve a quedar ambientado por el ruido de las cabinas que vuelan encima de sus cabezas y las luces de las patrullas, que pronto serán apagadas.

En este mismo punto, 24 horas antes, las cabinas se pararon durante 30 minutos, pues varios disparos sonaron muy cerca y el sistema -a esa hora- estaba lleno de trabajadores que volvían a sus casas. La estación fue evacuada y la gente tuvo que salir gateando. “Fue una noche difícil, pero ya tenemos identificado a los responsables”, comenta un soldado.

En los 50 metros de loma que hay antes de llegar a la estación, las luces están apagadas, las puertas cerradas y apenas se ven ojos detrás de las cortinas. Ninguno de los 10 locales comerciales se atrevió a abrir sus puertas.

“Tenemos miedo”, escribe desde su celular Luis, uno de los vendedores más antiguos de la zona. Aunque a esta hora normalmente estaría despachando cerveza a sus clientes y animando algún juego de mesa, ya lleva dos horas en su casa, mirando por la ventana. “Si no es por los policías, hoy le diría que espantan”, agrega.

Escalera al cielo

El recorrido empieza en carro, montaña arriba, hacia el mirador de La Divisa. Apenas dos minutos después la caravana de motos y camionetas oficiales para en las afueras de un local de billares, el único abierto en el barrio. Los policías requisan a los hombres mientras la muchacha mira su celular. Por radioteléfono dictan los números de cédula, confrontan las identidades, se aseguran de que no hay órdenes de captura contra ninguno de ellos y les permiten seguir.

Las señoras se asoman desde las ventanas y balcones, algunas saludan a los uniformados y otras llaman a sus hijos. El capitán Cely guía a sus hombres hasta la cima de la montaña, donde está la base militar de “El Cristo”, desde los billares hasta aquí (siete minutos de patrullaje) no se ve una sola alma en la calle.

El grupo baja nuevamente hasta la estación y luego asciende hacia La Perilla. La pendiente es tan pronunciada que la mitad de los carros se queda varado y los mandos ordenan a todos seguir caminando. Las tiendas abiertas se cuentan con los dedos de una mano y ninguna de ellos tiene música encendida.

En la cancha de La Perilla aparecen cuatro hombres con un perro de raza pitbull. Se repite la escena de requisa, preguntas, saludos, madres en las ventanas y soldados custodiando. Esta vez la mamá de uno de ellos sale y termina contando la historia de la adopción de la mascota, mientras advierte que no es brava. Al final del sitio -que también es un mirador con una increíble vista de la ciudad-, en medio de un matorral oscuro, los uniformados encuentran otro grupo de muchachos con cigarrillos prendidos. Ninguno de ellos parece tener cuentas con la justicia.

La estrategia entonces cambia: el contingente abandona las vías principales y empieza a recorrer un entramado de escaleras. Suben, jadean, saludan, requisan, inspeccionan motos, y vuelven a subir. “Si uno no conoce se pierde fácil, es como un laberinto. Los pelaos de los combos aprovechan eso y después de atacar -hoy no ha sonado un solo disparo- corren por las escalas o se meten por estos rastrojos”, dice un soldado de apellido Restrepo, mientras señala un camino de hierba más alto que cualquiera de los presentes.

La ley es para todos

Tras una hora de recorrido, el grupo de seguridad llega al barrio La Pradera, en el límite entre las comunas 12 y 13. En la primera esquina se topan con un cuarteto de muchachos que al verlos arroja una bolsa. Se repite el procedimiento de requisa, pero tampoco hay “novedades”; tras varios minutos de búsqueda, el extraño paquete no fue encontrado. “Era basurita”, dice uno mientras recibe su cédula de vuelta.

A dos cuadras de allí un niño -no aparenta más de 15 años- se resguarda frente a un teléfono público y bajo una lámpara fundida. Los policías le preguntan por su casa, pero el muchacho responde con una colección de groserías más viejas que él, parece que quisiera poner a prueba la paciencia de los comandantes.

“Váyase para la casa, que estas no son horas de estar en la calle” le dice un soldado y el niño explota: repite las groserías y amenaza con dispararle a un guardia, además presume de sus fechorías: “lo peor de todo es que no me encontraron el perico, tombos hijue...”, grita y manotea.

El grupo frena el recorrido y pide intervención de la policía de infancia y adolescencia. Un uniformado comenta con sus compañeros que este no es un caso aislado. “Entre más chiquitos más groseros. Ellos se creen ese video que ven en las telenovelas de narcos, de que la fuerza pública es el enemigo. Todos quieren ser el duro del parche. ¡Qué pesar!”.

La luz al final

Han pasado dos horas y media desde que empezó el recorrido y unas gotas de agua llegan anunciando un aguacero que caerá en la madrugada.

Nuevamente la estrategia cambia, es necesario que antes de que llueva haya un patrullaje en la Luz del Mundo, un barrio alzado en la cumbre de una colina, justo al frente de la estación Juan XXIII del metrocable. En voz baja, algunos comentan que esta es la zona más “caliente” de la comuna.

“Desde aquí creemos que se hicieron los disparos de ayer (jueves)”, dice el capitán Cely, quien se niega a revelar más detalles de la investigación. El sitio toma el nombre de una iglesia cristiana y es controlado por la banda “La Pradera”.

A pocos minutos de que el reloj marque la medianoche, en el barrio solo se ve una casa con luces encendidas y un taxi que llegó para dejar a un hombre de mediana edad.

Los uniformados creen que esta es la noche más tranquila que han vivido en los últimos siete días. Y mientras revisa las montañas del frente con su mira telescópica, un integrante del Grupo de Operaciones Especiales (Goes) comenta: “Aquí seguimos para que eso sea así”.

Operativos policiales en la comuna 13 d Medellín
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